Así saludaba a sus enfermos: “Buenos días. Vivan Jesús, José y María. ¿Respiran todos?”
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Son muchos los beatos y santos, también desconocidos, que se han entregado al cuidado de los enfermos, incluso fundando iniciativas e inspirando otras vocaciones similares.
Entre los santos conocidos que entregaron su vida al cuidado de los enfermos está el beato Artémides Zatti, hermano coadjutor salesiano.
Nacido en Boretto, Italia, emigró con su familia en 1897, donde tres años después y tras trabajar en una fábrica de mosaicos y colaborar activamente en la parroquia, a los 20 años, ingresó en el aspirantado salesiano.
Su anhelo era ser sacerdote. Pero en una ocasión, cuidando a un enfermo de tuberculosis, se contagió la enfermedad.
Trasladado a un hospital misionero en Viedma, recibió allí el consejo de un enfermero salesiano: “Si Ella te cura, tú te dedicarás toda la vida a estos enfermos”.
Y Artémides prometió a María Auxiliadora que si obtenía la gracia de una sanación total se entregaría por completo al cuidado de los enfermos. Así fue. Tiempo después él recordaba esa promesa: “Creí, prometí, curé”.
Artémides hizo su primera profesión como hermano coadjutor en 1908 y la perpetua en 1911.
Su primer servicio fue en el mismo hospital en el que curó, donde tras el fallecimiento del enfermero que le había recomendado la promesa a la Virgen se hizo cargo del hospital.
Desde Viedma y como enfemero fue haciéndose conocido en toda la Patagonia.
El enfemero Don Zatti no sólo atendía en el Hospital, sino que, y sobre todo por esto se hizo conocido, visitaba a los enfermos en su bicicleta. Los amaba profundamente.
Una frase de un diálogo con una religiosa ilustra cómo los veía: “Hermana, ¿tiene ropa para un Jesús de 12 años?”.
Cada mañana, en su visita a los enfermos del Hospital, los saludaba con unas palabras muy especiales y la mejor de sus medicinas, el buen humor: “Buenos días. Vivan Jesús, José y María. ¿Respiran todos?”.
Entre quienes atendió estaba un niño, Emilio Barasich, que en 1946, cuando estaba en sexto grado, hirió gravemente su mano con el peso de una tapa de hormigón.
Relataba Barasich años después, ya sacerdote, muy querido en la Patagonia, salesiano como don Zatti antes que él:
“¿Qué te pasa, hijito? Me preguntó, cuando me vio llegar lloroso y dolorido. Buscó una pomadita y me vendó, mientras me hablaba y me tranquilizaba, me pareció que me curaba más con la palabra que con el remedio. Fue así que a los pocos días estaba sano y salvo. Pasaron los años y esa mano fue consagrada para ir levantando la hostia. Siempre pienso que Zatti se hizo presente con su gesto, de cercanía, tratando de sanar, a veces más preocupado que el mismo paciente”.
Artémides Zatti falleció en 1951, un año después de enterarse de un grave cáncer que sobrellevó con la misma templanza y alegría con la que cuidaba a sus enfermos.
Fue beatificado por Juan Pablo II en 2002. Su fiesta se celebra el 15 de marzo.
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