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Depresión y suicidio afectan también a sacerdotes

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Redacción de Aleteia - publicado el 30/05/17
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En ocasiones los curas se sobrecargan y necesitan ayuda

16 de noviembre de 2016: el padre Rosalino Santos, de 34 años, párroco en la ciudad brasileña de Corumbá, publica en Facebook una foto de cuando era niño, acompañada de frases sueltas: “Di lo mejor de mí”, “El Señor me ilumine”. Dos días después, su cuerpo sin vida es encontrado pendiendo de una horca.

Ocho días antes, el padre Ligivaldo dos Santos, de Salvador, se tira de un puente a los 37 años de edad. En el mismo periodo de 15 días, un tercer sacerdote brasileño pone fin a su propia vida con apenas 31 años, el párroco Renildo Andrade Maia, en Contagem, Minas Gerais.

La secuencia de suicidios de sacerdotes católicos llamó la atención de los medios de comunicación y fue abordada recientemente en un reportaje de BBC Brasil que, en relación con estos casos, consultó al psicólogo Ênio Pinto, trabajador durante 17 años en el Instituto Terapêutico Acolher, en São Paulo. Desde que se fundó, en el año 2000, dedicado a la atención psicoterapéutica de sacerdotes, monjas y laicos al servicio de la Iglesia, ha atendido a unos 3.700 pacientes.

Autor del libro Os Padres em Psicoterapia (Los sacerdotes en psicoterapia), Ênio observa que “la vida religiosa no da superpoderes a los sacerdotes. Al contrario. Ellos son tan frágiles como cualquiera de nosotros. En mucho casos, la fe puede no ser fuerte o suficiente como para superar momentos difíciles”.

Esta visión es compartida por el psicólogo William Pereira, autor del libro Sofrimento Psíquico dos Presbíteros (Sufrimiento psíquico de los presbíteros). Para William, “el grado de exigencia de la Iglesia es muy grande. Se espera que el sacerdote sea, como mínimo, modelo de virtudes y santidad. Cualquier desliz, por menor que sea, se convierte en blanco de crítica y de juicio. Por miedo, culpa o vergüenza, muchos prefieren matarse a pedir ayuda”.

Los especialistas consultados por la BBC indican el exceso de trabajo, la falta de ocio y la pérdida de motivación entre los posibles factores que llevan a algunos religiosos al suicidio.

Pero más que los suicidios, el problema son las depresiones, según el sacerdote experto de Aleteia Julio de la Vega. “Un sacerdote joven en un país como Brasil, donde puede encontrarse con mucha -demasiada- labor pastoral, puede llegar con una actitud, digamos “hiperresponsable”, que fácilmente deriva en activismo, éste en stress, y éste en ansiedades y depresión. Y con frecuencia está solo y no sabe cuidarse“, explica. 
“Las depresiones profundas muchas veces incluyen el deseo de no seguir viviendo, y hay suicidios -añade-, aunque entre los sacerdotes en menor proporción que en el resto de la población porque tienen fe y en bastantes casos también oración. Por eso el fenómeno es raro, pero puede ocurrir, pues un sacerdote está expuesto a todas las fragilidades humanas. En cualquier caso, si alguna vez sucede, es fruto de serios desarreglos psíquicos”.

¿Vivir como un cura? 

Una investigación realizada en 2008 por la organización Isma Brasil, dedicada a estudiar y tratar el estrés, apuntaba que la sacerdotal era una de las ocupaciones más estresantes: de 1.600 sacerdotes y monjas entrevistadas entonces, 448 (el 28%) se consideraban “emocionalmente exhaustos“, un porcentaje superior al de los policías (26%), los ejecutivos (20%) y los conductores de autobús (15%).

Para Ana Maria Rossi, la psicóloga coordinadora de la investigación, los sacerdotes diocesanos son más propensos a sufrir estrés que los religiosos que viven recluidos: “Uno de los factores más estresantes de la vida religiosa es la falta de privacidad. No interesa si están tristes, cansados o enfermos: los sacerdotes tienen que estar a disposición de los fieles las 24 horas del día, siete días a la semana”.

Muy lejos de la “vida tranquila” que los desinformados imaginan, el día a día de la mayoría de los sacerdotes está marcado por celebraciones de bautismos, bodas, unciones de enfermos, escucha de confesiones y multitud de actividades pastorales que incluyen la caridad y atenciones a personas necesitadas, además de la celebración diaria de la misa, de las oraciones personales o comunitarias y de los tiempos de estudio, sin mencionar los muchos casos en los que el sacerdote va a las aulas y atiende a los fieles en dirección espiritual.

Según datos de 2010 de la conferencia nacional de obispos de Brasil (CNBB), la media nacional es de 1 sacerdote para cada 5.600 fieles.

Director de Âncora, una casa de descanso en Paraná para sacerdotes y monjas con estrés, ansiedad o depresión, el padre Adalto Chitolina confirma que, para ellos “sobra trabajo y falta tiempo. Si no tiene cuidado, el sacerdote descuida su espiritualidad y trabaja en piloto automático. A lo largo de 2016, nuestra tasa de ocupación fue del 100%. En algunos meses tuvimos lista de espera”.

Uno de los sacerdotes atendidos por el centro Âncora fue el padre Edson Barbosa, de Andradina, que, durmiendo poco, comiendo mal y sintiéndose irritado, empezó a beber. Al darse cuenta del rumbo que estaba tomando, pidió la dispensa de las actividades parroquiales y se internó durante tres meses en la casa de reposo.

Tras las consultas médicas, charlas de nutrición y ejercicios físicos que lo ayudaron a dejar el alcohol por el nuevo hábito de caminar y pedalear, el padre, de 36 años, está sobrio desde hace un año y nueve meses y confiesa: “No sé qué hubiera pasado conmigo si no hubiera hecho esta parada. Tardé en percibir que no era un superhéroe”.

El padre Douglas Fontes, rector del seminario São José, de Niterói, acostumbra a alertar a los futuros sacerdotes sobre la importancia de cuidar también la propia salud: “Nunca amaremos al prójimo si antes no nos amamos a nosotros mismos. Y amarse a sí mismo significa llevar una vida más saludable. Tristes, cansados o enfermos no cumpliremos la misión que Dios nos confió”.

El buen consejo es reforzado por el arzobispo de Porto Alegre, Jaime Spengler, que preside la comisión de la CNBB dedicada a la vida personal de los sacerdotes. Para él, los sacerdotes deben pedir ayuda al obispo cuando sienten tensión psicológica o agotamiento físico. “Los sacerdotes no están solos. Formamos parte de una familia. Y, en esta familia, corresponde al obispo desempeñar el papel de padre y velar por las necesidades de los hijos”.

Brasil no es una excepción en el cuadro de estrés que afecta a los religiosos sobrecargados. La universidad española de Salamanca escuchó a 881 sacerdotes de México, Costa Rica y Puerto Rico para identificar una alta incidencia, entre ellos, de trastornos relacionados con la actividad sacerdotal.

“3 de cada 5 experimentaban grados medios o avanzados de burnout, el síndrome de agotamiento profesional”, informa Helena de Mézerville, autora de la investigación. El burnout es conocido en Italia, entre algunos sacerdotes, como “síndrome del buen samaritano desilusionado”.

Y los sacerdotes católicos están lejos de ser los únicos afectados. La BBC también escuchó al jeque del Centro Islámico de Foz do Iguaçu, Ahmad Bazloum, para quien “es necesario satisfacer, de manera lícita y correcta, las necesidades básicas del espíritu, de la mente y del cuerpo. En caso contrario, estaremos siempre en peligroso desequilibrio”.

El rabino Michel Schlesinger, da Congregação Israelita Paulista, está de acuerdo y observa que “la naturaleza del trabajo es la misma. Luego, estamos sujetos a los mismos riesgos”.

Estar más atentos, juzgar menos y ayudar más

Es oportuno recordar a los lectores católicos que es deber cristiano de todos velar por el bien de las almas, y esto incluye las de los sacerdotes, religiosos, seminaristas, monjas y laicos consagrados. Ellos cuentan con una gracia especial de Dios, ciertamente, pero Dios siempre dejó claro que confía el acogimiento de Su gracia a nuestra libertad, inteligencia y caridad: necesitamos poner nuestra parte por nosotros mismos y por los demás, ayudando especialmente cuando están sobrecargados o necesitados de nuestra fraternidad.

Hay que tener especial cuidado de no juzgar injustamente basándose en una visión inmadura de que “lo que les falta a esos sacerdotes es vida de oración”. Esto es un reduccionismo que puede llegar a ser grave pecado de calumnia o como mínimo de maledicencia.

Incluso las personas que viven intensamente la fe y una sólida espiritualidad están sujetas, sin embargo, al agotamiento físico y, por tanto, a la necesidad de ayuda.

Si juzgamos menos y ayudamos más, viviremos con más coherencia el cristianismo que decimos profesar y que tanto nos gusta de cobrar de los demás.



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