Si lo permitimos, la Virgen María nos acompañará“…ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Aprendí esas palabras al principio de mi infancia. Aprendí los sonidos, las pausas, hasta dominé el arte de mezclar mi voz con otras voces para formar una única ola de súplica.
Pero después de años de Aves Marías, un día se me ocurrió que había una petición escondida en las palabras finales de la oración.
“En la hora de nuestra muerte”.
Nosotros estamos pidiendo que María rece por nosotros en el momento más importante de nuestra vida, cuando el alma deja el cuerpo y se pone frente a Nuestro Señor, cuando la eternidad –para bien o para mal– se extiende frente a nosotros.
Pero, me parece que la expresión “en la hora de nuestra muerte” puede significar algo más.
Hace un año o dos estaba orando en la esterilla del gimnasio. En un momento determinado, pensé: hay dos tipos de muerte.
No existe solamente la muerte corporal, sino también la muerte del yo, la muerte del “hombre viejo” al que san Pablo se refiere (esa parte mía orientada hacia Dios y la parte vinculada a mí mismo y al pecado).
¿Y no necesitamos del apoyo de la Virgen María en el momento de esa “muerte” también?
Ahora, entiendo que esta petición del Ave María engloba todo esto: ruega por mí ahora; ruega por mí en la hora de mi muerte física y ruega por mí en el momento de mis pequeñas muertes diarias, esas veces en que soy llamado a enterrar el “viejo yo” para que, muerto al pecado, me pueda elevar a la plenitud de la vida en Cristo.
“Despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior…”, dice san Pablo a los Efesios, “revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios”.
“Desconsiderar nuestra vieja naturaleza”, ¿no es una especie de muerte? ¿una muerte que también tememos y de la que huimos diariamente?
A veces me siento tentada a pensar que un martirio corporal de una sola vez suena relativamente simple, en comparación con la perspectiva de sacrificar mi voluntad día tras día.
Y aquí entra Nuestra Señora. Puedo correr hasta ella con mis miedos, con mis imágenes terribles sobre lo que me reserva el futuro y con mi absoluta debilidad.
Ruega por mí ahora, en todos mis problemas actuales, miedos y luchas. Y en la hora de la muerte, en esas hora de pequeñas muertes de uno mismo y en la hora final, en que seré llevado ante el tribunal.
Así como ella se quedó con Cristo hasta el último momento, ella nos acompañará, si la dejamos. Ella desea sostenernos en nuestras muertes diarias para vernos llegar victoriosos frente a Cristo en nuestra última hora.
Nuestras batallas son reales. Nuestras pequeñas luchas cuentan. Pero no podemos conquistarlas solos. Recemos fervorosamente, entonces, con sinceridad y confianza a nuestra Madre fiel:
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.