A todos nos gustaría una familia perfecta, pero la vida no es así. ¿Es lógico entonces enquistarse en esas ilusiones que nunca van a cumplirse? Al formar una familia todos tenemos expectativas. Estas expectativas están alimentadas por lo que hemos vivido en nuestro hogar, lo que hemos consumido en los medios y en gran parte por nuestros deseos y sueños. La mayoría de las veces las expectativas que nos hacemos de la vida familiar son mucho más altas que lo que la realidad nos otorga. Y estas expectativas tan altas logran que muchas veces sintamos decepción por lo que nos ha tocado vivir.
Al plantearnos las metas en la educación de los hijos o en el proyecto de vida familiar, todos planteamos situaciones ideales: hijos inteligentes que se desempeñarán muy bien en la escuela, relaciones armónicas entre todos los miembros, caracteres compatibles, un amor de telenovela. Luego la realidad nos golpea con situaciones que nunca imaginamos y a las que no tenemos soluciones o respuesta.
Las falsas expectativas hacen que siempre nos sintamos desilusionados y decepcionados con la vida que llevamos. La realidad nunca puede llegar al ideal de perfección que muchas veces tenemos en nuestra cabeza. Cuando planteamos metas o cuando nos creamos expectativas debemos ser realistas: debemos prever y adelantarnos a los conflictos y problemas, saber y entender que no somos la familia perfecta y que en el camino de la vida nos encontraremos con muchos obstáculos y problemas que debemos sufrir y aprender a superar.
Esto no significa que tengamos bajas expectativas o que nos conformemos con una vida mediocre; es sano y necesario proponernos metas altas, pero sin caer en la fantasía de la perfección. Todos tenemos nuestros defectos y virtudes y simplemente debemos aprender a enfrentarnos a los fracasos y no sentirnos avergonzados ni deprimidos por ellos. Los fracasos nos hacen crecer y nos hacen entender que la vida está llena de altos y bajos, que debemos aprender a levantarnos y seguir adelante.
Presión inútil sobre los hijos
Las expectativas irreales además de hacernos sentir decepcionados también generan un daño inmenso en la relación entre padres e hijos. Muchos padres esperan de sus hijos metas o logros que tienen más que ver con lo que ellos vivieron que con las aptitudes y gustos de sus hijos. Esto supone una presión inmensa en la vida de los hijos y genera un sentimiento de “nunca seré lo suficientemente bueno”.
¿Conozco a mis hijos?
¿Cómo luchar contra esta actitud? En primer lugar, hay que aprender a conocer a los hijos en su personalidad, sus gustos y sus necesidades y no tratar de imponernos o esperar que les guste lo mismo que a nosotros; y en segundo lugar, debemos mostrar con nuestras palabras y con nuestras acciones que para nosotros lo importante no son sus medallas, sus notas o sus diplomas: nuestro amor por ellos no depende de sus logros o sus fracasos, nuestro amor es incondicional.
Si logramos cambiar nuestras expectativas y logramos adaptarlas a nuestra realidad, nos sentiremos más felices y podremos disfrutar más de las pequeñas cosas de la vida. En vez de enfocarnos en todo lo que está saliendo mal, y todo lo que no va acorde con “nuestro plan”, podremos disfrutar de la paz que otorga una vida familiar vivida plenamente sin complejos y sin comparaciones, agradecidos por lo que tenemos y dispuestos a luchar por lo que hay que mejorar