De pequeño agradar a Dios parecía tan sencillo… de grande este anhelo se convierte en una batalla cotidianaEl buen Dios me ha enseñado muchas cosas. Sobre todo el silencio, cuando deseo responder una ofensa. Callar y ofrecer. No imaginas cuánto me cuesta.
Aceptar que las cosas ocurren para bien de los hombres, aunque no podamos comprenderlas. Esto me cuesta más.
Sonreír y tener caridad cuando alguien te lastima. Para mí es casi imposible. Pero procuro hacerlo, por Jesús.
Aconsejaba el Papa Juan XXIII:
“Comprender, no criticar”.
Siento que apenas gateo, cuando ya debiera correr, en la fe y la esperanza.
Qué difícil es el camino que lleva a Dios, y es a la vez tan dulce y lleno de esperanza.
Es el único que quiero andar. Ningún otro te hará feliz.
De pequeño, mi mayor ilusión era ser santo, para agradar a Dios. Todo parecía tan sencillo. Vivía sumergido en su ternura y su amor. De grande, este anhelo se convierte en una batalla cotidiana, contra uno mismo, tratando de ser mejor.