A 100 años de la masacre de los armenios y a 70 del derribo de Auschwitz, la historia de un hombre que tuvo el valor de enfrentar a Hitler
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La historia a veces da extrañas vueltas. Le puede suceder a un hombre asistir a la masacre de inocentes, ser testigo no sólo de un genocidio, sino de dos, y escoger de qué parte estar. Le ocurrió a Armin Theophil Wegner, un militar, un escritor y un defensor de los derechos humanos alemanes.
Nació en 1886 en una rígida familia prusiana, Armin era sensible a las letras, al arte, componía poesías y se propuso volverse escritor, pero escogió enrolarse en el ejército como paramédico para “tener el timón de mi vida en mis manos”.
Entre 1914 y 1915, mientras se llevaba a cabo la I Guerra Mundial, el joven subteniente del cuerpo sanitario alemán se encuentró en el destacamento de la sexta armada del Imperio otomano, de la que Alemania era aliada, desplazado a lo largo de la vía ferroviaria hacia Baghdad, entre Siria y Mesopotamia. Ahí asistió a las marchas de la muerte del pueblo armenio: jóvenes y ancianos, mujeres y niños, arrastrados al desierto de Anatolia para morir de miseria, condenados por la ideología nacionalista del gobierno de los Jóvenes Turcos.
Foto del archivo Wegner
Los rostros tomados por la lente de Wegner entregan a la historia el sufrimiento de un pueblo no menos que las imágenes de los muertos.
Wegner no logró cerrar los ojos frente a tanto sufrimiento y se vuelvió el testigo conciente de la primera limpieza étnica documentada de los tiempos modernos. Desobedeció las órdenes que imponían esconder las noticias de las masacres, recogió apuntes y documentos de los campos de deportación de Deir Ez-Zor, aceptó entregar cartas de los deportados. Sobretodo, sacó cientos de fotos: la mayor parte fueron confiscadas, pero cuando los alemanes, a petición de los turcos, lo llamaron de vuelta para Alemania, logró venturosamente llevar muchas a Occidente, escondiendo los negativos en el cinturón y salvando así una de las pruebas más importantes que se tienen hoy sobre el genocidio de los armenios.
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En los años sucesivos a la Primera Guerra Mundial, Wegner organizó conferencias en Berlín y publicó textos en los cuales cuentó las atrocidades cometidas a los armenios, llegando a dirigir una carta abierta al presidente de los Estados Unidos, Thomas Woodrow Wilson, en 1919. Ninguno podía imaginar entonces que lo que había pasado a los armenios habría sido una especie de prueba general de los genocidios del siglo XX.
Sólo Hitler, que tenía en mente el holocausto cuando dijo en 1939: “¿Quién se acuerda hoy de la masacre de los armenios?”.
El ascenso del nazismo en Alemania marcó el inicio de la discriminación de los judíos. Wegner, nuevamente, no quedó indiferente: en 1933 escribió una carta a Adolf Hitler en que explicó al canciller del Reich cómo la persecución de los ciudadanos alemanes de raza judía estaba destinada a ser un boomerang para el país.
“¿Sobre quién caerá un día el mismo golpe que ahora se quiere asestar a los judíos, si no sobre nosotros mismos? Después que los judíos se han integrado perfectamente, contribuyendo a acrecentar la riqueza de Alemania, si se quiere eliminar su presencia conducirá necesariamente a la destrucción de los valores alemanes y de nuestro carácter moral”.
Y de manera casi profética:
“Con la tenacidad que ha permitido a este pueblo volverse antiguo, los judíos lograrán superar este periodo, pero la vergüenza que encontrará a Alemania a causa de eso no será olvidada por mucho tiempo”.
Después de la publicación de la carta, Wegner fue arrestado por la Gestapo, encarcelado y torturado. ¿Fue una ingenuidad pensar que podía convencer a Hitler de cambiar idea sobre los judíos? El hijo de Wegner, Mischa, da testimonio del profundo sentido de justicia que animaba a su padre.
Misha Wegner recuerda la determinación del padre
El 10 de mayo de 1933, en varias ciudades alemanas, los nazis quemaron en una gigantesca hoguera los libros de los escritores no gratos, entre los cuales estaba Wegner. El escritor fue internado en varios campos de concentración nazis. Tras ser liberado, se fue a Roma donde vivió hasta su muerte en 1978. En su casa sólo había libros alemanes, con la añoranza que nunca desapareció de su patria y su cultura.
Misha Wegner: “Lo que une a todos lo que sufren un genocidio es el ser expulsados por su propio pueblo. Es lo que le sucedió a mi padre”.
¿Se puede hablar de Wegner como un héroe sin mancha y sin miedo? Es más justo describirlo como un hombre que amaba profundamente la vida y creía en el deber de denunciar las injusticias porque “quien hace daño a los demás, hace daño a sí mismo”.
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En 1967 Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén, atribuyó a Wegner el título de “Justo entre las Naciones”. Armenia lo condecoró de la Orden de san Gregorio el Iluminador y, tras la muerte, tomó parte de sus cenizas honorándolo con un funeral póstumo en la Flama Eterna del Memorial del Genocidio Armenio.
La inscripción sobre la piedra de la tumba de Wegner evoca las palabras atribuidas al Papa Gregorio VII en 1085:
Amavi iustitiam odi iniquitatem. Propterea morior in exsilio
He amado la justicia y odiado la iniquidad. Por eso muero en el exilio
Una herencia que sigue actual frente a las tragedias de nuestro tiempo.
Misha Wegner: la pregunta que todos se deberían hacer.