En la fiesta del Corpus Christi, millones de católicos dan testimonio de su fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía de un modo público, en las plazas y calles del mundo.
Este día remite también al Jueves Santo, en que se recuerda el histórico momento en que Jesús dio a sus apóstoles la gran misión de continuar celebrando la cena a través de los tiempos, con las palabras: "Haced esto en memoria mía".
Al decir esto, Jesús apuntó a una realidad fuerte: cuando se celebra la Eucaristía, no se trata de un recuerdo o representación simbólica, sino de un acto.
Es decir que cuando el sacerdote invoca el Espíritu Santo y repite las palabras de Jesús en la última cena, el pan y el vino se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo.
En el discurso del pan de la vida, Jesús es muy claro al respecto, al afirmar en Jn 6,51: "Y el pan que yo daré es mi carne para la salvación del mundo".
El milagro más grande
En cada misa sucede el mayor de los milagros, y la más importante de todas las apariciones.
El propio Jesús se hace presente para llenar con su gloria y poder el lugar donde se celebra la Eucaristía, como también a cada persona presente en este momento tan sagrado y sobrenatural.
La misa de Corpus Christi, con la procesión y bendición, es una oportunidad especial para avivar la fe en el amor de Dios.
Es Jesús en persona, que no queda encerrado en las paredes de una iglesia, sino que pasa en medio del pueblo, y santifica nuestras calles con su presencia.
Jesús vivo pasa cerca de ti, pon en acción el poder de la fe y con certeza experimentarás la bendición de Dios actuando en tu vida.
Origen de la fiesta del Corpus
Su origen está ligado a dos hechos del siglo XIII:
– Las revelaciones hechas a santa Juliana de Lieja, donde Jesucristo pedía una fiesta pública dedicada a la Eucaristía. En esta época era sacerdote, en esta diócesis belga, el futuro papa Urbano IV.
– El milagro eucarístico de Bolsena (Italia), sucedido en 1263
El sacerdote Pedro de Praga hacía una peregrinación a Roma. En ese viaje, paró para pernoctar en la ciudad de Bolsena, no lejos de Roma, y se hospedó en la iglesia de Santa Catalina.
A la mañana siguiente, celebró una misa y pidió al Señor que apartara de su mente las dudas sobre Su presencia real en la Eucaristía. Era difícil para él creer que en el pan y en el vino estaba el Cuerpo de Cristo.
En el momento en que elevó la hostia, esta comenzó a sangrar (sangre viva). Él, asustado, envolvió la hostia y volvió a la sacristía para avisar de lo que estaba ocurriendo. La sangre manaba, llegando hasta el suelo, al que cayeron varias gotas.
Del milagro le informaron al papa Urbano IV, que estaba en Orvieto. Y este mandó a un obispo a Bolsena para verificar la veracidad del hecho.
El obispo vio que la hostia sangraba y que el suelo, el altar y el corporal estaban todos manchados de sangre. Inmediatamente organizó una procesión para llevar el corporal del milagro a la presencia del Papa.
El Papa decidió ir al encuentro de la procesión. Cuando el obispo mostró el corporal manchado de sangre, el papa se arrodilló y dijo: “Corpus Christi” (Cuerpo de Cristo)!”.
En 1264, el papa Urbano IV, extendió la fiesta a toda la Iglesia. Y pidió a santo Tomás de Aquino que preparase las lecturas y textos litúrgicos que, hasta hoy, son usados durante la celebración.