Esta puede ser una segunda luna de miel para la pareja que trabaja en el amor
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Definitivamente, el nido vacío es una prueba de fuego para los matrimonios. Es cuando se comprobaremos si realmente hemos invertido en nuestro amor de pareja o, simplemente, si fuimos padres, pero no compañeros.
Algunos matrimonios no sobreviven a esta etapa y eligen terminar porque “sienten” que ya no hay amor entre ellos. Y es que a lo largo de su vida, durante los años en estuvieron construyendo su familia, no alimentaron su vínculo más importante: el de pareja.
Se dejaron de cuidar y ahora “sienten” que no hay nada que les una. Es entonces cuando deciden separarse porque se ven como dos desconocidos compartiendo cama y techo.
¡Mucho cuidado! Recordemos que el amor no pertenece al plano de la emocionalidad, sino al de la voluntad.
Cuando abandonó el nido el último de nuestros hijos, a pesar del profundo dolor que ambos sentimos, elegimos cambiar nuestro chip interior de tristeza por gratitud, de dolor por gozo.
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La “soledad”, ese vacío interior que ambos sentimos lo supimos resolver con paciencia y amor, muchas veces mojados de lágrimas. Lo llenamos con la certeza de nuestra mutua compañía donde ambos respetábamos nuestros momentos de duelo y de llanto y simplemente nos acompañábamos con la mirada, silencios y un tierno apretón de manos.
Cuando nos sentíamos cabizbajos recordábamos lo agradecidos que nos sentíamos de que nuestros hijos hubieran volado del nido con sus padres amándose y con su familia unida.
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Y es que todo cambia cuando se siente la humilde satisfacción de saber que los hijos no se van porque ya están hartos del ambiente familiar, sino que lo hacen para perseguir sus sueños y cumplir su misión. Todo eso nos ayuda como pareja para crecer en mutua admiración y reconocimiento.
Hoy esa sensación de vacío ya pasó y a pesar de que extrañamos a nuestros hijos, actualmente estamos viviendo una segunda luna de miel, con la diferencia de que ahora es una relación más madura resultado de la voluntad y de la sensatez que solo los años y experiencias vividas. Se trata de un amor que nace de una decisión consciente y madura de amar.
¿Y cómo se puede crecer en el amor maduro de pareja? Viviendo algo así.
Para comenzar cada mañana al despertar mi corazón emana un profundo suspiro de gratitud de saber que será un nuevo día para seguirle amando. Soy muy feliz por el simple hecho de que él existe y está a mi lado. Nuestro día comienza y termina con un beso y con un “te amo. Gracias por hacerme tan feliz”.
Ambos trabajamos a diario en edificar y alimentar nuestra relación, nuestro vínculo tomando en cuenta nuestras mutuas necesidades y haciendo todo por satisfacérnoslas.
Nos mandamos mensajes de texto para hacernos presentes uno con el otro y recordarnos nuestro amor.
Procuramos estar tomados de la mano tanto como nos sea posible y siempre caminar así.
Nos reímos de las cosas más simples y vivimos un día a la vez. Así es. Ya no nos preocupamos tanto por el mañana como por vivir el hoy, eso sí, siempre amándonos y cuidándonos.
En los días libres de trabajo nos vamos al cine a media noche o dormimos hasta altas horas de la madrugada viendo películas.
Rezamos y servimos a la comunidad juntos.
En fin, hacemos todo por conquistarnos cada día como hombre y mujer. Él hace magia en mi vida y yo en la de él.
Gracias a estos detalles nuestra relación se ha tornado más sólida, mágica y maravillosa. Parecemos recién casados porque el tiempo es todo nuestro.
Ahora además que querer seguir siendo padres ejemplares para nuestros hijos, queremos hacernos mutuamente felices y hacer crecer nuestro amor.
Ambos continuamos con nuestros deberes profesionales, pero nuestra auténtica realización personal. Él es la prioridad de mi vida y yo la de él.
Si hoy pasan por esta experiencia recuerden alimentar su amor por medio de detalles diarios. Gocen esta etapa y crezcan en el amor para que cuando estén en la presencia de Dios le digan: “Más no le pude haber amado”.