¿Crees que tu hijo ha tomado una decisión equivocada y no sabes si debes intervenir y cómo hacerlo?
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Saber tomar decisiones correctas no es algo innato. Como padres, tenemos un importante papel que desempeñar en este aspecto en la vida de nuestros hijos cuando son pequeños o adolescentes. Pero ¿cómo reaccionar cuando, ya de adultos, crees que tu hijo ha tomado una mala decisión?
“¡Haz lo que quieras!”
Aplicada a la relación educativa, esta frase puede parecer una señal de confianza. Es una manera de confiar en la capacidad de nuestro hijo para tomar una decisión por sí mismo. Y es que sabemos bien que llegará necesariamente la hora en que nuestros hijos deban tomar sus decisiones sin nosotros, aunque siga siendo posible e incluso deseable que sepan pedir consejo.
Sin embargo, ese “Haz lo que quieras” –que puede tener otras formulaciones– puede tener también un doble sentido. A veces, está teñido de amargura y de resignación y su traducción más o menos descifrable por nuestros hijos se parece a “Ya que tú crees, al contrario que yo, que es una buena idea, pues haz aquello que no quiero para ti y que no puedo impedirte hacer…”
Acompañar, aun cuando la decisión de mi hijo no me gusta
Con razón o sin ella, a veces lamentamos las decisiones de nuestros hijos, pero estamos obligados a conformarnos, a ser considerados en esos temas e incluso a ratificar por una parte aquello que no aprobamos plenamente: la elección de un cónyuge, una orientación profesional, etcétera.
Llega un momento en que, si no hemos eludido nuestra misión de consejo, si tenemos la conciencia clara, tendremos incluso que organizar esa boda y acompañar esa decisión, salvo en caso excepcional que deberá valorarse bien y con humildad.
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Cuidado con tu reacción
Sin embargo, nuestro rechazo es algo delicado. Puede ocultar cierto orgullo social, una decepción hacia nuestros hijos que quizás encuentre sus raíces en nuestras propias decepciones personales, nuestras frustraciones de adultos.
Entonces es a nosotros a quienes nos toca buscar consejo, por temor a que el resentimiento gane la partida.
Si tuviera que haber ruptura, aun así debe ser un acto educativo, un acto de educación y de amor a nuestros hijos, y no un juicio que los degrade y los humille. Los rechazos pueden encontrar muchos años después un feliz desenlace. A veces, se producirá en el Cielo.
Cómo decir las cosas
Más delicada es esta forma de decir las cosas por la que –ya sin darse cuenta– el adulto se ha acostumbrado a hacer sentir culpable a su hijo cuando se independiza, a veces liberándose de un rito familiar que hemos instaurado y al que nos aferramos torpemente.
“¡Todos los 15 de agosto, nos reunimos en casa de tus abuelos!” o “Tus hermanos y hermanas se alternan para las fiestas entre las dos familias políticas”.
Hay muchas estrategias de adultos a través de las cuales nos aseguramos de no perderlo todo, como débiles ramas que ceden bajo el peso de esos principios para colmar nuestro miedo al vacío.
La culpa como modo de gobierno pone de manifiesto una doblez psicológica, un déficit espiritual, un miedo afectivo, y que engendra la tiranía.
Como padres hemos de asumir un “abandono” ante las decisiones de nuestros hijos ya adultos. Abandono que no implica dejar de lado ni la fe ni la esperanza ni de la caridad.