En 1917, mientras la humanidad sufría una conmoción impresionante por la Primera Guerra Mundial y por la Revolución rusa, en un pequeño lugar llamado Cova da Iría, perteneciente a la parroquia de Fátima (Portugal), tres niños cuidaban de unas ovejas el día 13 de mayo, cuando sucedió un hecho extraordinario.
A mediodía, después de rezar el rosario, Lucía, Francisco y Jacinta (de 10, 9 y 7 años respectivamente) vieron sobre una encina a “una Señora más brillante que el sol”, que les invitó a rezar y a volver a encontrarse con ella durante cinco meses, siempre el día 13.
En su última aparición, la de octubre, la misteriosa mujer se identificó ante miles de personas como “la Señora del Rosario”, y en torno a estos hechos sucedieron algunos milagros.
Allí se levantó la basílica que es hoy uno de los lugares de peregrinación cristiana más importantes del mundo, y en 1930 el obispo diocesano declaró las apariciones como dignas de fe, autorizando el culto a esta advocación de la Virgen María.
Como recordó el Concilio Vaticano II en su constitución dogmática Dei Verbum, Jesucristo es la plenitud de la revelación, y no cabe esperar otra revelación pública añadida hasta su segunda venida (n. 4).
Por eso Juan Pablo II afirmó en su visita a Fátima en 1982 que la Iglesia aceptó el mensaje dado allí por la Virgen porque está conforme con la revelación divina: su núcleo fundamental es la llamada a la conversión y a la penitencia, precisamente las palabras con las que inició Jesús su ministerio público tal como aparece en los evangelios.
Un mensaje, además, muy simple, adaptado a la capacidad de comprensión que tenían los niños videntes, al igual que había sucedido años atrás en Lourdes.
Cuando María se apareció a los tres niños, les mostró un secreto que, obviamente, no revelaron a nadie, por expreso deseo de la Virgen.
Los pastorcillos escucharon el mensaje con atención y lo memorizaron. Habida cuenta de que dos de ellos murieron muy pronto (Francisco en 1919 y Jacinta en 1920), la única superviviente, Lucía de Jesús, puso por escrito el secreto en el momento en que se lo ordenó el obispo de Leiría y cuando contó con el beneplácito de la Virgen.
Se trata, más que de tres secretos, de un texto que tiene tres partes, por lo que la Iglesia habla de “la tercera parte del secreto de Fátima”.
Las dos primeras partes ya se conocieron en los años 40, cuando fueron hechas públicas en los Diarios de la hermana Lucía.
Sin embargo, la tercera parte la escribió la vidente en 1944 y se la entregó al obispo, que en 1957 la envió al Archivo Secreto del Santo Oficio de Roma.
Dos años después lo consultó Juan XXIII, que no reveló su contenido, sino que lo devolvió al Santo Oficio. El siguiente obispo de Roma, Pablo VI, hizo exactamente lo mismo en 1965.
Como podemos observar, no hay nada de eso que se dice tanto de que cada vez que ha llegado un Papa nuevo ha leído aterrorizado el secreto y lo ha guardado bajo llave en un cajón de su escritorio. La realidad es más sencilla y menos fabulística.
Juan Pablo II abrió el sobre, curiosamente, después del atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, y tras su lectura hizo un acto solemne de consagración del mundo al Corazón inmaculado de María.
En una de sus visitas a Fátima, Juan Pablo II encargó dar a conocer públicamente la tercera parte del secreto de Fátima. Era el 13 de mayo de 2000.
Esto se supo en el momento en que lo anunció el entonces secretario de Estado del Papa, el cardenal Angelo Sodano, que aludió al texto como “una visión profética comparable a la de la Sagrada Escritura, que no describe con sentido fotográfico los detalles de los acontecimientos futuros, sino que sintetiza y condensa sobre un mismo fondo hechos que se prolongan en el tiempo en una sucesión y con una duración no precisadas. Por tanto, la clave de lectura del texto ha de ser de carácter simbólico”.
Y Sodano apuntó al núcleo de la visión, que “tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio”.
Dicho esto, afirmó que sería la Congregación para la Doctrina de la Fe, por expreso deseo del pontífice, la encargada de hacer público el contenido de la tercera parte del secreto confiado por la Virgen María a los niños videntes portugueses “después de haber preparado un oportuno comentario”. Esto sucedió el 26 de junio de 2000.
En esa jornada, el cardenal Tarcisio Bertone, entonces secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, señaló en la presentación en Roma que “la decisión del Santo Padre Juan Pablo II de hacer pública la tercera parte del ‘secreto’ de Fátima cierra una página de historia, marcada por la trágica voluntad humana de poder y de iniquidad, pero impregnada del amor misericordioso de Dios y de la atenta premura de la Madre de Jesús y de la Iglesia”.
Y este dicasterio vaticano dio a conocer aquel día los textos manuscritos de la vidente Lucía relativos a las tres partes del secreto.
La primera es relativa a la visión terrible del infierno, y la segunda contiene la promesa de que “por fin mi Inmaculado Corazón triunfará” y habrá paz, después de haber hecho la consagración de Rusia a la Madre del Señor.
En cuanto a la tercera parte del secreto, revelado por la Virgen el 13 de julio de 1917 y también escrito a mano por Lucía, se trata, en resumen, de la visión de un ángel con una espada de fuego junto a María y que exhorta a la penitencia.
Además, un obispo vestido de blanco junto con otros obispos, sacerdotes y religiosos subiendo una montaña coronada por una gran cruz, atravesando para ello una ciudad en ruinas llena de cadáveres.
Al llegar a la cima el obispo es asesinado por unos soldados, que hacen lo mismo con los demás eclesiásticos y otros fieles laicos.
Bajo la cruz, unos ángeles recogen en jarras de cristal la sangre de los mártires y riegan con ella las almas que se acercan a Dios.
Conociendo este texto tan misterioso, Juan Pablo II encargó al cardenal Bertone que se reuniera con la vidente portuguesa para hablar sobre su interpretación.
En el diálogo, que tuvo lugar el 27 de abril de 2000 en Coimbra, sor Lucía reconoció la carta que había escrito varias décadas atrás con la revelación del secreto, y "estuvo de acuerdo en la interpretación según la cual la tercera parte del secreto consiste en una visión profética comparable a las de la historia sagrada".
"Reiteró su convicción de que la visión de Fátima se refiere sobre todo a la lucha del comunismo ateo contra la Iglesia y los cristianos, y describe el inmenso sufrimiento de las víctimas de la fe en el siglo XX".
Afirmó sin duda alguna que el obispo vestido de blanco "era el Papa que sufría", y que fue la Virgen la que desvió la bala que le fue disparada en el atentado para evitar su muerte.
Todo este tema, antes y después de su publicación por parte de la Iglesia, ha dado lugar a múltiples interpretaciones y comentarios.
Algunas personas y grupos se aferran a las revelaciones conocidas y a otras que sólo existen en su imaginación para difundir presagios funestos y mensajes que dan lugar al temor.
Desde la fe, sin embargo, la perspectiva es bien distinta. Juan Pablo II, en la Misa del 13 de mayo de 1982 que se ha citado antes, destacó la dimensión del amor materno en el mensaje de Fátima, un amor que no sólo abarca los caminos del hombre a Dios sobre la tierra, sino también los que van más allá, incluyendo el purgatorio.
Lo que está en el centro es la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
El pecado aparta al hombre de Dios, fuente de la vida, y acaba por condenarlo. Y decía el Papa: “por eso, el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, tan maternal, se presenta al mismo tiempo tan fuerte y decidido. Hasta parece severo”.
Porque no es otra cosa que una llamada a la conversión urgente, porque en ello nos va la vida.
Benedicto XVI, en el diálogo que mantuvo con los periodistas en mayo de 2010 durante el trayecto en avión hasta Portugal, explicó que en la tercera parte de la visión “se indican realidades del futuro de la Iglesia, que se desarrollan y se muestran paulatinamente”.
A través de un lenguaje simbólico y profético, se reitera lo que había dicho el mismo Jesús: “que la Iglesia tendría que sufrir siempre, de diversos modos, hasta el fin del mundo”.
Por ello, añadió, “la respuesta de Fátima no tiene que ver sustancialmente con devociones particulares, sino con la respuesta fundamental, es decir, la conversión permanente, la penitencia, la oración, y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad”.
Fue el Papa alemán el que mejor resumió el sentido del tercer secreto de Fátima y cómo debe entenderse desde la fe, cuando terminó su referencia a este tema diciendo: "somos realistas al esperar que el mal ataca siempre, ataca desde el interior y el exterior, pero también que las fuerzas del bien están presentes y que, al final, el Señor es más fuerte que el mal, y la Virgen para nosotros es la garantía visible y materna de la bondad de Dios, que es siempre la última palabra de la historia".
Vale la pena leer el denso comentario teológico que se publicó en el año 2000 al revelar la tercera parte del secreto, firmado por el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Solamente entresaco la siguiente afirmación del cardenal Ratzinger:
Bien claro.
A la luz de todo lo que hemos visto aquí, la respuesta tiene que ser negativa. Porque la Iglesia ha mostrado, a su debido tiempo, el contenido de este secreto tan temido. Al igual que en su día se dio a conocer el contenido de los otros dos.
Otra cosa es lo que quiera pensar cada uno, las vueltas que se le quieran dar al tema o las ganas de retorcer estos temas buscando lo morboso y lo esotérico.
Al final se cumple algo que dijo Jesús, y que nos remite no a un oscurantismo eclesiástico, sino a una estrategia que viene de más arriba… de un Dios que ha ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a la gente sencilla.