Pensabas que podías confiar en sus promesas; creíste entender que te querían pero has descubierto que no es así. El sentirse traicionado, utilizado o engañado es tanto más profundo cuanto te hayas entregado. ¿Cómo recuperarse después de una separación?
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Cuanto más avanzamos en la vida, más ocasiones tenemos de experimentar la decepción. ¡Un hecho en sí mismo decepcionante! Dado que el mal está ahí, hay que aprender a defenderse. No se tratar de evitarlo –porque es imposible–, sino afrontándolo. Hay que aprender a avanzar a pesar de las inevitables decepciones. Pero ¿cómo avanzar cuando afrontamos una decepción amorosa? De todas las decepciones, sin duda es la más cruel, la que más nos afecta, la que se cura con mayor dificultad.
Se siente decepcionado o decepcionada quien pensaba poder confiar en las promesas dadas, quien creyó entender que le querían y luego descubrió que no es así. Se siente decepcionado quien tiene el sentimiento de haber sido traicionado, utilizado o engañado. La decepción es tanto más profunda cuanto más lejos se fue en la entrega de uno mismo, con esa espontaneidad que algunos calificarían de ingenuidad y que pensábamos era generosidad. ¿Qué remedios hay para este infortunio?
Para empezar, tenemos que aceptar nuestro dolor. Llorar, gritar, gemir durante un tiempo. En el momento, el dolor puede ser tan fuerte que no cabe otra cosa más que llorar para aliviar nuestro corazón herido. Es bueno tomarse un tiempo para llorar.
Luego, hay que hablar del tema con alguien de confianza porque conviene evitar a cualquier precio la desesperación. Hablar de ello no para regodearnos en nuestra desgracia, sino para salir de ella, para buscar las salidas. Y la mejor forma de salir es siempre por lo alto, adoptando una actitud valiente, confiando en el futuro, extrayendo consuelo de la experiencia de todos los que han sido traicionados y se han vuelto a poner en pie, entre ellos muchos santos y mártires.
Después de haberle dado muchas vueltas al asunto, conviene tomar la decisión de cambiar de tema. No hablaremos más de ello. Nos obligaremos a no pensar más en lo mismo. No tenemos que rascarnos las heridas, sino dejar que la naturaleza haga su trabajo de cicatrización. Quizás quede cicatriz, quizás vuelva a doler a veces. Pero la herida estará cerrada.
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Hacer el duelo
Al igual que el duelo de un ser querido que deja este mundo conviene hacerlo ahora. Hay que recuperar los ritos de duelo. El duelo no es una trivialidad, es la confesión pública de una separación irremediable, además de una práctica de supervivencia.
Primero manifestamos abiertamente nuestro dolor (por ejemplo, en la vestimenta); después, al cabo de un cierto tiempo, cambiamos de estilo y de actitud para manifestar que el duelo ha terminado: ¡la vida sigue!
Así que no hay que volver al lugar del drama: nada de malas fantasías, hay que evitar caer en las bondades de los recuerdos, en volver atrás.
Sin embargo, estaría bien ver nuestra parte de responsabilidad personal en lo sucedido. Siempre salimos ganando al hacer una relectura de nuestra historia: “¿Qué beneficio puedo extraer de lo que me ha pasado? ¿En qué me he equivocado? ¿Con qué tengo que tener cuidado en el futuro?”.
Ahora, la vida continúa. El sol se levanta todas las mañanas. La vida es más fuerte que la muerte. Y el corazón está listo para un amor nuevo: bienvenido sea.
Por último, sin duda no es en balde recordar que, en la Historia de la humanidad, el que ha conocido la mayor decepción amorosa es Dios mismo. Toda la Biblia es la historia del amor decepcionado de Dios por sus hijos. Pero Él nunca renuncia a esperar que, algún día, alguien Le ame.
Alain Quilici