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¿Qué es el “olor de santidad”?

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Aleteia Team - publicado el 17/12/13
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Es un olor agradable que emana incluso de cadáveres y cuyo origen se desconoce, la Iglesia lo considera a menudo como un signo de santidad

1. El olor de santidad designa un olor agradable que emana de personas vivas e incluso de cadáveres, y de cuyo origen no se sabe nada: un hecho que, para los cristianos, siempre ha constituido una especie de milagro.
 

Se trata de un aroma (o fragancia, del latín fragrantia y del verbo fragrere, sentir) de una suavidad excepcional, un perfume perceptible por el olfato pero de origen desconocido para la ciencia.

En general, el perfume se nota en la proximidad de un humano (vivo o, más frecuentemente, fallecido) o de reliquias, o incluso al acercarse a un objeto litúrgico o a una pintura religiosa (icono).

También se han observado casos de estigmas olorosos, como el de santa María Francisca de las Cinco Llagas, el del santo Padre Pío, etcétera.

El espectro de fragancias es amplio. Las esencias registradas en los anales de la mística se cuentan por centenares.

El aroma de rosa figura en muy buena posición, evocando la presencia de la Virgen. La duración del fenómeno se extiende desde algunos minutos hasta varios años y, en casos raros, a varios siglos.

Es propiamente un milagro. Porque por una parte no puede avanzarse ninguna explicación natural.

Y por otra, la Iglesia discierne en el olor de santidad el signo y la anticipación de aquello en lo que la carne está llamada a convertirse en el Reino de Dios: resucitada y eterna, más allá de toda corrupción.

Este vínculo entre perfume y santidad tiene una base bíblica: el Cantar de los cantares evoca ya la figura de la bien amada (o “la esposa”: la Iglesia por venir) con la forma de un jardín exquisito lleno de suaves perfumes (Cant 4,14).

La Edad Media evoca perfumes y olor de santidad. El paraíso se describe en términos de suavidades olorosas.

Honorio de Autun (Honorius Augustodunensis, hacia 1120) describe estos olores extraordinarios (Elucidarium, PL 172, col. 172).

Pedro Damián (+ 1072), consejero de papas, uno de los autores de la reforma gregoriana, atribuye a los perfumes extraordinarios la función de anunciar alegrías celestiales (PL 145, col. 861).

2. La Iglesia considera este fenómeno como un signo de santidad, reflejo del carácter heroico de las virtudes de un fiel. Pero permanece prudente y siempre se pregunta por su procedencia.

A partir de finales del siglo II y principios del III, los cristianos, obligados a vivir en la clandestinidad y a honrar a sus mártires en secreto, identificaron perfumes maravillosos y santidad.

El relato de los funerales del mártir Policarpo de Esmirna  (+ 155) establece ya esa asociación.

La Iglesia reconoce poco a poco el dedo de Dios en estas fragancias inexplicables. Se trata de un signo positivo del carácter heroico de las virtudes de un fiel.

A un creyente cuyo cuerpo exhala un perfume anormal (antes o después de la muerte) se le llama “santo miroblita”.

A lo largo de los siglos se han declarado unos 500 casos, entre ellos los de santos y santas muy conocidos: Rosa de Lima, Teresa de Ávila, el Padre Pío, etcétera.

Ciertamente es un signo indicador y no una prueba científica. La santidad, concepto teológico y espiritual, no se demuestra.

Las autoridades eclesiásticas prestan más atención cuando hay convergencia (y coherencia) de fenómenos: olor de santidad, incorruptibilidad del cuerpo, elasticidad de los tejidos mucho tiempo después de la muerte, exudación de líquidos balsámicos de origen desconocido (san Charbel Makhlouf, apariciones auténticas de la Virgen María (santuario de Nuestra Señora de Laus, reconocido el 4 de mayo de 2008 por Mons. Di Falco y lugar eminente de perfumes inexplicables desde el siglo XVII),...

La Iglesia siempre permanece prudente en esta área. Una pregunta permanece: ¿la presencia de compuestos aromáticos y de un eventual embalsamiento no explicaría los perfumes extraordinarios?

En los casos contemporáneos, el uso de compuestos aromáticos y otros productos de embalsamiento tradicional no se plantea.

Por contra, los recursos de la medicina y de la tanatología (estudios científicos sobre la muerte, sus causas y sus efectos) se ponen a servicio de los investigadores eclesiásticos en el marco del proceso de beatificación y de canonización.

3. Más allá de la muerte está “el buen olor de Cristo”.

El Nuevo Testamento y los cristianos reconocen a Dios el poder de resucitar a los muertos. La Resurrección de Jesús es por sí misma el fundamento de la fe.

No se trata sólo de un renacimiento o de la reanimación de un cadáver, sino de una transformación, de una elevación en el orden del ser.

Varias veces, Cristo resucita a personas de su entorno, personas realmente muertas, como Lázaro de Betania, sepultado “desde hacía cuatro días” (Jn 11,17).

Marta, la hermana del difunto, le dice cuando le pide que quite la piedra que cierra el sepulcro: “Señor, huele mal” (Jn 11,39).

Sin embargo, Jesús resucita a su amigo Lázaro contra todas las leyes naturales.

Este no es el único ejemplo de resurrección realizada por Él (Lc 7,11-17,…) y después por los apóstoles (Hch 10,36-43) y los santos.

La expresión “olor de santidad” tiene en consecuencia su origen en la realidad de un milagro y en la calidad espiritual excepcional de un fiel (su santidad).

La Iglesia siempre se pregunta si esos hechos podrían haber sido ocasionados por causas naturales: ¿contenían olores notables el lugar de residencia o la tumba del difunto?

Los compuestos aromáticos (como los de la tradición judía) y un discreto embalsamamiento, ¿no explicarían los fenómenos? ¿Una aspersión a distancia de perfumes permitiría esos prodigios?

La Iglesia quiere continuar razonando porque se trata cada vez de afirmar si –sí o no- el “buen olor de Cristo” se manifiesta aquí abajo, este cuerpo de Jesús que es el “más agradablemente perfumado entre todo lo que en todo el universo exhala perfumes” (Rimbertino, Liber de deliciis sensibilibus paradisi (Venecia, 1498).

“Olor de santidad” es una expresión elocuente y concreta: perfumes inexplicables, de una fuente desconocida, se refiere al “buen olor” de cuerpos santos y reliquias auténticas.

Bibliografía: Jean-Pierre Albert, Odeurs de sainteté. La mythologie chrétienne des aromates, París, Aubier, 1990 ; Joachim Bouflet, Une Histoire des miracles, París, Le Seuil, 2008, p. 124-127 ; Jean Guitton y Jean-Jacques Antier, Les Pouvoirs mystérieux de la foi, París, Perrin, 1993 ; Hubert Larcher, La Mémoire du soleil. Aux frontières de la mort, réed., Meolans-Revel, Ed. désIris, 1990 ; Hélène Renard, Des prodiges et des hommes, París, Pocket, 1989 ; Patrick Sbalchiero, « Myroblytes (saints) », Dictionnaire des miracles et de l’extraordinaire chrétiens, París, Fayard, 2002, p. 561 ; id., L’Église face aux miracles. De l’Évangile à nos jours, París, Fayard, 2007 ; Herbert Thurston SJ, Los fenómenos físicos de misticismo, Dinor, 1953; Patricia Treece, The Sanctified Body, Ligori, Triumph Books, 1989.

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