Nunca pudo hacer a un lado su infancia católica en la Ciudad de México, aunque se confesó un “pagano”
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Hace unos días, sola y lejana de cualquier contacto con el mundo, rodeada de algunos de sus gatos, murió la viuda del Premio Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz, la francesa Marie-José Tramini.
Paz y Mari-Jo, como la nombraba el poeta mexicano, se conocieron en la India, cuando aquél era embajador de México en ese país y ella, esposa de un diplomático. Ahí se casaron. Nunca tuvieron hijos.
Ahora, con el fallecimiento de la viuda, los derechos de la obra de este altísimo poeta, uno de los grandes de lengua española del siglo XX, así como su legado podrían pasar a manos de las autoridades mexicanas, puesto que no hay testamento ni herederos por ambas partes.
En ese mismo tenor se encuentra el archivo de Paz, con cartas inéditas a prácticamente todas las figuras literarias del siglo pasado, desde André Bretón hasta Alfonso Reyes; desde Julio Cortázar hasta Antoni Tapiés. También su biblioteca privada.
Paz y Trimini no dejan herederos directos, aunque Paz tuvo una hija, Elena, con su primera esposa, la escritora mexicana Elena Garro. Sin embargo, el matrimonio de ambos duró poco tiempo y se separaron a fines de la década de los treinta del siglo XX.
Marie-José Trimini, tras la muerte de Paz en abril de 1998, vivió encerrada y renuente a hacer un testamento. Era la heredera y albacea de Octavio Paz, pero no hay indicio alguno de que haya herederos naturales, por lo que se teme, por parte de la comunidad literaria mexicana que exista una “rapiña” de los derechos de la obra, así como de las posesiones del matrimonio Paz-Trimini.
Quien escribió, hacia 1950, uno de los ensayos fundamentales pare entender a México, *El laberinto de la soledad,* ahora encuentra que su legado se encuentra, justamente, en un laberinto por su vida de soledad compartida con Trimini.
Esa fue su opción y su proyecto de vida. Paz venía de una familia de revolucionarios, su padre lo fue, muy cercano a Emiliano Zapata, y de la familia de su madre, profundamente católica.
Nunca pudo hacer a un lado su infancia católica en la Ciudad de México, aunque se confesó un “pagano”, alguien que ejerció la crítica desde una visión liberal. Pero de un liberalismo que jamás negó la espiritualidad humana, ligada, para él, en la llama del eros.
El papa Francisco citó –en su visita a México en febrero de 2016– al escritor mexicano para hablar del “destino incumplido de México” en el discurso para los obispos que pronunció en la Catedral de Ciudad de México, en la primera jornada oficial de su visita a este país.
Aunque sin nombrarlo, el Papa hizo referencia al escritor al hablar de él como “un inquieto y notable literato de esta tierra”.
La frase de Paz que utilizó el Pontífice proviene de *El Laberinto de la soledad* y recuerda “que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar”.
Uno de los poemas más bellos y, quizá, más sinceros de Octavio Paz es “Hermandad”:
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.Sin entender comprendo:
también soy escrituray en este mismo instante
alguien me deletrea.