Los obispos de hoy están unidos a los apóstoles por una cadena ininterrumpida: esta relación es una garantía de fidelidad a través del tiempo y de unidad a través del mundo, y es a lo que llamamos sucesión apostólica.
1La generación de los apóstoles vio a Cristo resucitado
De entre sus discípulos, Jesús, tras una noche de oración, escogió a doce, cuyos nombres aparecen en los Evangelios. Habiendo desertado Judas, Pedro toma la iniciativa de proceder a su reemplazo. Después de echarlo a suertes, es Matías quien "fue agregado al número de los doce apóstoles".
Unos años más tarde, Saulo se beneficia de una aparición de Cristo resucitado en el camino de Damasco: se convierte en Pablo, el Apóstol por excelencia, sobre todo entre los paganos. El caso de Pablo es único: no se volverá a producir en la historia.
Hay por tanto algo de particular en esta primera generación : han sido "testigos oculares" (Lc 1,2); han "oído, visto, contemplado, tocado" (1 Juan 1,1). Lo que tenían que decir, lo dijeron.
Por eso “la Revelación está completa después de la muerte del último apóstol”. No hay que esperar otra Revelación, hasta el fin de los tiempos. “En estos últimos tiempos Dios nos ha hablado por medio del Hijo" (Hebreos 1,2).
2Donde predicaban, fundaron Iglesias
Los apóstoles se preocuparon de poder tener un futuro instituyendo, por la gracia de Dios, jefes de comunidad. San Pablo es testigo de ello.
Los Evangelios dan testimonio de Jesús hasta su Ascensión, cuarenta días después de la Pascua. Los demás escritos del Nuevo Testamento (Hechos de los apóstoles, epístolas y Apocalipsis) dan testimonio de la actividad de los apóstoles y de las comunidades, de las “Iglesias” que se fundaron.
Igualmente, los apóstoles se preocuparon desde el principio, no dejando a cada comunidad ir a la deriva, siguiendo cada una su inclinación natural.
Pablo evoca a las comunidades que fundó y les envía cartas: las conocidas “epístolas”. Las epístolas a los Tesalonicenses, el primer escrito del Nuevo Testamento, unos veinte años después de Pentecostés, hablan ya de “Iglesias” y de los que están “a su cabeza”.
En el Credo, se dice que la Iglesia es “apostólica”: es decir, está fundada sobre los apóstoles, el grupo de los Doce, y tiene, actualmente, como pastores, a sus sucesores.
La insistencia, en la fe católica, de la sucesión apostólica no data del Concilio Vaticano II. Fue valorada, en el siglo II, por san Ireneo, obispo de Lyon, en su tratado Contra las herejías:
“Podríamos enumerar a los obispos que fueron establecidos por los apóstoles en las Iglesias, y a sus sucesores hasta nosotros… Pero como las sucesiones de todas las Iglesias serían demasiado largas de enumerar, tomaremos solo una de ellas, la Iglesia más grande, más antigua y conocida por todos, que los dos apóstoles más gloriosos Pedro y Pablo fundaron y establecieron en Roma”.
3La “genealogía episcopal” es del orden del signo
La palabra “sucesión” no debe confundir. Un obispo no es “heredero” de su predecesor. A través del procedimiento que sea, es de Dios de quien recibe el encargo de “apacentar la Iglesia de Dios” y es capacitado para recibir este cargo por un don especial del Espíritu Santo, durante su consagración episcopal.
La palabra “geneaología” no está exenta de peligro. Pero tiene una ventaja: nadie puede pretender poseer la vida. Quien consagra a un nuevo obispo transmite lo que no le pertenece.
Igualmente, por la sucesión apostólica, a la vez colegial y personal, se puede localizar la continuidad con la generación de los primeros testigos y la cohesión en el interior de la Iglesia, a pesar y a través de la diversidad de culturas.
Después de enumerar a los sucesores de los apóstoles Pedro y Pablo, san Ireneo escribe:
“He aquí a través de qué continuación y sucesión la Tradición se encuentra en la Iglesia que a partir de los apóstoles y la predicación de la verdad ha llegado hasta nosotros.
Y la prueba más completa de que es una e idéntica a sí misma es esta fe vivificante que, en la Iglesia, desde los apóstoles hasta ahora se ha conservado y transmitido en la verdad”.