Cómo nacieron y han cambiado estas celebraciones católicas a lo largo de los siglos hasta hoy
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La Cuaresma no es solo un tiempo litúrgico. Lo que los católicos viven esos 40 días es una parte esencial de la vida misma, el camino hacia la Pascua.
Desde que Abraham dejó su tierra en busca de la tierra prometida atravesando el desierto, la vida humana es una llamada de Dios hacia una meta en cuyo camino, todo lo que sucede, puede y debe conducirnos hacia a ella, si aprendemos de cada experiencia y nos dejamos guiar por el Espíritu Santo.
La fiesta de la Pascua, cima del año litúrgico, está precedida de una preparación de 40 días (Cuaresma) y una prolongación de 50 días (la cincuentena pascual).
3 factores intervienen en el desarrollo de la Cuaresma como tiempo de preparación a la Pascua:
- La preparación de los catecúmenos al Bautismo en la Vigilia Pascual,
- la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el triduo pascual y
- la preparación de toda la comunidad a la gran fiesta de la Pascua.
A mediados del siglo II se fijó un domingo como aniversario de la pasión de Cristo y aunque se relacionó con la Pascua judía, no coincidió en el mismo día porque el papa Víctor (189-198), tras una fuerte controversia, fijó la pascua cristiana el domingo siguiente al 14 de Nisán, fiesta de la pascua judía.
El evangelista san Juan es quien da el sentido de la pascua cristiana (Juan 13,1): la comunidad pasa con Cristo de este mundo al Padre, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida.
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Desarrollo de un tiempo litúrgico especial
Comenzó con un ayuno comunitario de dos días (viernes y sábado) que unidos al domingo dieron lugar al “triduo pascual”.
A mediados del siglo III se extiende el ayuno a las tres semanas precedentes durante las cuales se preparaban los catecúmenos para el bautismo en la noche pascual.
Durante este tiempo se realizaban los escrutinios de estos candidatos al sacramento del bautismo y las catequesis para el catecumenado basadas en el evangelio de Juan, orientadas a la apertura de los sentidos cristianos: samaritana (hambre y sed), ciego de nacimiento (vista), Lázaro (tacto) y la curación del sordo mudo (oído y boca).
A finales del siglo IV el triduo se extiende al jueves, el día para la reconciliación de los penitentes al que más tarde se le agrega la celebración eucarística.
Debido a esta celebración en el Jueves Santo, para tener los cuarenta días de ayuno antes de la Pascua (ya que el domingo por ser el día del Señor no se ayunaba), se comenzó la Cuaresma el Miércoles de ceniza.
Desde finales del siglo XI con la desaparición del catecumenado, el bautismo de adultos y también la penitencia pública, comienza a extenderse en la Iglesia la costumbre de imponer la ceniza como señal de penitencia.
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La Cuaresma pasa por un largo período en el que se aparta de su espíritu sacramental y comunitario y el acento se pone en el ayuno y la abstinencia.
Con el Concilio Vaticano II y la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia se da una reforma litúrgica de la Cuaresma (Cf. SC 109-110) que hace resaltar el sentido bautismal y penitencial de este tiempo.
Hoy se viven estos cuarenta días como un tiempo de retiro y renovación personal y comunitaria. Durante este tiempo los cristianos reflexionan profundamente sobre la necesidad de una vida cada vez más coherente con el mensaje evangélico.
Algunas coordenadas para vivir este tiempo de gracia
– Conocer más sobre el Misterio Pascual y los sacramentos.
– Fomentar un mayor contacto con la Palabra de Dios. Aprender y practicar la Lectio Divina con los textos cuaresmales.
– Participar con más frecuencia en la Eucaristía, en las celebraciones penitenciales y, sobre todo, en la recepción del sacramento de la penitencia. “Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón”, dice Francisco.
– Practicar las obras de misericordia corporales y espirituales
– Asistir a retiros espirituales y peregrinaciones. Rezar el Viacrucis y el Rosario con la familia y la comunidad.
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Dice el papa Francisco: “Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida. Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Ante el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los afectos, la vida misma. (…) Dios no se cansa de tender la mano. Está dispuesto a escuchar, y también yo lo estoy, al igual que mis hermanos obispos y sacerdotes. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia” (Misericodiae Vultus No. 19).