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Hace casi mil años que sostienen la vida activa de la Iglesia con la contemplación, la abnegación y un silencio lleno de elocuencia
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En un pasaje de su libro La Estrella de los Reyes Magos, el educador Julio César de Mello e Souza, mejor conocido por su pseudónimo Malba Tahan, comenta que hay en la ciudad española de Burgos un monasterio cartujo.
En él se expone una imagen del fundador, san Bruno, aclamada como obra de rara perfección. Quien observa la imagen tiene la impresión de estar frente a una figura viva.
Se dice que, una vez, un viajero visitó la iglesia y, al toparse con aquella admirable imagen de san Bruno, fue incapaz de contener la admiración:
-¡Es perfecta! Sólo le falta hablar.
-Se equivoca, señor -respondió respetuoso el monje que lo guiaba-. Esta imagen es perfecta precisamente porque no habla.
La inspiradora y sencilla anécdota evoca uno de los rasgos más destacados y fascinantes del monje cartujo.
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La Cartuja
La Orden de los Cartujos, también conocida como Orden de San Bruno, fue fundada el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo, del año 1084.
Es una orden religiosa católica semi-ermitaña de clausura monástica y de orientación puramente contemplativa: de ahí el silencio absoluto como característica de esa vocación particularmente austera.
El nombre
El peculiar nombre, “cartujos”, viene de la región donde los primeros monjes de la orden se instalaron: una montaña al norte de Grenoble Chartreuse, en el municipio francés de Saint-Pierre-de-Chartreuse, en Isère.
El nombre francés Chartreuse fue traducido al latín medieval como Cartusia, y de ahí derivan, en español, las palabras “Cartuja”, para indicar tanto la orden como cada uno de sus monasterios, y “cartujos”, el término que se refiere a los monjes.
La “Gran Cartuja” (Grande Chartreuse) es la casa madre de la orden, situada en la misma región francesa de la fundación.
En cuanto al nombre “Orden de San Bruno”, viene, evidentemente, del nombre del santo fundador.
El gobierno cartujo
Así como la Orden del Císter (de los monjes cistercienses, fundada por san Bernardo de Claraval), la Cartuja es una de las primeras órdenes centralizadas de la historia de la Iglesia. Está gobernada por el Capítulo General, una asamblea que se reúne cada dos años.
Cada monasterio tiene su prior, que es el superior de la casa, elegido durante el Capítulo General.
El prior puede ser mantenido o alejado del cargo conforme cumpla o no sus deberes satisfactoriamente, lo que vuelve al gobierno de la cartuja uno de los más flexibles y equilibrados que se conozca entre las instituciones humanas de cualquier época y naturaleza.
La vocación cartuja
Los cartujos concilian la vida comunitaria con la propia vida contemplativa, transcurriendo sus días, semanas, meses y años en silencio absoluto.
Ellos, que practican la rígida abstinencia y hacen frecuentes ayunos, trabajan, estudian y rezan, dedican la mayor parte del día a la adoración.
Los cartujos forman la comunidad religiosa comúnmente señalada como la que profesa la mayor austeridad de entre todas las órdenes religiosas católicas por su exigente modo de vida.
A lo largo de sus mil años de existencia, la cartuja siempre ha mantenido un estricto y profundo espíritu de pobreza y abnegación, medios que les sirven a los monjes y monjas cartujos para buscar la mayor intimidad con Dios en la oración y la contemplación, libres al máximo de todo apego material y mundano.
Su lema, que resume el espíritu de la vocación cartuja, es elocuente:
“Stat Crux dum volvitur orbis”
¿Qué significa? “La cruz permanece en pie mientras el mundo da vueltas”.
Testimonio fascinante
Para conocer más sobre la fascinante vocación cartuja a la vida contemplativa, lee el siguiente artículo sobre cómo es la vida de un cartujo, contado por él mismo de una forma exquisita y artística.
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