C.S. Lewis, escritor británico, fue un gran teólogo. Aunque era anglicano, le gustaba especialmente la idea del purgatorio. Aquí explicamos por qué
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C. S. Lewis (1898-1963) es más conocido por ser el autor de las Las Crónicas de Narnia. Sin embargo, también era un apasionado de la teología cristiana.
Después de su conversión en 1931, gracias a la lectura de G. K. Chesterton, se convirtió en uno de los más grandes apologistas (defensor intelectual de la fe) del siglo XX.
Aunque era anglicano —para gran disgusto de su amigo J.R.R. Tolkien, autor de El señor de los anillos, quien hizo todo lo posible para convertirlo a la fe católica—, sus escritos son muy provechosos para los cristianos de todas las confesiones.
En su libro Letters to Malcolm, una colección de cartas a un amigo ficticio publicada justo después de su muerte, explica por qué creía en el purgatorio.
“Doctrina papista”
La concepción de C. S. Lewis del purgatorio es similar a la imagen que ofrece Dante en la Divina comedia. Lewis detesta la visión del purgatorio como un “infierno temporal”, un lugar de sufrimiento, concepto común para muchos autores de la época. Él denominaba a esto la “doctrina papista”.
Lo que ignoraba es que la mayoría de los católicos estarían de acuerdo con él al rechazar esta descripción. Basta leer la encíclica Spe salvi (n.º 45) de Benedicto XVI para convencerse de ello.
C. S. Lewis prefería la idea de un lugar de purificación, como se describe en el poema de John Henry Newman, El sueño de Geroncio. Para Lewis, tienes que ser aquello que Dios te hizo ser. Dios no solo quiere que nos salvemos, sino que seamos santos. Y es al santificarnos que Él nos salva del pecado. Él no solo quiere redimir nuestros pecados, sino convertirnos en una persona que ya no pecará más. Sin embargo, la Iglesia sabe bien que es difícil, que es una reeducación que puede resultar dolorosa. Lewis estaba convencido de esta idea, aunque es muy católica.
Es nuestra alma la que reclama el purgatorio
“Nuestras almas reclaman el purgatorio”, escribió Lewis a Malcolm. “¿No se rompería nuestro corazón si Dios nos dijera: ‘Es cierto, hijo mío, tienes mal aliento y tus harapos están cubiertos de fango y cieno, pero aquí somos caritativos y nadie te reprenderá por ello. Entra en la alegría de tu Señor’?”.
Lewis está convencido de que nos negaríamos a entrar así tan llenos de suciedad. Reclamaríamos el purgatorio porque, delante de Dios que es la bondad perfecta, querríamos ser también nosotros perfectamente buenos. Por lo tanto, pediríamos ser purificados, aunque nos haga daño, de lo cual Lewis está convencido. “Supongo que, normalmente, el proceso de purificación implica cierto sufrimiento. (…) Lo verdaderamente bueno que me ha sucedido en esta vida ha venido acompañado de eso”.
Sin embargo, continúa: “No creo que el sufrimiento sea la meta de la purificación. Pienso que, entre los que no son ni mejores ni peores que yo, algunos sufrirán más, otros menos que yo. (…) Recibiremos el tratamiento que nos sea útil, más o menos doloroso según el caso”. Dios nos limpiará según nuestra necesidad y así lo desearemos, aunque no lo disfrutemos.
Como ir a que te extraigan un diente
Para ilustrar la dicotomía entre recibir una recompensa buena pero dolorosa, Lewis utiliza la metáfora de la extracción de un diente. “Espero que cuando me saquen el diente de la vida y cuando yo ‘vuelva en mí’, una voz diga: ‘Toma, enjuaga tu boca con esto’. Eso será el purgatorio. El enjuague quizás tarde más de lo que puedo imaginar ahora. Tal vez el sabor de esto sea más ardiente y astringente de lo que sería capaz de soportar mi actual sensibilidad”.
Ciertamente, esta reflexión de C. S. Lewis no es tan precisa ni tan “pura” doctrinalmente como la de Benedicto XVI, pero tiene el mérito de explicar con claridad por qué nos debe gustar la promesa del purgatorio. No es un “infierno temporal”, es un filtro de purificación.