Uno de los máximos expertos del texto de San Juan, el profesor Giancarlo Biguzzi, experto de Exegesis del Nuevo Testamento, en conversación con Aleteia, explica la simbología del Apocalipsis, contextualizando históricamente los mensajes que quiso transmitir el apóstol.
Las cartas de Juan
El Anticristo, explica Biguzzi, “no se cita nunca en los textos bíblicos, excepto en las cartas de san Juan (tres versículos de la Primera carta de Juan, 2,18, 2,22 y 4,3; y un versículo de la Segunda carta de Juan, 7), y se utiliza en plural, o sea, anticristos. Alude a aquellos que negaban la venida de Cristo en la carne”.
Y sin embargo, cuando hablamos de esta figura, el Anticristo, “viene a la mente, por ejemplo, el fresco “Predicación y muerte del Anticristo”, realizado en torno al 1499-1502 por Luca Signorelli en el Duomo de Orvieto; o imágenes de monstruos dispuestos a desencadenar el fin del mundo. Pero esto no se corresponde con lo que dicen, en cambio, las Sagradas Escrituras”.
El hombre impío
Sin embargo, los intérpretes del Apocalipsis y de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses (2,1-12), establecieron el vínculo entre este nombre y el enemigo de los últimos tiempos, descrito por San Pablo en esa carta, al que llama “Hombre Impío”. Así que en este caso, la figura existe, pero no se la llama Anticristo. San Pablo no usa ese término.
El Dragón
En cuanto al Apocalipsis, explica el biblista, “este texto habla de una triada anti-divina que parodia a Dios en todos sus aspectos; pero no de profecías sobre el fin del mundo, ni mucho menos, como decíamos antes, de Anticristos que están llegando a la tierra”.
La primera de estas tres figuras es el dragón, claramente identificado por el autor con Satanás; ya que entre los títulos con que etiqueta al dragón está también el de Satanás. Este combate tres batallas en las que es derrotado por Dios.
En la primera batalla quiere devorar al hijo de la “mujer vestida de sol”. Así presenta Juan a esta mujer: Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol; con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz” (Apocalipsis 12,1-2). Inmediatamente después, Juan introduce al enorme Dragón rojo que intenta devorar al hijo de la mujer que acaba de nacer. El hijo es llevado a salvo junto al trono de Dios.
A pesar de la derrota, el dragón tiene un tiempo en el que se le permite desencadenar otras batallas; y va a perseguir a la madre del niño, la “mujer vestida de sol”, a la que se le dan dos alas de águila para volar y huir al desierto, donde encuentra refugio ante el asalto del dragón.
En la tercera batalla, el dragón se enfrenta con los hijos de la mujer (que simbolizan al pueblo de Dios); pero este enfrentamiento no ha terminado (Apocalipsis 12, 17-18). Al final del capítulo se lee que el dragón se detuvo en la playa marina. Y en ese momento surge la segunda figura de la triada anti-divina, encarnación del poder político desproporcionado, corrupto y corruptor.
Monstruo del mar
La segunda figura (Apocalipsis 13,1) tiene diez diademas (en la antigüedad la diadema era símbolo imperial, como la corona es el símbolo real de un soberano). Esta bestia, que viene en ayuda del dragón, simboliza por tanto un enorme poder político. Es como si tuviese el control de diez imperios. Satanás, expulsado del cielo a la tierra, se insinúa así en el poder político, que puede ser demoniaco, diabólico.
El Apocalipsis llama a este ser, la bestia que viene del mar. Todo está ambientado en la Turquía actual: la isla de Patmos en donde Juan dice haber tenido visiones forma parte de Anatolia (nombre antiguo de Turquía), y la bestia proviene del “mare nostrum”, el mar Mediterráneo.
“La bestia encarna el enorme poder político de Roma y de los romanos – observa Biguzzi –. No estamos al final de los tiempos, sino en medio de los tiempos”.
Monstruo de la tierra
Y surge la tercera figura, la bestia que viene de la tierra (Apocalipsis 13,11). La tierra en cuestión es Turquía, la antigua Provincia romana de Asia. Allí estaba fuertemente arraigado el culto del soberano: desde los tiempos de Alejandro Magno, se había desarrollado la divinización del poder político y de sus descendientes.
“Mientras en ese momento Roma era prudente al dar títulos al emperador, constantemente bajo la presión del Senado – prosigue el experto del Apocalipsis –; en Oriente el culto estaba muy desarrollado: el soberano era adorado, divinizado”.
De aquí surge “un mensaje contra el poder político romano, y contra el culto del emperador en Anatolia: el problema del Apocalipsis es el de la idolatría, el mensaje es claro: no hay que adorar al emperador, sino a Dios.
La bestia que viene de la tierra hace propaganda religiosa a favor de la bestia que viene del mar: quien no la adora es asesinado, muere de hambre. “Es precisamente este el emblema de la presión política, económica, de los falsos profetas, es una inducción a adorar el poder del emperador y no el divino”, dice Biguzzi.
Babilonia y Jerusalén
Al término de la batalla entre Dios y la triada anti-divina, el que se pone de una parte tendrá que participar en el lamento fúnebre en tres escenas sobre la ciudad de Babilonia (Apocalipsis 18 – 19). Esta ciudad no fue elegida por Juan por casualidad.
Los cristianos de las siete Iglesias veían a Babilonia “Estaba vestida de lino fino, de púrpura y de escarlata, resplandeciente de oro, de piedras preciosas y de perlas (18,16), y veían fluir hacia ella “objetos de oro y de plata; piedras preciosas, perlas, telas de lino y de púrpura, de seda y de escarlata […]” (18,12-13). Veían a la Babilonia que “reina sobre todos los reyes de la tierra” (17,18), superpotencia militar y económica que decidía la suerte de los pueblos (18,23); frente a la cual, llenos de admiración, exclamaban: “¡Ninguna ciudad se podía comparar a la gran Ciudad!” (18,18).
“Si por una parte está la ciudad que representa el lujo, el mal, la corrupción, los falsos profetas, los sin Dios, los poderes políticos y económicos; que, derrotados, llorarán su final – explica el experto –. Por el otro está la ciudad en la que se reúne el pueblo de Dios: Jerusalén. Una ciudad nueva, bella y perfecta: hacia ella camina la caravana de los pueblos que llegarán a lugar seguro; y allí adorarán a Dios por los siglos de los siglos. ¡El final es positivo, gozoso! (Apocalipsis 21 – 22). Por eso el Apocalipsis se puede llamar libro de las dos ciudades”.
La “distorsión” del libro
Siendo un libro polémico y agresivo, rico en imágenes fuertes, ha sido utilizado con efectos increíbles, utilizado en sentido negativo puntualmente para golpear a un enemigo. El mismo nombre Apocalipsis, (literalmente del griego “quitar el velo”), quiere decir revelación. El mundo anglófono lo traduce no por casualidad como Revelation.
“Si en los primeros siglos cristianos, el Apocalipsis inspiró la aguda esperanza de la bienaventuranza que Dios traería a su tiempo – opina Biguzzi en la revista “Parola, spirito e vita” (edizioni Dehoniane, 2015) – en la Edad Media alimentó la espera del horrendo fin del mundo, aunque siempre proveniente de Dios. Después, sin que Dios desapareciese del horizonte, el influyente teólogo Joaquín de Fiore, en el siglo XII, puso el acento en la batalla, interna en la historia, entre fuerzas del bien y fuerzas del mal, y los polemistas de las controversias de la Reforma, en la batalla entre cristianos y protestantes”.
Por tanto, prosigue el biblista, “incluyendo también el setenario de los sellos (Apocalipsis 5) como setenario de plagas, la exegesis moderna y contemporánea ha malinterpretado lo que en realidad son siete pasos de una revelación (Ap 1,1), pues Cristo Cordero abre un rollo sellado con siete sellos y da a conocer su contenido”.
El resultado es que el libro de Juan “hoy se ha vulgarizado, y al no tener perspectivas trascendentes, se lee sólo en clave de catástrofe final, de la que hay que intentar escapar”. Y esto ha abierto el camino a una filmografía (y a una cultura) en la que el Apocalipsis se inscribe ya solo en “una antropología desesperada y oscura” (incluso Obama, que tiene un automóvil llamado la “bestia”… es etiquetado por algunos como el Anticristo.
La historia releída desde los ojos de Dios
En resumen, en el Apocalipsis, Juan quiso lanzar un mensaje muy diverso (y más refinado) del fin del mundo. El Apocalipsis es una lectura de la historia. Una lectura que Biguzzi define “in espíritu”, es decir, en el espíritu profético, porque el misterio Dios lo revela a los profetas (10,7).
“En espíritu (en pneumati)” Juan dice haber visto el estado espiritual de las siete Iglesias en la cristofanía de Patmos (1,10), y en pneumati dice haber subido al cielo para contemplar, desde las alturas de Dios, el enfrentamiento entre el Bien y el Mal que se consuma en la historia (4,2). Y finalmente dice haber entrevisto los dos posibles finales hacia los que se mueve la historia (17,3; 21,10): desde el desierto, como lugar de corrupción y de impureza, ha visto a Babilonia, la Gran Prostituta, y el humo de su incendio sube al horizonte, mientras que desde el monte alto y sublime ha visto la Jerusalén nueva y santa, la esposa del Cordero, donde no hace falta templo, porque Dios lo es todo en ella. Viendo la historia “en espíritu”, Juan veía por tanto la historia desde lo alto, con los ojos de Dios”.