Lo primero es pedir por ellos
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Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen?¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Mt 5, 43-48
Lo primero que estamos llamados a hacer a quienes consideramos nuestros enemigos es pedir por ellos. Evidentemente no es fácil, requiere decisión y poder distinguir no solo a quienes son distintos sino a quienes son contrarios.
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En un mundo narcisista, a veces la diversidad se ve como oposición cargada de agresividad. En este sentido, a quienes se oponen en el modo de mirar, se los considera enemigos, cuando es en la diversidad de miradas donde se puede encontrar un camino.
¿Quién puede decir en nuestra sociedad postmoderna tan fragmentada que tenga la respuesta de por dónde encontrar el camino? El diálogo plural enriquece a las personas y a los grupos en la medida en que se interrelacionan.
Hay enemigos contrarios cargados de agresividad que generan exclusión, y por otro lado, diversos complementarios que se enriquecen.
El mal siempre se vale de personas que hacen la fuerza de la enemistad. Ahí en el discernimiento tenemos que distinguir entre las personas, agresivas y violentas, y ellos como instrumentos del mal.
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A quien hay que cerrarle la puerta es al enemigo, nuestro único adversario, no a las personas. En relación a esto, es la invitación de Jesús a rezar por los enemigos.
Oramos por los enemigos para que el mal no se instale en medio de nosotros buscando romper las relaciones de armonía con las que Dios nos quiere viviendo en el don de la fraternidad.
Enemistad es cuando las relaciones se hacen violentas y no se pueden contener las miradas complementarias; es distinto a la diversidad que supone que pensamos distinto pero eso no nos hace enemigos.
Pedir por nuestros enemigos, supone que aquellos que nos son hostiles ingresen a lo profundo de nuestro corazón.
Esto es muy doloroso, porque cuando experimentamos que somos odiados, no dan con la verdad, y eso duele. Uno naturalmente, y saludablemente, tiende a distanciarse de quienes le odian.
El límite ayuda a la buena relación, y nos permite marcar una diferencia para que el otro no supere esa raya. Los límites son sanos y sanadores de las relaciones.
Orar por los enemigos
Sobre los lugares de enemistad queremos invocar el perdón y pedir el don de la reconciliación que sólo es posible por la intervención de Dios que limpia el terreno.
Es muy difícil incorporar en los ámbitos de oración e intimidad a nuestros enemigos y seguir amándolos dejando el odio de lado.
Cuando oramos por los que nos hicieron daño rescatamos a la persona en el corazón, diferenciando a la persona de quien lo utiliza para la enemistad.
La oración nos lleva por un camino de discernimiento. Lo mismo ocurre cuando nosotros hemos hecho daño a otros: también podemos rescatarnos a nosotros mismos de esa fuerza de la acción del mal que nos utilizó. Es un camino concreto que nos lleva a la conversión, viendo cómo a los ojos de Dios no somos más dignos que otros.
La oración por los enemigos nos da un corazón que no conoce la violencia y descubrimos que ya no podemos sentir rencor hacia aquellos por los que hemos rezado de corazón. Vemos que comenzamos a hablar diferente con ellos y la cercanía comienza a verse como un horizonte no tan lejano.
No es tan sencillo perdonar de corazón y hace falta una gracia muy particular: la de Jesús en la cruz cuando pide al Padre que los perdone porque no saben lo que hacen.
El perdón tiene que estar instaurado en tu corazón siempre porque el perdón hermana, estrecha vínculo, reúne a los diversos, hace que quienes piensan, viven y creen distinto se unan y se complementen.
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Nosotros hemos confundido en la convivencia cotidiana la enemistad con la diferencia. No entendemos el valor de la diversidad.
Es en el diálogo interpersonal de un yo y un tú donde el nosotros nos devuelve la más clara identidad. Esto no lo entiende una sociedad que ha querido construir sobre la base del individualismo al sujeto.
El mundo “yoista” ha errado en el camino de construir a la persona aislándola, quitándole la posibilidad de relacionarse con otros sin que sea por la competencia.
¿Se puede mirar desde diferentes perspectivas? Sí, siempre y cuando tengamos presente que hay un bien superior que nos supera. El don del perdón nace de una presencia paterna que nos hermana en las diferencias.
Es bueno en nuestras relaciones conflictivas ponerle nombre al diablo que anda rondando… Al identificar sus garras, no soporta ser descubierto, y comienza su huída. Se llama indiferencia, o agresividad, o se llama violencia lo que nos separa, o falta de espacios…
La vida en la comunión con otros se produce en la medida que confesamos los demonios que buscan colarse en medio nuestro para dividir.
Nosotros no somos eso, sí somos manipulados por esa fuerza, pero al reconocerlo y ponerle nombre, comienza a desaparecer.
Orar, orar y orar por los enemistados nos permite superar lo que nos distancia y encontrar lo que nos acerca, lo que nos complementa y enriquecernos. Es renunciar a mi mezquindad para que Dios obre con su corazón superador.
Rezar implica poner frente a la luz de Dios decir yo soy un hombre y vos sos Dios, a mí me sale hasta acá, el resto te toca a vos. Cuando yo oro por mi hermano, quito de en medio al que nos separa, y pongo en su lugar al que cree en la comunión.
El hombre no es un alguien que de tanto en tanto comete un error, sino que tiene una herida que lo hace tropezar y Dios tiene una voluntad que lo pone de pie.
Los hombres no somos de vez en cuando pecadores, sino que somos pecadores, y Dios es amor. Saber eso nos permite vivir en sus brazos.
Amar a los que los odian, que no es de cualquier manera, sino que supone poner límites, amar desde la diversidad, amar sin querer meterlo al otro en mis esquemas, amar sin violentar…
Por el padre Javier Soteras
Artículo originalmente publicado por Radio María