¿Y si en lugar de un cuento, te animas a leer la Biblia a tus hijos?A los niños les encantan las historias, sobre todo de noche. Entre todos los libros, entre todas las historias, la Biblia conserva un lugar muy particular pues es Palabra de Dios. En ella se conservan historias fascinantes que seguro apasionarán a los más pequeños. En este artículo hemos preparado una selección de “cuentos de la Biblia” y pensado en por qué y cómo leérselos a los más pequeños.
¿Qué contar?
La Biblia, ya lo sabemos, es toda una biblioteca: 73 libros, entre ellos relatos históricos, poemas, oraciones, cartas… Nosotros mismos tenemos problemas para ubicarnos y algunos libros nos parecen a veces bastante herméticos. Así que mejor comenzar por los relatos que, llenos de símiles y de giros de trama, llamen la atención de los niños: la historia de Abraham, la de Moisés, la de David, etc.
No intentemos darles interpretaciones o explicaciones: simplemente, contémosles las historias para que los niños se familiaricen con los relatos del Pueblo de Dios.
Contemos un único episodio cada vez. Más vale dejar al niño con hambre que saturarlo.
No es necesario respetar forzosamente el orden cronológico; la Biblia no es un simple libro de historia.
Si el niño tiene ganas de volver a escuchar un pasaje que ya conoce bien en vez de seguir adelante, respetemos su deseo: así es como puede llegar a conocer la Biblia, “rumiándola”, releyendo una y otra vez los mismos pasajes.
No olvidar los cuatro evangelios
Escojamos algunos episodios de la vida de Jesús que permitan al niño comprender que Jesús fue un hombre como nosotros (excepto por el pecado). Contémosles también las parábolas. A menudo parecen incluso adaptadas para niños por la manera simbólica de presentar la verdad, aunque, en realidad, muchas son difíciles porque lo esencial no se discierne a primera vista.
No obstante, hay relatos que ayudarán al niño a presentir el amor de Dios: el del hijo pródigo, el de la oveja perdida y hallada, el del buen pastor, …
Los milagros tampoco son siempre fáciles de contar, porque se corre el riesgo de que el niño quede fascinado por lo maravilloso sin llegar a comprender el sentido del milagro. El milagro es el signo del Reino de Dios presente entre nosotros: dicho de otra forma, lo esencial es el amor de Dios que nos salva, no lo espectacular que sea una u otra curación
Dios no es un mago, es mucho más y mucho mejor: es un Padre, todopoderoso en amor. Respetemos en la medida de lo posible el texto original, aunque nos parezca difícil.
Favorezcamos una “escucha interior” y, para ello, conviene evitar añadir nuestros comentarios. No olvidemos que “Dios se revela a los niños antes que a los sabios y eruditos”: con la escucha de la Palabra, los niños descubren a menudo unos tesoros que nos resultaban ocultos.
Leer y meditar los pasajes de la Biblia antes de leerlos a los niños
En la medida de lo posible, antes de contar un pasaje de la Escritura, comencemos por leerlo nosotros mismos en el texto original. Y luego, meditémoslo, “rumiémoslo” en la oración. Porque la Biblia es una palabra viva. Cuanto más vivamos la palabra de Dios, más sabremos contar la Biblia de manera “viva”, es decir, como la palabra de Dios vivo entre nosotros.
Poco importa que no lo comprendamos todo, que ignoremos todo o casi todo del contexto en el que un determinado libro fue escrito o los últimos descubrimientos exegéticos relacionados. Los dos puntos importantes cuando contemos o leamos la Biblia a niños son que sea para nosotros una palabra viva y que la recibamos en “la Tradición viva de toda la Iglesia”. En otras palabras, que intentemos comprenderla e interpretarla, no según nuestras propias impresiones, sino a la luz de lo que nos dice la Iglesia.
No leemos la Biblia a nuestros hijos para que “aprendan cosas”, sino para que descubran con qué amor les ama Dios.
Christine Ponsard