La limosna es, con el ayuno y la oración, uno de los tres pilares de la vida espiritual y, más particularmente, durante la Cuaresma. Aquí tienes algunas formas divertidas de iniciar a los niños en esta dimensión de su vida espiritual
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“Dar limosna” es una expresión que ha caído algo en desuso y se ha llenado de un matiz peyorativo. Se prefiere hablar de compartir y de tener solidaridad. Es una pena, porque los términos compartir y solidaridad, por bellos que sean, cubren una realidad mucho menos grande que la que implica la expresión “dar limosna”.
La limosna, en efecto, no es un simple gesto de filantropía. No aspira solamente a suprimir la pobreza material. “Limosna” viene de una palabra griega que designaba, primero, la misericordia de Dios hacia el hombre y luego la del hombre hacia sus hermanos. Misericordia, es decir, ternura y compasión hacia quien es desdichado y pecador.
La limosna es la traducción concreta de esta ternura. Es la manifestación del amor de Dios hacia los pobres y, al mismo tiempo, el camino hacia Dios: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 40).
Por eso la limosna es, con el ayuno y la oración, uno de los tres pilares de la vida espiritual y, más particularmente, de la Cuaresma, como nos recordaba el Evangelio que la Iglesia nos propuso ayer en nuestra meditación durante la misa del Miércoles de Ceniza (Mt 6, 1-18).
Incluso si la donación del niño es mínima, lo más importante es lo que representa para él
La limosna no es facultativa, no es solamente un “extra” que podríamos aportar a nuestra vida espiritual: no podemos pasar sin ella, porque extiende y autentifica, en cierto modo, la oración y el ayuno. Es un deber absoluto para todo cristiano, sean cuales sean el estado de su cuenta bancaria y sus propias pobrezas.
Por eso es importante ayudar a nuestros hijos a vivir también este aspecto de la Cuaresma, aunque no posean grandes medios materiales ni dinero que dar. Ciertamente, la caridad nos impone ser eficaces en el servicio a nuestros hermanos, no contentarnos con cosas a medio hacer o “chapuzas” bajo el pretexto de las buenas intenciones. Pero la eficacia no es el único objetivo de la limosna, ni su único significado.
Aunque el donativo hecho por el niño sea aparentemente mínimo, lo más importante es lo que el donativo representa para él o ella. Recordemos el evangelio de la pobre viuda: al dar solamente algunas monedas ya había dado más que los ricos: “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que a nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir” (Lc 21, 3-4).
¿Cómo ayudar a los niños vivir esta dimensión de su vida espiritual de forma concreta, cómo enseñarles la limosna?
Convertir en monedas algunos esfuerzos…
Durante la Cuaresma, podemos convertir en monedas algunos esfuerzos ofrecidos libremente por el niño, decididos por él. No se trata de monetizarlo todo ni de confundir ayuno y limosna (el ayuno es, fundamentalmente, gratuito: no se ayuna primero para compartir). Se trata simplemente de permitir al niño que no posee aún dinero que vea concretamente el resultado de sus privaciones ofrecidas para los más pobres que él o ella.
Ejemplos: Pablo no hecha nunca azúcar a su leche durante la Cuaresma para ofrecer luego el precio del azúcar. Catalina toma solamente pan para merendar y ofrece el chocolate a quien no puede disfrutarlo. Depende de cada uno encontrar aquello que se pueda sugerir a los niños y establecer una “tarifa” (10 céntimos por ración de azúcar, por ejemplo).
Si los niños reciben un poco de dinero de paga y, sobre todo, si son ya bastante mayores, podemos dejar a la vista sobre un mueble una hucha donde cada uno, cuando quiera y de manera anónima, deposite su óbolo.
… o inventar una hucha de limosna
Si en una misma familia hay mayores que tienen dinero y pequeños que no, se puede permitir a los niños participar de esta colecta familiar poniendo al lado de la hucha un bote con monedas: que cada uno vaya y coja una moneda para meterla en la hucha cuando, en conciencia, considere que ha renunciado a algo.
Por supuesto, hay riesgo de que algunos se concedan con demasiada facilidad el derecho de depositar una moneda, mientras que otros serán demasiado exigentes consigo mismos. En todo caso, es excelente que puedan dar de manera discreta, anónima, sin darse a notar, sin entrar en competición con los demás y sin temer ser juzgados ni desear ser valorados.
Esta hucha, o cualquier otro medio similar, es una manera de enseñar a vivir lo que Jesús nos pide:
“Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 2-4).
¿Hay que frenar la generosidad de los niños?
A veces los niños son más generosos que los adultos. Puede suceder que nos veamos tentados de frenar su generosidad, bien porque no sea prudente (en el verdadero sentido de la palabra), bien porque nos parece demasiado importante o poco “razonable”.
Conviene enseñar al niño o niña que no siempre tenemos el derecho o la posibilidad de darlo todo, en particular cuando nuestro donativo implique a terceras personas o vaya en contra de nuestras responsabilidades. Un niño, por ejemplo, no tiene que dar su abrigo sin el acuerdo de sus padres, que se verán obligados a comprar otro.
Sin embargo, aparte de esta reserva, la medida de la limosna es no tener medida: “Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes” (Lc 6, 38).
Christine Ponsard
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