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El bautismo de niños pequeños: ¿es imponer la fe?

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Revista Misión - publicado el 06/09/17
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Padres, les toca hacer la primera elección por él, aunque más adelante él pueda elegir vivirla también (o no)

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Seguro que alguna vez te has encontrado con unos padres que, aun afirmando ser católicos, apostillan aquello de “No vamos a bautizar a nuestro hijo porque no queremos imponerle nuestra fe; mejor que decida él cuándo sea mayor”.

En Misión recreamos una conversación a partir de esta premisa para que puedas dar argumentos a estos padres que quieren lo mejor para sus hijos y no querrían privarlo del mayor de todos los regalos: abrirle las puertas del Cielo.

Hemos decidido que no vamos a bautizar a nuestro hijo. Preferimos que lo decida él cuando sea mayor.

Ah, ¿y lo habéis pensado bien? Porque por supuesto que él decidirá si quiere ser cristiano o no cuando sea mayor, pero lo hará cuando tenga criterios y edad suficiente, ¿no? Hasta entonces, vuestra misión como padres es guiarlo hacia las cosas buenas. Y en el bautismo recibe la mejor: ¡la gracia de Dios!

No es una forma de hablar: es el poder real y eficaz del Espíritu Santo, que lo acompañará para toda la vida y lo asistirá si él quiere seguir cultivándolo. Además, también decidirá de mayor si quiere ser vegetariano o aficionado al fútbol, y eso no implica que ahora no le deis carne o no juguéis al fútbol con él, ¿no?

¡Pero es que son cosas diferentes! La fe, en teoría, es algo importante, y queremos que sea una decisión madura y consciente.

Es cierto: la fe es algo importante, porque la relación con Dios te cambia la vida. Por eso se bautiza a los niños, porque es el primer paso para que comiencen a recorrer el camino de la fe ¡a su nivel! Así, poco a poco, el niño irá comprendiendo y viviendo que Jesús, con su amor, le ayuda a no ser egoísta y le guía para vivir una vida plena, en comunión con Dios y abierta a los demás.

Nosotros no queremos coartar su libertad.

Claro. Lo que pasa es que el bautismo no limita su libertad. Al contrario. Al ser hijo de Dios, va a tener la posibilidad de vivir con auténtica libertad; con la ayuda del Padre para reconocer las cosas buenas, verdaderas y bellas.

Queremos decir que no queremos imponerle un acto que él puede decidir si llevar a cabo de mayor.

Bueno, los padres tenemos la potestad y el deber de ofrecer a nuestro hijo lo que consideramos que es lo mejor para él, ¿no? Y, se quiera o no, las decisiones que tomamos por nuestro hijo influirán decisivamente para que siga un camino y no otro, y eso no significa que coartemos su libertad, sino que queremos lo mejor para él.

Es que es un acto social, ¡y además es carísimo!

La celebración del bautismo no es una fiesta de presentación en sociedad ni un simple evento social. Es un sacramento en que actúa de verdad el Espíritu Santo y eso implica una preparación, además de tener muy claro lo que se está celebrando. El bautismo no es ingresar en un club, sino empezar a formar parte de la gran familia que es la Iglesia, instituida por Jesús. Esto, por supuesto, es motivo de alegría, y por eso es lógico ofrecer una pequeña celebración tras el bautizo, pero no podemos reducir el sacramento al sarao posterior.

Hay otros muchos aspectos de la vida de nuestro hijo en los que tenemos que intervenir hasta que crezca. Por ejemplo: ¿pospondríais un tratamiento si vuestro hijo os dice que no quiere tomarse la medicina? ¿O no lo llevaríais al cole, o a clases de inglés, hasta que decida a qué centro ir o qué lengua quiere estudiar?

¡Desde luego que no!

Claro. Y como cristianos, lo mejor que tenéis para ofrecer a vuestro hijo es vuestra fe. Os toca hacer la primera elección por él, aunque más adelante él pueda elegir vivirla también. ¿O no desearíais que eligiera vivir una vida de fe?

La verdad es que no lo habíamos pensado…, suponemos que sí.

Pues la fe solo puede crecer después del bautismo. Lo dice el Catecismo. Será mucho más difícil que nazca en él el deseo encontrarse con Jesús si no le señaláis el camino…

Lo que pasa es que no queremos imponerle nuestras creencias.

Os entiendo. Todos queremos que nuestro hijo viva su propia experiencia de fe y no una fe impuesta o forzada. Pero con el bautismo no se impone la fe, se da al niño la posibilidad de vivir una vida cerca de Jesús. El bautismo es un don, un regalo de Dios, para que podamos llegar a vivir luego una vida de fe plena.

Ya, ya, pero ¿y si él luego no cree?

Si él no cree, vosotros habréis cumplido con entregarle el mayor tesoro que tenéis. Recordad que la fe es un regalo y no sois vosotros los que la dais, sino que es Dios quien la entrega a sus hijos.

A través del bautismo, vuestro hijo recibirá la Luz que lo iluminará durante su vida. Y si no le abrís la puerta para que reciba el don de la fe, a lo mejor nunca llega a descubrir este gran tesoro. Un tesoro que vosotros teníais en vuestras manos y decidisteis no entregarle.

Cuando os casasteis, prometisteis transmitir la fe a vuestros hijos, y el bautismo es el primer acto de transmisión de la fe. Es permitirle entrar a formar parte de la familia de Dios.

No exageres. ¿Qué pasa entonces con los niños no bautizados? ¿Dios no los quiere?

A ver: ¿vosotros sois ya todo lo buenos que podríais ser?

No, pero ¿qué tiene eso que ver?

Pues que todos nacemos con la herida del pecado original y el bautismo es la única manera de librarnos de él y de abrir a nuestro hijo las puertas para la Vida Eterna. Aunque pequemos, el bautismo nos da la posibilidad de vivir bajo el efecto de la gracia e ir venciendo el pecado poco a poco.

¿Pero qué pasa con los no bautizados?

Jesús dice en el Evangelio que el bautismo es necesario para la Salvación, y el Catecismo matiza que es necesario para todos los que han conocido la fe porque les han anunciado el Evangelio y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento.

Si un niño, o alguien a quien no se le ha dado a conocer el amor de Dios, muere sin bautizar, su alma es confiada a la misericordia de Dios. Por eso nosotros, que somos parte de la Iglesia, tenemos la responsabilidad de promover el bautismo de quienes están a nuestro alrededor y a nuestro cargo, como son nuestros hijos.

¿O sea que, además de ser un regalo para mi hijo, es mi deber como cristiano bautizarlo?

Exacto. Mira, la Iglesia no conoce otro medio que el bautismo para asegurar la entrada en el Cielo y la vida de la gracia. Por eso, el Señor nos dio la misión de “bautizar a todos los hombres”, para que puedan “renacer del agua y del Espíritu”.

Artículo originalmente publicado por Revista Misión

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