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12 pasos para aprender a perdonar

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Bénédicte de Dinechin - publicado el 07/02/17
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Un camino tanto psicológico como espiritual…

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¡Dejad de empeñaros en querer perdonar! Y sin embargo… “¡Perdona a tu hermano!”. Muchos padres repiten esta orden cuando sus hijos se pelean, con la creencia de que el perdón se da por petición, incluso en pleno conflicto.

Tal vez lo hayas vivido cuando eras pequeño, cuando te veías forzado, hirviendo en tu interior de rabia o humillación, a murmurar con la boca pequeña las palabras “te perdono”, con tal de sentir que se relajaba la mano de tu padre apretando tu brazo y luego poder ir a tu cuarto a expresar a solas tu pena e incomprensión.

Tus padres se equivocaban, el perdón depende únicamente de nuestra voluntad de perdonar. El perdón tampoco impide la justicia ni exige el arrepentimiento del agresor, tampoco borrará lo sucedido ni te dará una superioridad moral.

La cuestión es, ¿cómo perdonar, en pareja o en familia, las pequeñas ofensas o las grandes heridas, e incluso lo impensable, como el adulterio o el deceso de un hijo?

Jean Monbourquette, psicólogo canadiense, nos marca la ruta con un camino interior de 12 etapas desarrolladas en Cómo perdonar: perdonar para sanar, sanar para perdonar, de la editorial Sal Terrae.

El autor propone un camino espiritual y psicológico que requiere que busquemos en nuestra alma aquello que somos incapaces de realizar solos.

Las condiciones previas al perdón son:

  1. La elección de no vengarse y poner fin a la ofensa. No hay necesidad de continuar sufriendo, tú eres responsable de restaurar tu propia dignidad y rechazar la condición de víctima. Vengarte, ya sea a través de pequeñas alusiones o con un contraataque directo, no serviría más que para alimentar tu rencor, retrasar la paz, como una herida cuya cicatrización evitaras voluntariamente.

La curación psicológica es la fase emocional de tu camino:

  1. Reconocer tu herida y tu pobreza. Tu sufrimiento puede ser una mezcla de vergüenza y humillación, y aceptarlos te evita que se disfracen de ira o negación.
  2. Compartir tu herida con alguien. Encuentra en tu entorno una persona que te ayude a verbalizar tus emociones, a tomar perspectiva y sentirte comprendido.
  3. Identificar bien tu pérdida para hacerle el duelo. ¡No le quites importancia! Las heridas no son comparables, el sufrimiento de cada uno es único. Identificar la herida permite entenderla mejor sin negarla ni dejarse abrumar. ¿Qué fibra sensible de tu interior ha tocado esta ofensa?
  4. Acepta tu ira y tus ganas de venganza. Eres… ¡normal! Admite tu ira para evitar que se proyecte contra otra persona o contra ti mismo, y encuentra válvulas de escape saludables, como el deporte.
  5. Perdónate a ti mismo.¿Te sorprende? Sin embargo, corres el riesgo de querer parecer demasiado vulnerable, confiado, paciente… Pide la gracia de encontrar la compasión por ti mismo.
  6. Comprender al ofensor, puede ser posible después de un tiempo de trabajo de curación en tu herida y te ayudará a diferenciar el acto de la persona.
  7. Encuentra un sentido a la ofensa, por difícil que pueda parecer. Cada una de las heridas, una vez sanadas, puede convertirse en una oportunidad para crecer. Pregúntate por ejemplo qué has descubierto sobre ti mismo, tus límites o fragilidades, qué recursos nuevos puedes identificar, en qué van a cambiar las relaciones con los demás.

Por último viene la etapa de perdón integral, que hace un llamamiento a todos tus recursos espirituales.

  1. Siéntete digno de perdón y perdonado. Realiza la experiencia de dejarte amar de manera incondicional, por una fuente de Amor que te sobrepasa y que podrías llamar Dios si eres creyente. En esta certidumbre de ser amado y con la gran fuerza interior que procura, podrás continuar tu camino del perdón.
  2. Deja de empeñarte en querer perdonar. Tu perdón es más grande que tú, requiere más generosidad que la puramente humana. Pide esa fuerza a Dios.
  3. Ábrete a la gracia de perdonar, ¡permite que Dios actúe en tu interior!
  4. Decide si terminar la relación o renovarla. Este perdón te permite reencontrar tu libertad en la relación. Valora si es posible recuperar la relación entre los dos, aunque a veces es necesario ponerle fin. De todas formas, tu perspectiva sobre ti mismo y sobre el ofensor habrá cambiado profundamente, aunque no haya reconciliación o tu ofensor haya fallecido.

Aunque sea algo espiritual, el perdón no es una cuestión de religión. Su valor curativo está demostrado: disminuye la ansiedad, alivia la depresión, calma los arrebatos de ira y aumenta la autoestima.

Cassandra, a quien abandonó su marido dejándola sola con dos hijos de corta edad, cayó en una depresión. Hoy puede dar testimonio del recorrido de perdón que ha finalizado: el perdón que se ha dado a sí misma y el perdón que ha dado a su marido le han permitido redescubrir una nueva fuerza vital en ella y quitarse la pesada losa de sus espaldas; ha dejado de menospreciarse.

Y ahora, tú también, para ser libre, ¡perdona!

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