El sacramento de la reconciliación debe conmover al creyenteUna confesión que sea eficaz, ¿qué requisitos debe tener?
Hemos seleccionado del libro La Confesión, Sacramento de la Misericordia, del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización (ediciones San Pablo), cinco características que hacen único y eficaz el sacramento de la Reconciliación.
1. Debe formar la conciencia
El sacramento de la Reconciliación tiene como presupuesto la necesaria formación de la conciencia. La expresión indica una fe que se convierte en saber.
Para el cristiano se trata, sobre todo de comprender el significado de lo que sucede, sobre todo en la propia vida, en una comprensión que actúa con Dios y a través de Él.
La vida cristiana se realiza en el Espíritu Santo, por amor de Cristo, iluminada por su Palabra: para el creyente, el conocimiento de sí y del mundo es, por tanto, una obra de discernimiento espiritual.
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¿Qué es el discernimiento?
¿Cómo se forma la conciencia? Haciéndola caminar por un sendero que se adentra en la verdad del hombre, aquel que es imagen de Dios.
En esta óptica, el reconocimiento de los propios pecados (cada pecado tiene una visión falsa de sí mismo) es solo una etapa en este largo recorrido de sí mismo y de Dios. Un sendero difícil pero al mismo tiempo bello y convincente.
El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que la conciencia está formada, educada, recta y verdadera cuando está “en conformidad con el verdadero bien querido por la sabiduría del Creador (CCC 1783), y esta educación “es un deber de toda la vida” (CCC 1784).
2. Debe educar en el sentido de la penitencia
Siempre es una buena ocasión para poder redescubrir el valor y la belleza del Sacramento de la Reconciliación.
Cuando el hombre ya no se reconoce pecador, no hace nada para evitar el pecado y ponerle remedio y la gracia de la salvación es insignificante para él.
En este caso, el creyente pierde la conciencia de la Pascua del Señor y del motivo de su muerte en la Cruz. Su vida de fe resulta vacía y sin vida.
La Reconciliación debe educar, por tanto a desempolvar el sentido de la penitencia de cada uno de nosotros.
3. Debe llevarnos de vuelta al amor
En la verdadera penitencia nuestra única acción es hacer espacio para que Él actúe en nosotros.
Exactamente la dinámica que caracteriza toda auténtica relación amorosa: “Sí, el amor es éxtasis”, pero éxtasis como camino, como éxodo permanente del “yo” encerrado en sí mismo, hacia la liberación en el don de sí. Es realmente el reencuentro con uno mismo, hacia el descubrimiento de Dios” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 6).
Es el camino que conduce directamente a buscar y a amar el sacramento de la penitencia.
El Catecismo de la Iglesia Católica selecciona muchas formas de penitencia y actitudes penitenciales que favorecen la conversión.
De las propuestas más clásicas del ayuno, de la oración y de la limosna a otras invitaciones que son rechazadas como prácticas de caridad, gestos de reconciliación, cuidado de los pobres, compromiso en la defensa de la justicia y del derecho, corrección fraterna, lectura de la Sagrada Escritura, ejercicios espirituales, liturgias penitenciales y peregrinaciones (CCC 1434-1438).
4. Debe recuperar la solidaridad
El perdón de Dios no termina en el pecador arrepentido, sino que a través de él se irradia a toda la comunidad transformando las relaciones interpersonales y imprimiendo a toda la Iglesia un estilo de vida que la caracteriza como “Pueblo de Dios”.
Por esto, los creyentes son exhortados, sobre todo, a eliminar de las comunidades eclesiales todas las manifestaciones que contrasten con la solidaridad que debe reinar en ella.
El creyente puede acoger y perdonar porque sabe que, antes que nadie, ha sido él el perdonado y acogido incondicionalmente por Dios. El perdón, por tanto, es un bien gratuito que hay que compartir con los hermanos.
5. Debe estimular la “corrección fraterna”
Recorrer un camino de descubrimiento y de conversión en la propia identidad de comunidad universal de salvación lleva a que el Evangelio llegue a todo hombre en todos los hombres.
En este camino, la “corrección fraterna” juega un papel de especial importancia y de difícil actuación. La corrección fraterna mira exactamente a la reconciliación para la edificación de la comunidad.
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¿Es lo mismo juzgar que corregir al otro?
Hablando de las primeras comunidades cristianas, las cartas del Nuevo Testamento presentan numerosas expresiones de hermandad, en el que aparece como un estribillo el vínculo de “unos con otros”.
Está así marcado el ámbito en el que se debe usar y medir la corrección fraterna: competir en ver quien quiere más al otro (Rm 12,10), tener los mismos sentimientos por todos (Rm 12,16), acoger a todos (Rm 15,7).