No hay que ser un presunto delincuente o un conductor infractor para justificarse inventando pretextos convenientes. Todos somos perfectamente capaces de excusar una metedura de pata
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Ya se trate de una pareja al comienzo de su relación o de dos unidos por los vínculos del matrimonio desde hace años, nadie está a salvo de una ruptura a causa de esos pretextos y excusas.
Las parejas de jóvenes que empiezan una historia de amor pueden haber echado mano a este recurso. Todavía no ven claro sus sentimientos. Si uno se apega más rápida y profundamente que el otro, el segundo, para frenar un proceso que considera demasiado rápido, imagina pretextos para ganar tiempo y no hacerle sufrir: “Ahora mismo es absolutamente necesario que dé prioridad a mi carrera”; “Somos todavía jóvenes para tomar una decisión”, etc.
No son mentiras disfrazadas: todo pretexto conlleva a menudo una parte de verdad. Con todo, la actitud más oportuna sería que estos jóvenes se esforzaran por lograr una mayor transparencia, por expresar con verdad los sentimientos que les habitan y su evolución: “Mira, no quiero engañarte: tengo sentimientos por ti, pero me parece que no son lo bastante fuertes aún para decirte ese ‘Te quiero para siempre’ que esperas”. La confusión únicamente puede generar ilusiones lamentables.
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Excusas cotidianas
Las excusas las encontramos también en la vida cotidiana de los matrimonios. “¡Estoy cansado/a!” no parece gran cosa, pero esta frase puede ser muy útil para rechazar un favor, una salida deseada por el otro o un gesto de amor.
No siempre es fácil detectar si estamos en presencia de una excusa calculada o de una fatiga real. El miedo a hacer sufrir al otro explica a menudo que “minimicemos” sus palabras o que nos escabullamos sin sentirnos culpables por ello.
Las excusas florecen sobre todo cuando las parejas se separan: la necesidad de justificarse es imperativa a los ojos del culpable. El hombre o la mujer que abandona el hogar conyugal porque se ha encaprichado de otra persona encuentra a menudo paladas de pretextos para explicar su acción. Dirá de buen grado: “Sabes muy bien que hace ya algún tiempo que no significo nada para ti, sólo existían los niños o tu trabajo”.
El cónyuge abandonado, que se sentía ya culpable por no haber sabido comprender de verdad y amar a quien se aleja, se culpa más si cabe cuando quien se marcha le reprocha una falta de ternura o todo tipo de fragilidades o incapacidades.
¡Es fácil encontrar pretextos para una ruptura en las imperfecciones inevitables de un cónyuge! En estos tristes casos, que quien abandone el hogar conyugal tenga al menos el valor de aclarar los motivos exactos de su partida. Incluso, quizás, que reconozca que la auténtica causa es esa gran pasión que se ha adueñado de él o ella. Para el cónyuge abandonado, descargado de una culpabilidad que no merece realmente, el sufrimiento será menos fuerte.
¿Qué hacer para evitar la ruptura?
En definitiva, sea cual sea el momento de la vida de la pareja, es importante que la relación se viva en la verdad. Aunque la transparencia total sea imposible, es bueno hacer el esfuerzo de hablar con sinceridad. Y esto exige de cada uno una auténtica lealtad.
Qué gran alivio cuando se logra explicar tranquilamente y explicar el fondo de lo que se siente o de lo que se necesita sobre algún aspecto conflictivo o doloroso. “La verdad los hará libres” (Jn 8, 32).
No se gana nada con el engaño o con la distracción: el otro no se deja engañar constantemente, sino que intuye lo que se oculta. “No tiene sentido, a largo plazo [¡y la vida matrimonial es a largo plazo!] actuar como si no fuera quien soy”, escribe Carl Rogers.
Denis Sonet