El alma, el espíritu necesita estar listo para este tipo de eventualidades que llegan sin avisar
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Recitaba el Rosario y meditaba el cuarto misterio doloroso: nuestro Señor con la Cruz a cuestas por el camino del Monte Calvario. En ese momento Dios me permitió tener una visón exacto de lo que había sido ese verano en mi vida. No pude menos que llenarme de gratitud porque yo había sido un Simón de Cirene. De corazón lo digo, me sentí privilegiada de que Dios me hubiera tomado en cuenta a mí, indigna y pecadora para cargar ayudarle a cargar su cruz porque, como dije, yo no iba sola en este camino de lágrimas, María, mi consuelo y mi auxilio iba siempre a mi lado. Ambas sosteníamos el madero de Jesús.
Ese apretón de mano de mi papá del que platiqué anteriormente en https://es.aleteia.org/2017/09/08/cuando-la-virgen-tomo-mi-mano/ fue una contestación a mis súplicas. Un milagro, una respuesta, un regalo, una caricia de Dios y de mi Madre en medio de tanto dolor. Fue la reafirmación de “No temas, ¿no esto yo aquí que soy tu Madre?” Como comenté, la historia continuò y los milagros siguieron, aunque las bendiciones llegaron en forma de Cruz… Llenos de dolor y de gozo a la vez.
Esa noche, salí feliz de terapia a decirle a mi hermana y a la esposa de mi papá lo que me había sucedido, la historia del Rosario en la mano, ¡mi papá estaba reaccionando! Nuestras oraciones estaban siendo escuchadas. Mi madrastra me vio con ojos de te creo y a la vez no. Solo me dijo: “¿Será que tienes tanta fe?” Pues será el sereno, le dije. Yo sé que él está despertando, que no fue mi imaginación y lo corroboré con la enfermera. Además, era sábado, día que especialmente nos encomendamos a María. Así que nada era coincidencia.
El siguiente día pintaba que estaría mejor, más lleno de buenas noticias, pero no. Fue un día ambiguo, agridulce. Desperté con la terrible noticia de que uno de mis hijos había sido ingresado de urgencia al hospital por pancreatitis. En ese momento yo no sabía que el páncreas y el hígado ya le comenzaban a fallar. Quizá Dios me protegió para no darme cuenta de su gravedad. Yo, en otro país con mi papá muriéndose. Mi esposo en otra cuidad cuidando a otro de mis hijos que acababa de tener cirugía, también de urgencia. Dios santo, quería partirme en mil pedazos y estar con todos. En ese momento solo atiné a rezar, a suplicarle a la Virgen que Ella ocupara mi lugar de madre con mi hijo mientras yo arreglaba què hacer y cómo llegar a estar con él. Le ofrecí todo a Dios y le dije que lo único que le pedía era que mi papá terminara de despertar para yo poderme ir a cuidar a mi hijo. Así, claro se lo pedí. Haz que mi papá me reconozca y así puedo irme más tranquila. Fue una decisión muy dura para mí, pero sabía que mi lugar era estar con mi chiquillo.
Entre a terapia a ver a mi papá y dicho y hecho, ya estaba más consciente, más responsivo. Había salido del coma. Le hablé mucho y le dije que tenía que ausentarme por unos días, pero que pronto regresaría a estar con él. Le recé y finalmente le dije, papi, si sabes que soy tu chiquilla -así me decía- si me estás escuchando, si me estás entendiendo abre tus ojos y apriétame la mano. Hizo ambas cosas cada vez que se lo pedía. Yo no podía pegar de gritos de la emoción como sentía hacerlo porque estaba en terapia intensiva, pero mis lágrimas chillaban de la felicidad.
Desde el hospital donde estaba mi papá, en otro país, consiguiendo un sacerdote que fuera a ver a mi hijo y le llevara los sacramentos. ¡Què odisea! Porque era domingo y todos estaban ocupados oficiando Misas. Pero Dios siendo la Bondad infinita siempre se deja encontrar y finalmente con la ayuda de angelitos que nos manda en forma de amigos encontramos un Cura que pudo ir a verlo.
Viajé toda la noche en camión porque no encontré vuelos y debía estar al siguiente día que mi hijo sería intervenido. Serían 2 cirugías. El cuadro nada agradable. Gracias a Dios y al mundo oraciones que nos acompañaron, salió adelante. Los doctores no daban crédito a cómo un chavo de 21 años, tan lleno de vida, sano, sin vicio alguno hubiera desarrollado pancreatitis. Lo más importante es que se salvó otra vez y segura estoy que es por una misión muy grande que Dios tiene para él porque es la tercera vez que está a nada de no contarla. Ha sobrevivido a peritonitis, septicemia, pancreatitis… Y nunca ha perdido la fe, al contrario, cada día ama más a Dios. Pero esta ya será otra historia.
A los días de estar con este hijo pude regresar a cuidar al otro quien, como comenté, también acababa de tener cirugía. Solo esperaba a que lo dieran de alta para poder regresar a estar con mi papá quien mostraba pequeñas mejorías, muy leves, pero consciente. Mi hermana, me mantenía al tanto de sus avances. Un día me dijo que le rezó el Padrenuestro y que él le contestó. También que le ofreció llevarle al sacerdote para confesarse y que él había aceptado. Para los que conocemos y tenemos Fe eso ya es una “conversión” porque tuvo la intención de hacerlo, de reconciliarse con Dios.
Desafortunadamente, lo que faltó fue tiempo para que llegara el cura. Mi papito ya no volvió a despertar. Dentro de mi profundo dolor sentía un enorme gozo porque pude ver en cada señal que Dios me fue mandando que él iba por el camino de reconciliación. Él me hacía sentir que estaba a cargo de lo que yo tanto le había suplicado, la conversión de mi papá antes de morir. No sé porqué Dios no me permitió estar cerca de él cuando falleció.
Yo deseaba de todo corazón haberle ayudado a morir como lo hice con mi mamá. Pero Dios sabe más y el porqué ya no lo sabré. Por lo menos, pude volver a viajar para llegar a su entierro. Eso si, antes de tomar mi vuelo Dios me dio la fuerza de pasar al hospital a despedirme de una amiguita que quiero mucho y quien también está en fase terminal. Por eso digo, si Dios te da la carga, también te da la fuerza. Muchas veces hay que hacer a un lado nuestro dolor para pensar en el sufrimiento ajeno. Yo no era la única que sufría. El dolor personal no nos puede cegar a tal grado que dejemos de servir y practicar las obras de misericordia.
No sé ni como describir todo ese proceso que viví. Primero, la cirugía urgente de uno de mis hijos. A los pocos días salir corriendo porque mi papá se moría y al mismo tiempo mi otro hijo grave. Y luego, mi papi fallece y yo lejos de él. Todos, no solo en diferentes ciudades sino países y todo en un mes.
Parecía un cuadro de locos, de novela de suspenso, como si la vida se burlara… De verdad, volteaba con Dios y le decía: “¿Què onda contigo?” Y no a manera de reclamo, sino como de incredulidad… No lo sé. Era mucho sobre mi espalda. Y no lo digo con una actitud lastimera ni pobreteándome. Sé que puedo con esto y con todo lo que Dios me permita porque la carga no la llevo sola. Lo que si sè es que no hay manera de poder con tanto sin fe, no la hay. Es un peso que a cualquiera vuelve loco.
El mismo cuerpo puede hacer un “shut down” y decir hasta aquí. Por lo mismo se necesita de una enorme fortaleza espiritual para poder con tanta carga emocional y física. Claro tengo que Dios me llevaba en sus brazos. “Con cada escena que pasaba notaba que unas huellas de pies se formaban en la arena: unas eran las mías y las otras eran de Dios”. Literal, eso me pasaba porque hoy que lo veo a la distancia pienso, ¡cómo pude con tanto! Es que no fui yo, fue Dios quien habitaba -y sigue habitando- en mí. La presencia constante y latente de María.
La certeza sobrenatural de que Ella cuidaba de mis hijos mientras yo cuidaba de mi papá. No hay manera de que únicamente con la fuerza humana hubiera podido. Comparto mi historia para darle solo la gloria a Dios. Mi familia y yo somos milagros de su amor. Además, cada día constato más de la importancia de cuidar y cultivar la vida espiritual religiosa.
El alma, el espíritu necesita estar listo para este tipo de eventualidades que llegan sin avisar. Las cosas pasan y pasan, así de repente. Y entre más fortalecido tengamos el espíritu, más fuerza tendremos para sobrellevar y sobrevivir cualquier eventualidad o bendición en forma de cruz que la vida nos presente. No soy heroica ni me interesa serlo.
De hecho, si me preguntan cómo me siento sin vergüenza alguna puedo responder que física y emocionalmente agotada, pero espiritualmente increíblemente fortalecida porque el que Cristo me haya tomado en cuenta para cargar su cruz y sentir las caricias de mi Madre María a cada paso no tengo como pagárselas a Dios más que con gratitud y siendo fiel a su amor. ¡Quién soy yo para que me tome en cuenta!