La manera como afrontaremos la pérdida de un ser querido es una incógnita y, además, una experiencia para la que nunca estamos, suficientemente, preparados. Cuando el vínculo afectivo se rompe la pena, el dolor y la tristeza causan, en algunas personas, una inflamación que aumenta el riesgo de padecer enfermedades o muerte prematura. Cuando perdemos a un ser querido experimentamos una combinación muy personal de dolor emocional y también físico que determinará, en cada caso, la manera de abordar la ruptura afectiva que supone la pérdida de una madre, padre, abuelo, hermano, amigo o de cualquier otra persona a la que en vida nos hemos sentido unidos.
Aflicción, anhelo, tristeza, preocupación y nostalgia son síntomas que nos evocan dolor, ese dolor que sentimos como un desgarro del alma y que, según un estudio de la Rice University de Estados Unidos (EEUU), es causa de inflamación -dolor- e incluso puede incrementar el riesgo de desarrollar enfermedades.
La reacción a estas emociones se produce, con mayor o menor intensidad, en periodos de duelo. El duelo no es sólo psicológico. Hay síntomas físicos, cognitivos y de comportamiento. Todo duele.
Según un estudio llevado a cabo por el investigador, Christopher P. Fagundes Doctor en Psicología de la Rice University de EEUU, durante el periodo de duelo algunas personas experimentan síntomas depresivos y procesos inflamatorios que tienen una relación de causa. El hallazgo más relevante del estudio ha sido demostrar que la inflamación es un marcador relacionado con un nivel elevado de depresión en personas en duelo.
Además, durante el estudio se observó que en los meses posteriores a la pérdida aumenta el riesgo de padecer problemas cardiovasculares y se dieron casos de mortalidad prematura. Este es el primer estudio que demuestra que los síntomas inflamatorios pueden distinguir a las personas que tienen mayor gravedad de aflicción y presentan unos niveles más altos de inflamación de las que, en la misma situación, tienen menor gravedad de pena o aflicción.
Aceptar la pérdida y aprender a desprenderse
A partir de una edad, asumimos que la pérdida es una parte natural de la vida por la que deberemos pasar en un momento u otro. Quienes ya han pasado por ello reconocen que el tiempo es un buen aliado pero la actitud de superación es fundamental para avanzar y aceptar el sufrimiento.
Según los expertos el reconocimiento de los afectos, positivos y negativos, con la persona fallecida es una herramienta que ayuda a aceptar y sobrellevar el dolor. El tiempo, por su parte, abre el camino hacia la comprensión de un hecho natural para que, tarde o temprano, podamos desprendernos de la dependencia física y conducir nuestras emociones a la esfera espiritual.
Otro factor que influye en la manera de afrontar esta etapa de duelo es si se trata de:
- Una pérdida anticipada es una circunstancia que se puede ir asumiendo poco a poco: personas mayores, con enfermedades crónicas, terminales o degenerativas, etc… En estos casos, aunque doloroso, hay una oportunidad para la despedida.
- Una pérdida repentina abre un escenario de dolor mucho más difícil de gestionar y de digerir. En estos casos, las personas que sufren la pérdida se sumen en un estado de shock y de negación profunda que hacen que el camino a recorrer sea más difícil de asumir.
Por otra parte, el grado de parentesco y/o de dependencia con la persona fallecida también determinan el dolor y condicionan el grado de dificultad de superación. Los expertos señalan que, “si bien el duelo está considerado un proceso normal de adaptación a las pérdidas puede derivar en un factor de riesgo de enfermar, elevando la morbilidad y la mortalidad de las personas que lo sufren”.
Duelo patológico
Hasta aquí hemos visto que el duelo constituye una etapa de riesgo para la aparición de enfermedades y, en sí mismo, puede llegar a convertirse en una enfermedad, el “duelo patológico”.
Su principal causa es la dificultad y la falta de aceptación del sufrimiento, hecho que cierra la puerta a la posibilidad de superación. El sufrimiento se hace cada vez mayor y afecta a todos los planos de la vida de la persona, la salud incluida. Quien no ha escuchado la expresión “ha envejecido en meses lo que en años”!!! Dicen los expertos que “lo que no se asume no se supera, nos desborda y nos conduce a un mayor sufrimiento. Y este sufrimiento se hace enfermedad”.
En estas circunstancias cabría preguntarse: ¿qué o quién me puede ayudar? , ¿qué recursos tengo para superarlo?, ¿cómo puedo reconstruir mi proyecto vital?, ¿ qué es importante para mí?. Una vez más, me remito a las palabras del Papa Francisco, una fuente de profunda inspiración y consuelo: “En la vida hay dos maneras de mirar las dificultades: o las miras como algo que te bloquea, te destruye y te detiene o las miras como una oportunidad. Oración, paciencia y esperanza. No olvidéis esto”.