“Hay más entusiasmo y alegría en el mundo de los medios por el escandaloso divorcio de una celebridad, que por noventa y nueve justos que se casan y viven felices para siempre”
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Pareciera que los medios viven solo del morbo a casi todas las horas del día, y su máxima expresión son los programas que arrastran audiencias como indicadores de la pobreza cultural de una sociedad.
Tales programas buscan en lo emocional y lo instintivo, un poder de atracción que se sustenta en un principio tan simple como eficaz: con un bajo nivel intelectual y más morbo, la noticia o el programa tienen el éxito asegurado, porque el gran público tiende a no pensar, a no cuestionar una vez habituado. Sobre todo cuando no se le da más opciones.
Dicho hábito es una fuerza muy poderosa que los medios procuran crear y así poder generar toda clase de basura al menor esfuerzo y costo posible. En eso estriba su rentabilidad.
Porque, así como el oído humano se “adapta” al fuerte ruido perdiendo capacidad auditiva; de la misma manera el alma humana pierde sensibilidad ante la banalización constante de la tragedia y miseria humana.
Son cuatro las fórmulas de “éxito” para promover el morbo y lograr que el espectador se convierta entonces solo en el mirón que atisba por la pantalla desde el anonimato, como quien con actitud patológica, lo hace a través de la cerradura de una puerta.
Primera fórmula: Hacer de la miseria humana una “noticia”
Para más de un reportero, lograr un empujón periodístico en su carrera, justifica el hacer un reportaje sin detenerse en atropellar la dignidad de cualquier persona por minimizada que esta se encuentre, pues según ellos, “del palo caído se vale hacer leña”. Lo hacen de la manera más despiadada, esforzándose en ser los primeros tras el divorcio de una celebridad; en airear a los cuatro vientos la intimidad del reconocido deportista y su novia; el uso de la drogas de tal y cual; la entrevista al famoso que se reconoce gay; tal fulano que… El escándalo ante todo, pues todo lo relacionado con este puede dejar dinero.
En su afán de mayor impacto agregan de su propia cosecha los más suspicaces comentarios, en los que recurren a la mentira, el disimulo, la doblez, la jactancia, la ironía burlona. Con astucia juegan con la sensibilidad del gran público alterando su percepción de los hechos, pues lo mismo son capaces de vender una imagen sana y honesta de un secuestrador, que hacer todo lo contrario con algún funcionario público bajo consigna de intereses partidistas.
El cuarto poder es capaz de imponer sus criterios en lo “relevante a comunicar o exhibir”, sin importar que ello contribuya a la disolución de las virtudes sociales y consecuentemente, de la sociedad.
Un triste ejemplo es el de países con un índice de fracaso escolar muy alto, tanto como bajo es el índice de lectura, en los que irresponsablemente se promueven programas que son un éxito mayúsculo, donde la superficialidad de las relaciones personales y la obsesión por el sexo, les resultan más rentables que la educación de las nuevas generaciones.
Segunda fórmula: Ventilar en público las intimidades de las personas
Con escarnio se hurga en las heridas de la humillación, la tragedia, el fracaso y sobre todo en el resentimiento de las personas, exhibiendo su intimidad sin ningún límite pues dejaría de ser espectáculo. Son en el colmo del cinismo, programas cuyo formato busca convencer que se representa un valor importante para el conjunto de la sociedad.
Como en esos crudos programas donde la violencia verbal grafica las infidelidades, la violencia física, el abandono y tantas tragedias de familias heridas cuyos miembros son invitados a participar, haciéndoles creer que asistir al programa a contar sus problemas, les va a ayudar a solucionarlos aun a sabiendas de que muy seguramente será todo lo contrario.
En ellos se aprovecha la equivocada actitud de quienes se prestan a convertirse en objetos de espectáculo a cambio de dinero, o de solo la oportunidad de aparecer en la pantalla como quien busca la fama a cualquier precio.
Tercera fórmula: Convertir el horror en algo ordinario y promover la fascinación por el mal
La violencia extrema se propone tanto sin reflexión como con grandes dosis de frivolidad en abundantes series y películas. Lo mismo de caricaturas, que de detectives, vengadores sociales o guerras absurdas, todo con pésimos argumentos, diálogos pobrísimos y abundantes palabras malsonantes.
Una escena muy representativa del fenómeno es aquella donde el francotirador cuya vida personal es un desastre, es el héroe al servicio de la nación que asesina a distancia con aptitudes innatas apoyadas en la tecnología del disparo de alta precisión. En escenas como esta la muerte es expuesta con mil detalles de nitidez, donde la sangre lo salpica todo mientras que un ser humano vuela en pedazos en cámara lenta.
Series donde los buenos y los malos se confunden, pues asesinar no puede ser tan malo si lo hace un gánster, un policía o un detective que sufre mucho por la desintegración de su familia pero que a la vez puede ser un tierno padre y un buen amigo de su ex esposa. Muchos potenciales asesinos se inspiraron en esta fascinación por la violencia y visión romántica del crimen, para tomar la más estúpida de las decisiones que costó la vida a seres inocentes en un arrebato de emulación o contagio.
Cuarta formula: La pornografía en todos los contextos posibles
Escasa ropa, sexo explícito, violaciones, desnudos sorpresivos, diálogos sucios, todo obligatorio en cualquier guion, presentados lo mismo con dramatismo que con mal lograda comicidad. Escenas que aparecen de improviso y sin venir al caso, hasta en lo que se supone una película familiar.
Lo propio, lo normal, lo moderno es el sexo trivializado y acorde a la “madurez artística” lograda por productores, directores y actores que bien saben que es el ingrediente necesario en la nueva fórmula del éxito.
En el mejor de los casos, ciertamente existen productos de cine o televisivos de gran calidad en guiones, interpretaciones y ambientaciones históricas; también otros que reflejan nuestras vidas, con enfoques desde el punto de vista médico, policial, delictivo o judicial, pero que suelen presentar ambigüedades morales en los que se equiparan los conocimientos, habilidades, rasgos, etc. con la dignidad humana de los personajes, misma que resulta pobremente representada.
Existen muchas cosas feas en los medios que nos gustaría evitar que las vieran nuestros hijos, pero no es del todo posible. Aun así, debemos tratar de estar ahí en el momento sin dejar pasar la oportunidad para aclarar, para responder a las preguntas, para hacer pensar y darles la capacidad de discernir y concluir en sus propios y buenos criterios.
Debemos aconsejarlos y dirigirlos, evitando hacerlo con la pequeñez de espíritu que lo mide todo con el rasero de estrictas prescripciones del tipo: no mires, no escuches, no toques, en lugar de vivir con el corazón ensanchado por el amor y transmitirles así una visión de vida.
Sobre todo, enseñarles a usar su libertad, sabiendo que el mal, para conocerlo, no es necesario probarlo.
Por Orfa Astorga de Lira. Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.
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