O cómo los evangelizadores supieron transmitir la fe cristiana a los nativos americanos
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Cuando los primeros evangelizadores llegaron a lo que hoy es el territorio de México, fueron muy ingeniosos al idear diversas formas de llevar la Buena Nueva a los indígenas, a fin de que aceptaran a Cristo como su Señor, su Dios y su Salvador.
Las Posadas
Por ejemplo, supieron aprovechar la costumbre mexica de hacer fiesta entre los días 7 al 26 de diciembre —el paganismo azteca llamaba a este lapso de tiempo Panquetzaliztli, y lo dedicaba a celebrar al dios de la guerra, Huitzilopochtli—, dando en lugar de esto algo nuevo: las «Misas de Aguinaldo», que más tarde se llamaron las «Posadas».
Los religiosos agustinos iniciaron este novenario festivo y prenavideño en el monasterio de San Agustín de Acolman, a 40 kilómetros de la ciudad de México, con la particularidad de que dichas fiestas fueron aprobadas nada menos que por medio de una bula del Papa Sixto V en 1557.
Las Misas de Aguinaldo, que pronto se extendieron por el resto del territorio mexicano, eran muy solemnes. Y en los atrios de los templos se escenificaban pasajes bíblicos relativos a la Natividad del Señor.
Para mayor atractivo e interés de los asistentes, los religiosos fueron agregando piñatas, villancicos, cohetes, luces de bengala, silbatos y matracas; pero eso contribuyó a que la solemnidad se fuera perdiendo. Así, para 1796 el arzobispo de México se quejaba del ruido que no cesaba durante las Misas de Aguinaldo, pues la gente, en pleno servicio religioso, hacía un gran ruido con sus silbatos y matracas.
Por ello en el siglo XVIII la fiesta se trasladó del atrio a las calles y las plazas, de lo cual surgió la idea de recordar las tribulaciones de la Virgen María y san José mientras buscaban albergue en Belén, recorriendo las calles cargando las imágenes de los Santos Peregrinos mientras el resto de los participantes avanzaba con velas encendidas, cantos, rezo del rosario y letanías.
En la última estación o lugar final, a la Sagrada Familia se le abrían las puertas, o se le daba posada —por eso se les empezó a llamar «Posadas» a estas fiestas—; y era ahí donde se rompía la piñata y se daban los aguinaldos de dulces y fruta.
Las Pastorelas
En cuanto a las primitivas y catequizadoras obras de teatro que se exhibían en los atrios desde los primeros años de la evangelización americana, las relativas a la Navidad recibieron el nombre de «Pastorelas». Fue sin duda una ingeniosa manera de predicar la doctrina en lenguas indígenas a los nativos, pues las obras teatrales seguían una metodología destinada a hacer reflexionar a la gente sobre las verdades de la fe cristiana.
Las Pastorelas, llamadas también «Coloquios», ilustraban acerca del bien y el mal, la verdad y la mentira, el pecado y la virtud; todo esto durante el caminar de los pastores o de los Reyes Magos hacia el pesebre de Belén, a adorar al Niño Dios.
Los franciscanos, con fray Antonio de Segovia a la cabeza, supieron valorar las dotes innatas de los autóctonos para cantar, bailar y tocar instrumentos musicales; de ahí que el teatro evangelizador tuvo mucho éxito.
Las piñatas
Y respecto a las piñatas, suele considerarse que se originaron en China. Ahí eran figuras de animales rellenas de semillas y cubiertas con papeles de colores, que se golpeaban con varas coloridas. Luego el italiano Marco Polo las introdujo en Europa en el siglo XII con el nombre de pignata, por su forma de piña. En algunos lugares de España se les asoció con un baile de máscaras del primer domingo de Cuaresma, por lo que se le llama «Domingo de la Piñata». Se usa una vasija de barro, llena de dulces, que se cuelga del techo para que algunos de los concurrentes, con los ojos vendados, procuren romperla con un palo.
Se supone que todo esto fue exportado de España a México en el siglo XVII. Pero lo cierto es que, desde antes de la llegada de los españoles a América, los nativos ya tenían algo por el estilo: mayas, aztecas y otras etnias elaboraban vasijas y esculturas de arcilla huecas con las formas de sus dioses, y las rellenaban con frutas y granos; las rompían en festividades religiosas, y el contenido derramado venía a representar los favores concedidos por los dioses.
Como quiera que sea, los frailes misioneros echaron mano de la costumbre americana y de la chino-europea para hacer algo nuevo: una catequesis con cada piñata que se rompía durante la novena de Navidad.
La olla, vistosamente revestida como una hermosa estrella, representa a Satanás, el demonio, que muestra el mal de una forma hermosa y atractiva para atraer a la humanidad. Cada uno de los picos representa uno de los siete pecados capitales.
El palo con que se rompe la piñata, o sea, con que se destruyen los planes del demonio, representa el madero de la Cruz, porque sólo el santo sacrificio de Jesucristo en la Cruz puede destruir las obras del diablo y salvar a la humanidad.
Los ojos vendados representan la fe en Cristo —porque la fe es ciega—, necesaria para que el ser humano pueda vencer las tentaciones del Maligno.
La fruta y los dulces que salen como lluvia cuando se logra romper la piñata son el premio, que es figura de la Gracia y las bendiciones que Dios otorga a los que confían en Él.
Significado de las piñatas:
El diablo presenta el pecado de forma atractiva; de ahí la bonita forma de estrella y los colores brillantes.
Los siete picos de la estrella son los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, ira, pereza, lujuria, gula y envidia.
Los ojos vendados son la fe en Jesús. Es con ella que el hombre vence el pecado que lo esclaviza.
El sacrificio de Cristo en la Cruz, representado por el madero o palo, destruye las obras del diablo.
Dios premia a quien vence las tentaciones. Símbolo del premio son la fruta y los dulces de la piñata.