En plena persecución nazi, Piero Piperno, cuando tenía 15 años, encontró refugio en el Monasterio de Santa Brígida de Roma. Hoy ese convento es una “Casa de vida”.
Piero Piperno le debe la vida a una pequeña monja que en Roma le acogió en su convento, en plena Segunda Guerra Mundial. Pero el agradecimiento de este judío a aqueja mujer, hoy beata, es todavía más profundo por otro motivo: en todo momento respetó su conciencia y religión.
Piperno ofreció su testimonio el 15 de enero, durante la ceremonia de reconocimiento como “Casa de Vida” al monasterio de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, en la Plaza Farnese de Roma, por parte de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg.
“Esta es tu casa”, le dijo durante la ceremonia la actual abadesa de la Ordena, la madre Tekla Famiglietti, para que su anciano huésped se sintiera cómodo. “Esta fue mi casa”, aclaró Piero, abriendo una ventana de recuerdos al pasado, la guerra, las tinieblas del mal, y el coraje del bien.
El coraje de una monja
En diciembre de 1943, en la capital italiana, como en el resto de Europa, los judíos eran perseguidos por los nazis. Dos meses antes, el 16 de octubre, las SS habían invadido las calles del ghetto judío, deteniendo a 1024 personas, de las cuales más de doscientos eran niños.
Al concluir la guerra, del campo de concentración de Auschwitz, adonde fueron deportados, regresaron sólo quince hombres y una mujer, y ninguno de los doscientos pequeños. Quienes lograron sobrevivir lo hicieron escondiéndose donde podían, como podían.
Para los doce miembros de las familias Piperno y Sed, la salvación fue precisamente la pequeña puerta de madera, adosada a la iglesia de Santa Brígida, en la Plaza Farnese, así como el valor de una religiosa, Maria Elisabetta Hesselblad.
La madre superiora de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida, proclamada beata en el año 2000, y reconocida “justa entre las naciones” por Yad Vashem de Jerusalén en 2004, abrió junto a sus hermanas en religión las puertas de su monasterio a los refugiados, protegiéndolos hasta el 4 de junio de 1944, cuando Roma fue liberada.
Les salvó la vida. Pero en realidad hizo mucho más. “Cuando nos acogió en esta casa —explicó durante la ceremonia de reconocimiento Piero Piperno, que entonces tenía 15 años– la beata madre Elisabetta nos dijo que teníamos que seguir nuestras tradiciones religiosas. Era difícil que en aquella época una representante de la Iglesia dijera eso”.
De hecho, había que esperar al Concilio Vaticano II para superar ese muro que separaba a católicos de judíos.
“Pero siempre —sigue diciendo Piperno sin ocultar la emoción— surgen profetas, y la madre Elisabetta lo fue, anticipando el futuro. Nos salvó la vida, pero sobre todo, en aquellos tiempos oscuros, reconoció la dignidad de nuestra religión”.
La madre Hesselblad invitaba a sus huéspedes refugiados a rezar sus oraciones y a mantener las costumbres propias del pueblo judío. En ningún momento se sirvió de su posición para hacer presión y buscar su conversión.
Las tinieblas del Holocausto
“Este lugar fue un faro de luz en las tinieblas del Holocausto”, subrayó Silvia Costantini, vicepresidente de la Fundación Raoul Wallenberg en Italia y directora de comunicación y relaciones institucionales de Aleteia.org.
En la ceremonia participaron la embajadora de Suecia en Italia, Ruth Jacoby, representantes diplomáticos de Israel y de otras instituciones judías, en particular, Leo Paserman, presidente de la Fundación Museo de la Shoá, antiguo presidente de la Comunidad Judía de Roma.
“Tenemos el deber moral de reconocer y recordar a estos grandes héroes para que también las nuevas generaciones les puedan conocer y apreciar”, añadió Costantini, explicando que la Fundación Wallenberg, fundada por Baruj Tenembaum y presidida por Eduardo Eurnekian, busca revelar las historias desconocidas de salvadores, difundiendo así “en el corazón y la mente de las jóvenes generaciones el espíritu de solidaridad cívica”.
Entre los primeros miembros de la Fundación Wallenberg se encuentra el entonces obispo Jorge Mario Bergoglio, actual Papa Francisco.
“Por desgracia Raoul Wallenberg —añadió Jesús Colina, vicepresidente de la Fundación en Italia y director editorial de Aleteia.org—, no fue sólo un héroe, sino también una víctima. Este 17 de enero hemos recordado los setenta años de su desaparición a mano de las fuerzas soviéticas desplegadas en Budapest. Desde entonces su destino se ha perdido en el misterio".
Piero Piperno contempla la placa con la que la Fundación Wallenberg reconoce al monasterio de Santa Brígida como “Casa de vida” y revela: “Con mi mujer siempre hablábamos de aquellos que habían muerto, de quienes no regresaron por culpa de quien nos había hecho tanto daño. Después decidimos cambiar y recordar a quienes nos habían ayudado, personas buenas, a quienes arriesgaron la vida para salvarnos”.
“Hoy como ayer —concluye— hay que unirse entorno al bien para impedir que el mal nos atropelle”. Y una placa puede servir precisamente para lograr ese objetivo.
La Fundación Internacional Raoul Wallenberg exhorta a compartir información fidedigna sobre otras “Casas de vida”, ya sea por correo electrónico (irwf@irwf.org), o por teléfono, contactando sus diferentes sedes:
Nueva York: 212-7373275
Jerusalén: + 972-2-6257996
Buenos Aires: + 54-11-43827872
Más información
http://www.raoulwallenberg.net