Tarcisio Rubín optó para ir a Argentina por el viaje para los migrantes más pobres
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En la era de las redes sociales, éstas son espontáneo punto de encuentro para constatar la fama de santidad de quienes nos precedieron en este peregrinaje. Entre los testimonios que desde la Argentina afloran por estos días, resalta esta semana el del siervo de Dios Tarcisio Rubín, scalabriniano, cuya causa de beatificación acaba de ser reabierta en su provincia adoptiva, Jujuy.
La causa había sido iniciada en 2008 con el anterior obispo de Jujuy, monseñor Marcelo Palentini, pero tras su fallecimiento en 2012, tras una larga enfermedad, había quedado paralizada.
Para reimpulsarla, el pasado lunes 8 de junio se reconstituyó el tribunal y se celebró una santa misa en la catedral basílica del Santísimo Salvador. La Eucaristía fue celebrada por el obispo monseñor César Daniel Fernández y concelebrada por varios sacerdotes diocesanos y padres scalabrinianos, llegados desde distintas partes del país.
¿Quién era?
Tarcisio Rubín nació en un pueblo de Padua, Italia, el 6 de mayo de 1929. Menor de diez hermanos, al terminar la primaria entró al seminario scalabriniano.
Ordenado sacerdote el 21 de marzo de 1953, ese año fue destinado a la misión para migrantes de Berna, Suiza. Unos años más tarde, en 1969, fue destinado a trabajar con los migrantes italianos en la misión de Wuppertal, Alemania, y tras una experiencia en Palestina, fue destinado a la Argentina.
A Buenos Aires arribó el 9 de abril de 1974, con su ya marcado estilo austero. Optó por el viaje para los migrantes más pobres, en la última clase. Lo único que llevaba con él era su sotana puesta, un crucifijo, la biblia y el rosario.
Rápidamente se abocó al trabajo con los migrantes más marginados, especialmente, jujeños, bolivianos y chilenos de la zona mendocina.
En su labor pastoral en Mendoza, advertía cómo jujeños y bolivianos llegaban del noroeste argentino y eran migrantes "golondrinas" que al interrumpir la cosecha de caña de azúcar, durante los meses estivales bajaban a Mendoza para la vendimia.
Pero su labor allí conoció otro frente, por el que llegó a ser llamado el sacerdote para los sacerdotes. Es que se convirtió para el clero de Mendoza, aun sin tener cargo diocesano alguno, en un compañero y referente. Su ascética conmovía y para los retiros que preparaba, buscaba la colaboración además de un padre jesuita y un claretiano.
Estar cerca de los trabajadores “golondrina” lo llevó al norte argentino en tiempos muy difíciles para la historia argentina, con una bellísima carta de respaldo y recomendación del obispo de Mendoza. Sus misiones convocaban a distintas familias religiosas y presentaban exigentes esquemas, aunque flexibles a la inspiración del Espíritu Santo.
Compartía con los más pobres la vida. Llegó a dormir en el piso de galpones húmedos, envuelto en un poncho. Se prestaba a cualquier necesidad de la Iglesia, sin pensar dónde le tocaría dormir.
Sobre cómo dormía, testimonios de personas que debían asear su cuarto relatan que su cama estaba mayormente intacta, lo que hacía suponer que dormía en el piso. Además, muchas eran las noches que pasaba en la calle o en las estaciones de tren para estar cerca de los migrantes.
Pese a la tuberculosis que le aquejaba, no bajó el ritmo de trabajo. La mañana del 3 de octubre de 1983 fue encontrado muerto, frente al altar y ante el Santísimo. Estaba en una escuela de Alto Calilegua para celebrar las fiestas patronales.
Tras la reapertura de la causa de beatificación del padre Rubín, se continuará con la investigación diocesana, y se aunarán los testimonios recolectados en Mendoza y Jujuy.
El acto, “emocionante y lleno de esperanza”, como lo definió el obipo, es el puntapie para un camino que podría confirmar lo que se percibe en el testimonio de quienes lo conocieron: la santidad de Tarcisio Rubín.