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¿Vives cumpliendo expectativas? Descubre lo que de verdad eres

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/07/15
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A veces creo que vivo respondiendo a lo que los demás esperan de mí, acatando límites y directrices

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Nuestros ideales son motores interiores. Es la fuerza interior que marca mi vida y tiñe mi actuar. Los sueños que tenemos mueven el alma a la acción. Nos sacan de la comodidad en la que caemos cuando nos dejamos vivir por otros.
 
Al contemplar nuestra vida descubrimos la luz que brilla en el interior. Entonces es más fácil ver dónde fallamos, hacia dónde vamos, qué deseamos, dónde lo hacemos bien.
 
El ideal está dentro de nosotros mismos, no fuera. Es la semilla sembrada que dará un árbol inmenso con el paso del tiempo, si creemos. A veces me falta fe en el poder de la semilla, en el poder del ideal. Me cuesta creer en lo que puede llegar a ser si yo le dejo.
 
A veces podemos tratar de encorsetar la vida. Tratando de sacar normas de validez universal. O tratando de meternos en un molde, en algo que yo no soy. Otras veces intento que los otros se amolden a lo que he visto que es bueno o a mí me funciona.
 
El otro día leía un artículo de Bianca Sparacino:
 
La vida no es como una línea recta. Ni se trata de un conjunto de horarios y gráficos. No tiene nada de malo que no hayas acabado tus estudios al cumplir cierta edad, o no te hayas casado, encontrado un trabajo estable, o hayas empezado tu propia familia.
 
Va muy bien entender que si no te has casado a tus 25-30, no te has convertido en vicepresidente a los 33, o aún no has encontrado la felicidad a X edad nadie va a juzgarte (y si lo hacen no importa, porque es tu propia vida, no la de alguien más).
 
Puedes retroceder en cualquier momento, puedes detenerte y encontrar lo que te inspira; tienes derecho a tomarte un tiempo. Por alguna razón muchos lo olvidan”.
 
Es verdad. Vamos viviendo la vida saltando vallas, cumpliendo pruebas, solucionando problemas. El crecimiento no es lineal, más bien es en espiral. Siempre un poco más, siempre volver a lo que creíamos ya superado.
 
Pero a veces creo que vivo respondiendo a lo que los demás esperan de mí. Acatando límites y directrices. Obedeciendo sin querer obedecer. Y no vivo de esa forma como quiero vivir de verdad.
 
No me tiene que importar no cumplir las expectativas del mundo, no estar a la altura, fracasar, desilusionar a otros, defraudar, incluso escandalizar. Es importante descubrir, eso sí, quién soy en lo más hondo de mi ser.
 
Y saber también quién puedo llegar a ser si tengo fe en lo que hay en mi interior. Si tengo una actitud que marca mi actuar. Una luz que brilla e ilumina mis pasos en medio de la noche.
 
Escribe O.G. de Cardedal: “El hombre es verdaderamente hombre por lo que es y por lo que puede llegar a ser; por lo que posee en el presente y por su capacidad para extenderse en la memoria hacia el pasado y en la esperanza hacia el futuro; y, sobre todo, por lo que puede llegar a ser desde la relación con otros. El hombre podría ser definido como el ser de horizontes y fronteras, de límites y grandes ideales”.
 
En esta tensión se mueve mi vida. Los límites impuestos. O los que yo me impongo. Y las posibilidades infinitas de esa fuerza interior que me marca un horizonte infinito.
 
Dios piensa en grande al pensar en mí. Dios cree en todo lo que puedo llegar a ser cuando no soy mediocre, cuando no me conformo con los mínimos.
 
Me gustaría tener siempre un alma grande. No conformarme con una vida cómoda. Aceptar los desafíos con un corazón valiente. Exponerme sin miedo al fracaso. Dar sin temor a no tener yo luego. Esperar cuando muchos me dicen que no merece la pena esperar nada. Sí, horizontes amplios. ¿Hasta dónde llegan los horizontes que marca mi corazón? ¿Hacia dónde navego? ¿Qué horizonte infinito me seduce?
 

Pero también sé que tengo una tendencia opuesta que me hace pecar, caer, detenerme y dejar de soñar con nuevas playas. Esa debilidad manifiesta que entorpece mi marcha. Esa tendencia que me sorprende siempre de nuevo porque no acabo de conocerme.
 
Sabemos cuándo somos fieles a nuestra misión, a nuestra vocación y cuándo perdemos de vista esa luz y nos dejamos llevar por nuestra comodidad.
 
A la luz de lo que soñamos vemos nuestras debilidades fundamentales. Ante la luz del sol, es verdad, desaparecen las estrellas de la vista. Pero siguen existiendo, no han muerto. Está ocultas por la luz del sol. Pero siguen ahí, agazapadas.
 
Son esas debilidades que ya no nos escandalizan. Porque estamos hechos para lo eterno, porque nuestros límites son infinitos. Nos da paz saber que Dios construye sobre lo que ya hay, no sobre lo que sería mejor para construir.
 
En mi alma hay piedras y arena. Luz y oscuridad. Dios nos acepta como somos y comienza a tallar una verdadera obra de arte con lo que Él mismo ha creado. Sí, no se extraña de nuestra pobreza. Sabe perfectamente cómo somos. No tiene un molde.
 
Se deja sorprender. Se admira cada mañana al vernos respirar y emprender con alegría un nuevo camino. Le conmueve nuestra fragilidad. Y ese deseo nuestro de dar la vida, aunque luego la perdamos. Se emociona al vernos caminar con pasos torpes. Tropezar de nuevo. Volver a empezar. Nos abraza por la espalda. 

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