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¿Cómo se convirtió la pobre monja polaca Sor Faustina Kowalska en una de las grandes místicas de la Iglesia católica? Muchos creen que tuvo un contacto directo con Cristo.
“De hecho, fue el mismo Jesús quien le dio la orden de escribir: ‘Secretaria de Mi misterio más profundo, reconoce que estás en confidencia exclusiva conmigo’ ”, escribe en el prólogo del Diario el arzobispo Giuseppe Bart.
Bart es el rector del templo que expone una réplica de la famosa imagen del Jesús de la Divina Misericordia pintada por el pintor Kazimirowski.
La pintura muestra a Jesús con el corazón abierto y radiante de una gama de colores azul y blanco fulgurante (el agua y la sangre).
Se venera, entre otros muchos lugares, en la Iglesia del Santo Espíritu en Sassia, sede del Centro de Espiritualidad de la Divina Misericordia en Roma.
Confianza y misericordia
“Jesús, en ti confío” es el mensaje divino para dar consuelo proclamado por Sor Faustina, que oscila entre la primera y la segunda guerra mundial.
‘Los últimos serán los primeros’ es una máxima evangélica que se cumple a cabalidad igualmente en la vida de Sor Faustina. A Sor Faustina, muchos la podrían considerar como una perdedora.
La sencilla aspirante monja fue desde los 14 años sirvienta en casa de personas adineradas para ayudar a sus padres muy pobres.
Ellos desaprobaron su vocación temprana, que la niña descubrió apenas a los 12 años.
Los conventos la rechazaban por no tener una buena educación ni una dote de familia. También por su edad, ya avanzada para la época: 22 años.
“No hizo nada grande, ni siquiera en su congregación. Limpiar, jardinería o panadería, no se trata de cosas grandiosas”, la describe el cardenal Joseph Glemp.
En esta sucesión, los pasos humildes dejados por santa Faustina están allí como un surco para la misericordia.
El proceso de beatificación de la santa polaca inició con el decreto del 31 de enero de 1968 para culminar, tras la canonización un año antes, con la institución de la Misa solemne de la Divina Misericordia -el 22 de abril de 2001 – en San Pedro oficiada por Juan Pablo II.
De una oración del Diario de santa Faustina:
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y perdón para todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y más penosas.
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. (…)
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo (…) Que Tu misericordia, oh Señor mío, repose dentro de mí”.
(Diario, 163)
Por Ary Ramos