Año 1917. Europa está en plena guerra. Tres pastorcitos –Francisco, Jacinta y Lucía— pastorean a su rebaño en Cova da Iria (Ensenada de Irene), a unos 2 kilómetros de Fátima, cuando una “Señora más resplandeciente que el sol” se les aparece, sosteniendo en sus manos un rosario blanco.
Por tres veces, antes de esta primera aparición (de seis en total), un ángel les había advertido de un futuro acontecimiento de gracia divina y les invitó a ofrecer oraciones y sacrificios a modo de reparación por los pecados de los hombres.
Una visión que permanecerá grabada en sus corazones y de la que ninguno hablará a nadie, excepto su prima Lucía, aunque más tarde.
¿Quiénes son los dos jóvenes pastores que el papa Francisco canonizó el 13 de mayo de 2017 en Fátima? Aleteia les propone conocer a Francisco, de quien muchos testimonios afirman haber recibido “dones de gracia” después de haber rezado por su intercesión.
Antes de comenzar miremos sus rostros. Imágenes rara vez vistas de los videntes de Fátima
Francisco, su vocación
Francisco fue el décimo de once hermanos. Era de una “obediencia ejemplar”, según declaraban sus padres Olimpia y Manuel Marto. Un niño “paciente, amable y reservado, inclinado a la contemplación”. En los juegos, aceptaba gentilmente la derrota e, incluso cuando ganaba y sus compañeros se empeñaban en arrebatarle la victoria, él cedía sin rechistar.
Tenía también cierta tendencia al aislamiento y no le preocupaba si los demás tendían a dejarle un poco de lado. Según diversos testimonios, le encantaba el silencio y no buscaba nunca pelea. El pastorcito amaba la naturaleza, la poesía y la música y tenía un gran corazón.
La Virgen María, durante su primera aparición el 13 de mayo de 1917, le predijo que iría pronto al cielo, pero que antes debía rezar muchos rosarios.
Y eso haría el joven Francisco hasta su muerte, el 4 de abril de 1919, a causa de una gripe española que él recibió como “un don inmenso” para consolar a Cristo —“tan triste a causa de tantos pecados”, decía— para redimir los pecados de las almas y ganarse el paraíso, según informan los biógrafos.
El sitio web de referencia en Bélgica sobre las apariciones de Fátima, Fatima.be, da cuenta del relato de las personas presentes durante sus últimos días:
“Un día, dos señoras conversaron con él y le preguntaron sobre la profesión que le gustaría seguir de mayor:
—¿Quieres ser carpintero? —, preguntó una de ellas;
—No, señora—, respondió el niño.
—¿Soldado entonces? —, preguntaba la otra;
—No, señora.
—¿Quizás médico?
—Tampoco.
—Entonces ya sé lo que te gustaría ser: ¡sacerdote! Decir misa, confesar, predicar… ¿a que sí?
—No, señora, no quiero ser sacerdote.
—Bueno, entonces ¿qué quieres ser?
—No quiero nada. ¡Quiero morir e ir al Cielo!”.
“Era una decisión firme”, confiesa Antonio, padre de Francisco. Dos días antes de su muerte, Francisco pide hacer su primera comunión y confiesa a su hermana pequeña Jacinta: “Hoy soy más feliz que tú porque tengo a Jesús en mi corazón”.
A las diez de la noche, antes de expirar, dijo a su madre: “¡Mira mamá, esa hermosa luz junto a la puerta!”, con una bella sonrisa angelical, sin sufrimiento ni quejas. El jovencito solo tenía 11 años. La Madre de Jesús se lo había prometido: vendría por él si rezaba mucho el rosario.
“Lo rezaba nueve veces al día y había hecho sacrificios heroicos” para evitar los pecados. Y cuando no le quedaban energías para recitarlo —“¡Oh, mamá! ¡Ya no me quedan fuerzas para decir el Rosario, y los Ave María que digo suenan vacíos!”, decía el muchacho—, entonces su madre consolaba su alma llena de amargura diciéndole: “Si no puedes recitar el Rosario con los labios, dilo con el corazón. Nuestra Señora también lo escucha así ¡y estará igual de contenta!”.
Los restos de Francisco permanecieron en el cementerio parroquial hasta el 13 de marzo de 1952, día en el que fueron transferidos a la capilla a la derecha del altar mayor de la basílica de Nuestra Señora del Rosario en Fátima.
Justo frente a los restos de su hermana pequeña, depositada allí el 1 de mayo de 1951, un año antes. Junto a ellos, los restos de su prima, sor Lucía, depositados el 19 de febrero de 2006.
Las humillaciones de Francisco
El pequeño sufrió humillaciones cuando la noticia de la primera aparición de la Virgen se extendió por la aldea de Aljustrel, donde vivía con su familia. En el colegio se burlaban de él, incluso su propio maestro, que no creía en Dios, le acusaba de ser un “falso vidente”.
Pero Francisco nunca se quejó, soportaba todas las humillaciones, verbales y físicas, sin decir nada, hasta el punto de que sus padres nunca supieron nada de ello. “Sufriréis mucho, pero la gracia de Dios será vuestro consuelo”, había advertido la Virgen María a los tres pastorcitos.
Su recompensa en la Tierra
17 años después de la peregrinación de Juan Pablo II a Fátima, en mayo del 2000, cuando Francisco fue beatificado junto a su hermana Jacinta (48 años después de la apertura del proceso), el papa Francisco regresó al lugar para celebrar el centenario de las apariciones y proclamar, el próximo 13 de mayo, su canonización, que los convertió en los primeros niños, hermano y hermana, no mártires, en ser santos juntos, y abrió la vía de la beatificación de otros niños muertos igual de jóvenes, con “olor a santidad”.
El primer milagro sucedido por su intercesión y escogido para su beatificación fue la curación, el 25 de marzo de 1987, de María Emilia Santos, de Leiria (Portugal), parapléjica, que recuperó la capacidad para andar después de rezar el rosario durante un retiro para enfermos en Fátima.
El segundo milagro seleccionado para su canonización es la curación de un bebé portugués, Felipe Moura Marques, que vivía en Suiza, diabético de nacimiento (diabetes tipo 1) y declarado “incurable”.
Lucía, prima de los hermanos Marto, que fue también testigo de las apariciones, podría ser también beatificada y luego canonizada, pero su fallecimiento es más reciente (2005). La investigación diocesana para su beatificación se cerró oficialmente en 2017.