"¡Pierdo la paciencia fácilmente! Por la noche todo son carreras, tengo una hora y media para retomar los deberes de los mayores, poner en marcha la cena y bañarlos. Al menor grano de arena, me irrito y chillo", se lamenta Bénédicte, reconstruyendo la tarde-noche tipo de tantas familias.
Tardes y fines de semana que fluyen, parece que el tiempo se nos escapa, y con él la posibilidad de abarcarlo todo. La doble jornada pesa sobre la capacidad de tomar distancia.
Y los padres son conscientes de que no disponen del tiempo necesario para corregir los errores.
¿Una mochila de piscina olvidada? ¿Una lección mal aprendida? ¿Un castigo? Como “buenos” padres, anticipamos, paliamos, sostenemos, hasta llegar a nuestros límites y, demasiado a menudo, perder la paciencia.
Además de los ritmos familiares acelerados, está en juego la concepción que tenemos de nuestro papel de padre, de supervisor sin igual.
"La ecuación consistía en multiplicarse por cinco o por seis. No quedaba sitio para el granito de arena. Resultado, el sistema se bloqueaba y la cólera explotaba", rememora Aude, madre de cuatro chicos.
Esta madre encontró una solución: recortar su propia actividad profesional. "De este modo, las tardes son más tranquilas y obtenemos un verdadero provecho".
Todas las madres de familia no pueden hacer esta elección, pero renunciar a una u otra actividad por uno u otro niño puede dar tiempo al tiempo. Permitir a lo imprevisto invitarse sin que nos paralice una organización demasiado restrictiva.
Mantener la paciencia, también es aceptar sus propios límites personales y los de nuestros niños. "Necesitamos paciencia con todos, pero particularmente con uno mismo" subrayaba San Francisco de Sales.
Una cuestión de ritmo, pues, pero también de orgullo. “Cuando mi hija se encalla en un ejercicio de mates, me irrito: ¡tengo la impresión que no comprende nada!, confiesa Bertrand, ingeniero.
En una relación filial equilibrada existe una dimensión de transmisión. Frente a las lentitudes de nuestros niños, puede aparecer un sentimiento de fracaso. Y aquí estamos llamados a entrar en un amor verdadero.
Como nos lo recuerda Santa Catalina de Siena, “la paciencia es la madre de la caridad”. Subraya la pureza de nuestra actitud.
Frente al niño que intenta en vano ponerse un abrigo, al adolescente que encalla ante un problema de matemáticas que nos parece tan sencillo, mantener la paciencia es decir a su hijo: este tiempo, te lo doy, tómalo para ti”. “El amor tiene paciencia”, simplemente.
Anne Gavini