Es difícil ver de inmediato el vínculo entre la caridad y la obligación bajo la forma de ayuno que la Iglesia pide a los cristianos durante la Cuaresma. Y sin embargo, ayunar puede ayudarnos a amar mejor al prójimo
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Mientras que el ayuno que se imponían los judíos se consideraba sobre todo como una práctica ascética destinada a dominar su cuerpo, los cristianos le dieron pronto otro significado. Se convirtió esencialmente en un gesto de caridad fraternal: nos privamos de alimento para darlo a quienes pasan hambre. ¿No es eso lo que se vive aún hoy cuando, el Miércoles de ceniza, los feligreses se reúnen para comer un bol de arroz mientras depositan en una cesta el dinero de los alimentos no consumidos?
Por consiguiente, no faltan los cristianos que se preguntan hoy día si todos estos actos de caridad no son mucho más importantes que el ayuno al que la Iglesia les pide que se sumen durante la Cuaresma y algunos otros días del año. ¿No es la caridad fraternal el gran mandamiento del Señor, igual que el testimonio esencial que nos manda dar? “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13, 35).
Las múltiples ventajas del ayuno para el cuerpo y el alma
El ayuno es, no obstante, junto con la oración y la limosna, una de las tres actividades que el Señor nos pide con insistencia cumplir “en secreto” (Mt 6, 1-18) para complacer a nuestro Dios. Por eso, desde siempre, la Iglesia nos propone al comienzo de la Cuaresma adoptar una resolución en estas tres direcciones. Aquí tienes algunos consejos de reflexión para ayudarte a ayunar más.
El ayuno aligera tu cuerpo y tu mente: eliminas la grasa mala, concilias mejor el sueño y tienes la mente más ligera para leer y para rezar. El hambre que sientes los días de ayuno te obliga a pensar en las millones de personas que, en todo el mundo, no sacian su hambre: te sientes entonces obligado a hacer algo por ellos y dejar de “consumir” desconsideradamente.
Como buen alimento, puedes saciarte de la palabra de Dios durante el tiempo que habrías pasado dándote una buena comilona. Siguiendo a Pablo (2 Co 6, 5), puedes conseguir muchas gracias –sobre todo la conversión de los pecadores– ofreciendo a Dios tus ayunos como sacrificios que Le agradan. “Completo en mi carne lo que falta [misteriosamente] a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).
Aunque no vayas a anunciar a los cuatro vientos tu rendimiento en este ámbito, vale la pena arrastrarnos los unos a los otros a ser generosos, decidiendo, por ejemplo, ayunar juntos –o al mismo tiempo– varias veces en Cuaresma. Puedes ayudar a tus hijos a privarse también ellos de un postre.
Pero conviene permanecer extremadamente benévolos con respecto a quienes no han comprendido aún la importancia del ayuno en sus vidas. Sería una lástima que un cristiano se impusiera un estricto ayuno pero se burlara de su vecino obeso, todavía incapaz por el momento de dominar su terrible apetito.
Abad Pierre Descouvemont