En la vida viene bien encontrar a personas que ayuden a interpretar las voces del alma. Los sonidos que surgen en lo profundo del corazónEs difícil entender lo que Dios quiere que haga. No es fácil descifrar sus silencios cada día. Interpretar sus palabras. Distinguir si es Dios quien me habla o soy yo que deseo muchas cosas. Y sueño. Y es verdad que en mis sueños está Dios escondido. Pero no es fácil optar, decidir el camino a seguir. Atravesar una puerta o pasar de largo. Decir que sí o guardar silencio evitando el compromiso.
¿Qué quieres de mí, Jesús? ¿Qué quieres qué haga? ¿Qué quieres que deje? ¿Qué quieres que elija?. Es el grito en tantos hombres que buscan hacer la voluntad de Dios en sus vidas. Esa es la historia de Samuel quien, siendo joven, cuando aún no conocía la voz de Dios, escucha en su interior una llamada.
Escucha su nombre: En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: – Aquí estoy. Pero en su confusión pensó que era su maestro quien le hablaba. Porque aún no conocía al Señor: Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: – Aquí estoy; vengo porque me has llamado. Pero no era Elí quien lo llamaba: Respondió Elí: – No te he llamado; vuelve a acostarte.
A veces en el camino me confundo. Interpreto mal las voces que escucho. Creo que me llama Dios y me pide algo. Pero tal vez no es Él. O creo que son otras invitaciones las que cuentan. Y sigo otros caminos confundido. Samuel tardó en comprender. Y al final fue Elí quien comprendió lo que sucedía y le explicó todo: Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: – Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: – Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
En la vida me viene bien encontrar a personas que me ayuden a interpretar las voces del alma. Los sonidos que surgen en lo profundo del corazón. Necesito a alguien que se ponga en mi piel y sepa discernir conmigo. Alguien que no decida por mí. Pero me ayude a tener más claridad. No siempre, pero a veces me hace bien dejarme aconsejar. Escuchar más voces en la maraña que se forma en mi interior. Alguien que con una cierta distancia sepa aconsejarme en mi búsqueda de Dios.
A veces dicen algunos que ya no hay vocaciones a la vida consagrada. A la vida célibe como sacerdote, o como religiosa. Y me dicen que es en parte porque se presenta muy atractivo el matrimonio como camino de santidad. O tal vez es porque Dios llama menos. O porque los jóvenes han dejado la iglesia y la fe. Puede haber muchas razones. No lo sé.
Pero yo pienso que hoy Dios sigue llamando y sigue habiendo jóvenes que se deciden por Él. Jóvenes que escuchan la voz de Dios y saltan de su cama con entusiasmo como Samuel, dispuestos a hacer lo que Dios les pide: El Señor se presentó y le llamó como antes: – ¡Samuel, Samuel! Él respondió: – Habla, que tu siervo te escucha.
Me gusta la actitud de Samuel. Aún no conoce a Dios, pero ya Dios lo conoce a Él. Y encendido por esa llamada, salta de su lecho para seguir sus pasos. Me gusta Samuel. Su inocencia. Su hondura. Su búsqueda. Su deseo de tocar y ver a Dios. Escucha la voz de Dios en el silencio de su alma. Se pone en camino y Elí le ayuda a comprender.
No me es tan sencillo a veces escuchar a Dios porque no hago silencio. El corazón de los jóvenes tal vez está demasiado atado a la tierra y a sus propios planes. Hay demasiado ruido. Tal vez prefieren no escuchar. Además hay poca capacidad para la renuncia y la entrega de la vida. Se apega el corazón al propio sueño, al proyecto dibujado en la imaginación.
Y hay miedo a confundirse tomando un camino que pueda no ser el propio. El alma se ha atado en exceso al mundo. O puede que el hombre no vea más caminos que los que la vida le ofrece. Puede ser también que no escuche porque hay poca hondura en su alma. Porque hay poco silencio y hay en cambio demasiados ruidos. Demasiadas voces que gritan.
Leía el otro día: De la noche a la mañana, y de la mañana a la noche, el silencio ha perdido cualquier derecho: el ruido quiere impedir que Dios hable. Demasiado ruido en el alma. ¿Cómo voy a saber lo que Dios quiere de mí? Sobre todo si lo que quiere es algo que rompe con el curso normal de mi vida. Y me pide Dios una locura. Sobre todo si seguir a Jesús supone dejarlo todo por tomar un camino distinto al que antes recorría. Cuando ese camino que seguía era perfectamente válido.
¿Cómo saber cuándo Dios quiere algo especial de mí, algo distinto, algo aparentemente imposible, una locura, un exabrupto en mi vida, en mi camino? ¿Cómo entender que sea necesaria una ruptura en la senda recta por la que discurría la vida? ¿Por qué tengo que renunciar a lo que deseo para abrazar otros deseos que aún no tengo? Tal vez falta silencio interior. No me callo.
Dios sí que habla: «Dios tiene un lenguaje secreto, a muchos les habla al corazón. Y hay un potente sonido en el silencio del corazón: – Yo soy tu salvación». Me callo para intentar oír su voz. Para intentar saber qué dicen sus palabras. Para escuchar mi nombre pronunciado con ternura. Quiero oír su amor hecho palabra. Quiero saber que Él es mi salvación, mi camino, mi vida. Me callo para que Él hable, para entender. Como Samuel. Escucho atento.