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¿Cómo manejar la cólera de tus hijos?

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Mathilde De Robien - publicado el 03/02/17
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Te damos algunos consejos para dominar estos tiempos difíciles

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La cólera es una reacción violenta y pasajera ante un suceso. Pero no es el suceso en sí el que desencadena el arrebato de cólera, sino que es el resultado de la interacción entre un deseo y un suceso opuesto que impide la realización de ese deseo. Así pues, la cólera es a primera vista la expresión inmediata de una frustración fácilmente identificable; sin embargo, si ahondamos más en el origen oculto de la ira, encontramos también que es la expresión de una o de varias necesidades: falta de descanso, falta de amor, falta de autoafirmación, falta de seguridad.

Falta de descanso: ¡la necesidad más fácil de satisfacer! Con frecuencia, los ataques de ira explotan cuando el niño está cansado y no tiene la fuerza ni la energía necesarias para gestionar sus emociones. Única solución: ¡a la cama de inmediato!

Falta de amor: una falta de atención percibida por el niño como una carencia amorosa es un terreno propicio para generar irritación. El niño no se siente bastante amado o se siente desplazado, así que a la primera oportunidad que tiene hace lo posible por atraer la atención sobre él. Un buen abrazo y unas palabras de consuelo y de vuelta a la normalidad.

Falta de autoafirmación: quiere hacerlo todo solo, transgredir los límites planteados por los padres, se niega a obedecer…, todas estas actitudes en el niño son una manera de decir que existe y que tiene libre albedrío. Este sentimiento puede degenerar rápido en una rabieta si precisamente no consigue hacer solo todo lo que se había propuesto o si encuentra un obstáculo o una oposición a su veleidad para pasarse de la raya. En realidad, espera de su entorno señales de reconocimiento, palabras gratificantes y de aliento, busca responsabilidades.

Falta de seguridad: algunos arrebatos de ira derivan de que el niño se siente perdido, si no ha comprendido bien el proceso o el funcionamiento de alguna cosa o si ya no reconoce sus puntos de referencia. Entonces puede nacer un sentimiento de malestar o de angustia que a veces se traduce en berrinches. Es nuestro cometido, como padres o educadores, el explicarles qué va a suceder, adónde van a ir, cómo funciona un determinado objeto, sin olvidar que nuestros benjamines no tienen la edad ni la madurez de sus hermanos mayores.

¿Qué hacer para evitar una rabieta?

  • Establecer reglas claras y firmes.
  • Advertir al niño con antelación para evitar negociaciones que terminen en un pulso. Ejemplo: ves un episodio más de dibujos animados y luego a la ducha.
  • Estar disponible y presente para ayudar al niño cuando tenga necesidad de nosotros.
  • Proporcionar pruebas de amor al niño, según su “lenguaje de amor” (Gary Chapman ha distinguido 5 maneras de mostrar amor, adaptables a las sensibilidades del ser querido: contacto físico, palabras de aprecio, momentos de calidad, regalos y favores), y de acuerdo a sus necesidades (ver más arriba).

¿Qué hacer para calmar una rabieta?

No hay que ponerse nervioso. ¡Es necesario gestionar la propia ira antes que la del niño! Porque si padre o madre e hijo, todos, entran en estado de ira, todo se convierte inevitablemente en un combate de boxeo.

  • No entrar en un círculo de violencia: azotainas, amenazas, castigos, duchas frías… Solamente empeoran la rabieta del niño y exacerban su ya presente sentimiento de malestar y de injusticia.
  • Cambiar de tema, a veces, funciona.
  • Guiarle en su ataque de ira con un diálogo benévolo: “Entiendo que estés enfadado porque… pero no es motivo para que…”. Lo cual no impide dejarle un tiempo solo hasta que se le pase la rabieta, dejándole siempre una vía de salida: “Es mejor para ti que te quedes en tu habitación para desahogarte y cuando te hayas calmado puedes venir a verme”. O bien ir a verle de nuevo por propia iniciativa cuando los llantos y los gritos se hayan reducido para ofrecerle consuelo; en este momento suele ser bien recibido.

Os escucho desde aquí: ¡es más fácil decirlo que hacerlo! Efectivamente, nuestra entereza de padres se expone a una dura prueba. Pero si decidimos que para la próxima rabieta intentaremos mantener la calma, será una primera victoria que necesariamente abrirá las puertas de las siguientes.

 

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