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Los Evangelios inspiraron a san Antonio Abad (a veces llamado san Antón, el de Egipto o el Grande) para vender todas sus posesiones y vivir una vida de soledad en el desierto egipcio.
Estableció para sí mismo una tranquila ermita alejada del mundo, pero no pudo escapar completamente de su enemigo más persistente.
El diablo, que sabía que san Antonio era un hombre muy santo y próximo a Dios, arrojaba contra él todo lo que tenía.
Como el diablo no conseguía alejar a Antonio de Dios a través de las riquezas del mundo, intentaba atacarle tanto física como espiritualmente. San Atanasio registra varios de estos encuentros en su Vida de Antonio.
El diablo derrotado
Tras fracasar en el intento de engatusarle con riquezas, el diablo “atacó al joven molestándolo de noche y hostigándolo de día, de tal modo que hasta los que lo veían a Antonio podían darse cuenta de la lucha que se libraba entre los dos”.
Sin embargo, después de cada tentación, san Antonio fortalecía “su cuerpo con su fe, sus oraciones y su ayuno”.
Frustrado, el diablo intentó enfrentarse a Antonio asumiendo la apariencia de un niño y conversando con él. Antonio replicó:
Durante un tiempo, el diablo dejó en paz a Antonio, pero regresó de nuevo para ponerle a prueba, esta vez con una multitud de demonios.
El diablo golpeó duramente a Antonio físicamente, confiando en que Antonio volvería a su estilo de vida anterior por miedo. Antonio, inalterable en su fe, gritó al diablo:
Lecciones para alejar al Maligno
Después de cada encuentro, Antonio salía fortalecido en su fe y Dios venía en su ayuda. Antonio enseñó a muchos discípulos a derrotar a los demonios:
Y en otro lugar se dice que enseñó:
Sea cual sea la tentación que encontremos, Antonio nos enseña que la fe, la oración, el ayuno y la señal de la cruz son suficientes para vencer las trampas del Maligno.
El diablo puede parecer poderoso, pero los santos demuestran una y otra vez que no lo es y que no es rival para quienes ponen su confianza en Dios.