Una bella historia cedida a Despacho Pro familia
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Mi hijo se casa, me pide lo acompañe a comprar el anillo de compromiso, le interesa mucho mi opinión imaginando que será la misma de su prometida, quiere ver en mi cara y mis expresiones el anticipo de la alegría e ilusión de su amada, quien orgullosa de su amor, lo lucirá escuchando exclamaciones de aprobación con frases como: ¡qué bonito!, ¡qué discreto y elegante!, ¡qué buen gusto!, etc. Invertimos un buen tiempo en tomar la decisión, es un bello anillo que observamos hasta el último instante antes de que lo pongan en su estuche y lo empaquen.
Mi hijo es un profesionista que despega al éxito y hace un noble esfuerzo por gastar lo más que puede en su adquisición, pienso que hace bien, siempre que distinga entre el precio y el verdadero valor que él y su futura esposa le den a la prenda. Sé muy bien, que lo que realmente une no está en el vínculo que se adquiere por el solo consentimiento, sino en la calidad del vínculo que se adquiere por el compromiso hecho vida.
De regreso a casa, yo guardo silencio en mis recuerdos mientras encuentro las palabras para un dialogo intimo con él, y así, contarle la historia de un anillo de compromiso que ha cubierto a él y a sus hermanos son su protectora sombra de amor. Detenemos el tiempo en un café, es una hermosa tarde.
Su padre, al pedirme en matrimonio era un modesto empleado, así que tenía unos ingresos muy modestos, como muy modesta fue nuestra boda. Fue nuestra decisión escoger juntos el anillo, también con gran ilusión. Era, a nuestros ojos, el más bello de cuantos pudiera haber, y el precio no nos preocupó al momento de pagarlo, pues lo escogimos entre los más baratos que encontramos después de recorrer varias joyerías.
Fui la mujer más feliz del mundo cuando lo coloco en mi dedo diciéndome: te quiero solo a ti con todas las fuerzas de mí ser y para siempre, yo le conteste con las mismas palabras muy consciente de que nos dábamos y acogíamos mutuamente como el más valioso don. La sortija se convertía desde ese momento en el símbolo de la unión íntima de nuestros seres, muy lejos de lo que caduca, de lo trivial y pasajero.
El tiempo nos dio la razón, era y es, un maravilloso anillo, no de fino diamante, sino de real y verdadero compromiso. El más valioso de los anillos.
Empezamos así nuestra historia de amor, con pocos medios económicos y un compromiso sin límites, porque el amor depende de la voluntad, y esa generosidad puede permitírsela el último de los pobres. Por nuestra amorosa voluntad, el nuestro ha sido un amor pleno y total que ha conyugado las cualidades de nuestra naturaleza personal como varón y como mujer, en una armonía cuyas notas de exclusividad e indisolubilidad, han nacido de la más fiel de las entregas.
Un amor pleno, porque ante los inevitables claroscuros de nuestras vidas, nos hemos amado y apoyado en cada bondad de nuestras diferencias espirituales, psicológicas y biológicas.
Sobre todo, no nos reservamos jamás a las consecuencias de la naturaleza de la feminidad y virilidad para procrear responsablemente a nuestros hijos, viendo en ellos la extensión de nuestro amor.
Un amor total, porque nuestro amor personal como varón y como mujer ha de abarcar toda nuestra vida, hasta la ancianidad si Dios lo permite, pues sin los rasgos de la natural pasión de la juventud, la virilidad y la feminidad en la vejez se desarrollan y expanden en otros aspectos de especial delicadeza, como la ternura y la afectividad reposada que dan los más bellos matices a la ayuda mutua del amor profundo, en ese: amarse y respetarse todos los días de su vida.
Mi anillo ha adquirido y seguirá adquiriendo un gran valor con el tiempo.
Porque es el símbolo de entrega a un amor que habrá de seguir creciendo hasta que la muerte nos separe y nos volvamos a encontrar en el cielo, pues el auténtico amor conyugal tiene sabor de eternidad.
Mi hijo me ha escuchado muy atento con un húmedo brillo en su mirada.
Yo en cambio, termino mi charla sin intentar contener lágrimas de emoción, al haber revivido lo afortunada que he sido en el amor. Mi hijo me abraza estrechamente y besa mi anillo, mi corazón me dice con certeza que siempre lo supo.
Por Orfa Astorga de Lira, Orientadora familiar, Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.
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