Un libro revela las confluencias entre este alimento y la feLa Biblia, como se observa, no ahorra referencias al alimento, desde el famoso plato de lentejas por el cual Esaú cedió la primogenitura al hermano Jacob a los varios tipos de panes, pero lo que no todos saben es que también el chocolate tiene un papel en el catolicismo (aunque la Biblia no lo nombre).
“El chocolate católico” (Edizioni Dehoniane), útlimo libro del biblista italiano Claudio Balzaretti, revela que las alusiones al alimento “se repiten en la liturgia, en los ritos y en la doctrina de la Iglesia apostólica romana ya a partir de la ‘escena original’ (la manzana comida en el jardín del Edén) hasta la Eucaristía, desde la Última Cena a las virtudes de la abstinencia y del ayuno en algunos periodos del año, legado del ‘encuentro de civilización’ gastronómica entre la abultada predilecta de la aristocracia caballeresca y militar (directamente descendiente del ‘modelo carnívoro’ de los bárbaros) y las órdenes monásticas que predicaban la templanza (deudores del ‘paradigma del pan y del aceite’ de la cultura mediterránea greco romana)” (La Stampa, 18 de febrero).
En particular, el texto recorre nuevamente la escena de la llegada del chocolate a la mesa de los europeos, “en la cual se condensan muchas de estas relaciones especiales entre la teología y la alimentación, pues aun no habiendo constituido una comida tabú, suscitó una notable serie de preocupaciones del punto de vista religioso”.
El ayuno eclesiástico, regulado con extrema precisión por las jerarquías católicas, preveía el principio por el cual liquidum non fragit, es decir, la bebida no rompía el ayuno, y beber líquidos no se consideraba, por lo tanto, como una interrupción o trasgresión del ayuno.
Entre los siglos XVI y XVII explotó una gran diatriba de naturaleza teológica sobre el chocolate, iniciada por el médico Juan de Cárdenas, autor del primer escrito completamente consagrado al cacao, que justificaba, bajo el punto de vista de la salud, el consumo por parte de quien vivía en las Indias, pero evidenciaba también cómo era incompatible con el precepto del ayuno a causa de su componente mantecosa – razón por la cual el debate se concentró en los ingredientes usados en su preparación.
El chocolate dividió a las órdenes religiosas, con los dominicos “perentoriamente contrarios, sin si y sin pero”, y la Compañía de Jesús “mucho más posibilista al respecto”. En 1627 el tema entró oficialmente en los libros de ética, en la teología moral de uno de los pesos máximos de la intelectualidad jesuita, el “doctor sutil” padre Antonio Escobar y Mendoza, que “absolvió” el chocolate considerándolo pura bebida si contenía sólo una onza de cacao y una y media dosis de azúcar derretidas en agua.
“Lo que acompaña a la difusión del chocolate de España al resto del viejo continente fue también esta viva discusión, que abandonará poco a poco la dimensión teológica para entrelazarse cada vez más, por un lado, con el cambio de los paradigmas de la medicina (y el ocaso de la medicina hipocrática, que era profundamente dietética) y, por otro lado, con la ‘cuestión social’ concerniente a quienes apoyaban su consumo.
El consumo de los derivados del cacao, todavía en la mitad del siglo XVIII, estaba reservado a las élites, hasta el punto de que sugirió al historiador de las mentalidades Wolfgang Schivelbusch que trazara una" geopolítica del gusto", según la cual había una fractura entre la Europa del chocolate (“apetecido por la ‘inerte e parasitaria’ nobleza de rito católico”) y la del café (“símbolo de la ‘sobria y activa’ burguesía de la religión reformada”). Pero con el paso del tiempo, la bebida al cacao cada vez se difundió más en la cada vez más extensa clase media, “y ésta llegará, finalmente, a deleitar incluso el paladar del pueblo, haciendo olvidar lo sucedido en siglos anteriores, dentro de la confesión católica, cuando se enfrentaron ásperamente los partidarios y los detractores del chocolate”.
La demostración de que la diatriba es algo lejano reside en el hecho que hoy uno de los tipos más apreciados de chocolate lo producen los frailes trapenses. En Roma, los frailes franceses comenzaron a producirlo en 1880.