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Día de Todos los Santos: ¿Cómo hablar de los mártires a los niños?

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Los abuelos esclavos ven condicionados los planes de atención a sus nietos, que casi siempre son obligaciones.

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Edifa - publicado el 01/11/20
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El 1 de noviembre es, pues, una buena ocasión para hablar a nuestros hijos de esos santos que dieron la vida por su fe.

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Antes de convertirse en el día de la conmemoración de todos los santos, el Día de Todos los Santos había sido instituido por la Iglesia para honrar a los primeros mártires.

Los mártires son el signo reluciente de la fuerza del Espíritu Santo. No eran superhombres dotados con capacidades extraordinarias o de una resistencia al sufrimiento fuera de lo común. Si pudieron soportar hasta el final el sufrimiento del martirio con una serenidad inquebrantable fue porque se pusieron en manos del Espíritu de Dios que los llenó de su fuerza.

Ofrecieron a Dios su fragilidad y, a través de esta fragilidad, el Espíritu Santo manifestó su Omnipotencia. No dudemos en hacer descubrir a los niños el valor y la fuerza de estos santos, sobre todo si son los santos patrones de alguno de nuestros hijos.

¿Cómo presentar estos santos a los niños?

No es necesario extenderse exageradamente en los horribles detalles de los suplicios infligidos a los cristianos. Eso puede traumatizar a ciertos niños por su juventud o su gran sensibilidad; además, ahí no está lo esencial. Muchos mártires sólo son conocidos por las circunstancias de su muerte. No hay razón para inventarles una vida de la que no sabemos nada. Sin embargo, sí podemos describir el contexto histórico, geográfico y social correspondiente.

Conviene también insistir en el papel del Espíritu Santo, mostrar bien que es en Dios en quien los mártires encuentran su fuerza. El Espíritu Santo les da una Fe invencible. Cuando son interrogados por jueces, Él les inspira respuestas de una agudeza y una firmeza sorprendentes (podemos recordar el ejemplo del proceso de Juana de Arco)

El Espíritu Santo les da la fuerza no sólo para soportar mil golpes, torturas, injurias y humillaciones, sino hacerlo incluso con dicha y paz, como informan numerosos relatos.

Hay que explicar a los niños que esta alegría no es indiferencia al sufrimiento, sino confianza absoluta en Dios.

Los mártires, ejemplos para todos los cristianos

¿Por qué hablar de los mártires a los niños? Los mártires son para nosotros ejemplos e inspiración. Quizás no estemos llamados a ofrecer nuestra vida de golpe, a soportar torturas físicas y ejecución. (Dicho esto, nunca se sabe). Pero, en cualquier caso, todos estamos llamados, incluso los niños pequeños, a dar nuestra vida en el día a día, en cada momento. Es menos espectacular, pero no necesariamente más fácil. ¿Qué nos enseñan entonces los mártires para ayudarnos a ofrecer nuestra vida al Señor?

No sirve de nada preocuparse con antelación por lo que podría suceder. Sea lo que sea, el Espíritu Santo nos dará la fuerza y la paz necesarias para superarlo todo. Dios, que hace las cruces, hace también los hombros y no hay mayor experto en proporciones. Como la joven santa Blandina de Lyon sabía con antelación el suplicio que le esperaba, sin duda se creía incapaz de aguantarlo. Sin embargo, llegado el momento, Dios le dio todo lo que necesitaba para afrontarlo.

Dios es todopoderoso, Él sólo nos pide darnos su fuerza. Únicamente falta que le permitamos actuar, que nos hagamos disponibles al Espíritu Santo y, para ello, que reconozcamos primero nuestra fragilidad. Ayudemos a los niños a traducir esta actitud en lo concreto de sus vidas. No es por la fuerza del puño, por su mera voluntad, que Juan puede hacerse más valiente en su trabajo, Amalia más prudente en la escuela, Víctor menos desobediente… y mamá más paciente. El esfuerzo es necesario, cierto, pero con la ayuda de Dios, reconociéndonos pecadores, sabiéndonos débiles, aceptando reconocer nuestros errores y nuestras caídas, manteniendo siempre la confianza en Dios.

Una sana autoestima cristiana

Es importante explicar a los niños que los mártires nos enseñan también a tener el valor de abanderar nuestra fe sin miedo al ridículo ni tampoco a las injurias o los golpes. Quizás sea muy difícil para un niño y, sin duda, más todavía para un adolescente, atreverse a decirse cristiano y comportarse como tal en un entorno hostil.

Debido a estas dificultades, el niño o joven puede retraerse, tensarse, defenderse mostrándose intransigente, juzgando a los demás. A nosotros, padres y educadores, nos toca enseñarles a estar orgullosos de su fe –no seamos cristianos “avergonzados” en aras de la tolerancia–, pero desde la paz y la caridad. Por eso es importante que los niños puedan hablar de ello con sus padres, desde la caridad y… con humor.

Enseñémosles que no podemos ser héroes en el ámbito de la fe y unos negados en el ámbito de la caridad. No se pueden disociar. Dar testimonio de nuestra fe no es solamente ni primeramente afirmar nuestras convicciones, sino también y sobre todo comportarse como cristianos, es decir, como discípulos de Aquel que nos dio como primer mandamiento la Caridad. El Espíritu que da la fuerza da también la dulzura.

Christine Ponsard

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