Hay quien asegura que antes de los 40 es muy difícil alcanzar un conocimiento suficiente sobre uno mismo. Aquí algunas pistas para lograr un mejor autoconocimiento
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La célebre inscripción en el pronaos del templo griego de Delfos al dios Apolo: “Conócete a ti mismo”, es también un aforismo atribuido a varios pensadores de la antigua Grecia, desde Heráclito hasta Sócrates, entre otros. Parece que en su contexto original pretendía advertir a quien llegaba al templo, la importancia de reconocerse como ser humano, limitado y creatural, no como un dios. Otras interpretaciones indican la invitación del dios a la sabiduría mediante el conocimiento de uno mismo y a pensar bien la pregunta que quería hacerse al oráculo. En toda la historia del pensamiento filosófico el aforismo indicó un ideal de conocimiento personal, de camino de sabiduría, asumiéndolo como una tarea larga y difícil, pero necesaria y fundamental para todo ser humano.
Platón pone esta frase en boca de Sócrates en su diálogo con Alcibíades, un joven ignorante que aspira a un cargo político. La enseñanza de Sócrates es recordarle al joven que antes de ser gobernante y mandar sobre el pueblo, su primera tarea es gobernarse a sí mismo y no podrá hacerlo bien si antes no se conoce a sí mismo. Quien no se conoce no puede autogobernarse, y quien no puede gobernarse a sí mismo, no será capaz de gobernar a nadie.
Para Sócrates, del autoconocimiento es de donde más les vienen a los hombres los bienes y del estar equivocados sobre sí mismos, la mayoría de sus males. Los que no saben quienes son se equivocan más fácilmente, erran el camino de su vida y son más manipulables.
Los antiguos siempre lo entendieron como un “autoexamen”, que no pasaba solamente por un ejercicio en solitario, sino que involucraba especialmente el diálogo y la verificación en el encuentro con los otros, en tratar de comprender la vida misma.
El conocimiento de uno mismo es autoperfeccionamiento, es hacerse mejor ser humano, amigo de sí mismo, y comprender la propia naturaleza y los propios límites. Por ello esta tarea es previa a cualquier trabajo de importancia que busque el desarrollo personal y el bien social. Solo quien se conoce a sí mismo puede orientar su propia vida y sus acciones de acuerdo con sus valores y propósitos. A su vez el conocimiento de sí mismo nos hace más comprensivos con los demás, porque nos enseña a mirar más allá de las apariencias.
Los obstáculos para conocerse
En un mundo donde se promueve la permanente dispersión, el vivir “fuera de uno mismo”, perdiéndonos en banalidades o hiperestimulados por incontables formas de escaparse de la profundidad, el tiempo para dedicarse al conocimiento de sí mismo no es algo que sea prioritario en la vida de muchos de nosotros. Es más, graves problemas de comunicación y de relaciones familiares o laborales, tienen como raíz un débil conocimiento que las personas tienen de sí mismas. Creen que se conocen, pero en realidad no han emprendido ese camino. No hay que olvidar que se vuelve sumamente importante el esfuerzo del autoconocimiento cuando nos esperan decisiones importantes de nuestra vida.
No reflexionar nunca sobre sí mismo, no examinarse nunca, no aprender de los propios errores, negar todas las críticas como si fueran mentiras y echar siempre la culpa a los demás de todo lo que sucede, es una forma de vivir en la ignorancia y la necedad.
Pascal escribió: “Uno debe conocerse a sí mismo. Aún si esto no sirviera para descubrir la verdad, al menos es útil como regla de vida, y por lo tanto no hay nada mejor”.
Lo que hay que aprender
El conocimiento de uno mismo es siempre parcial, incompleto e imperfecto. Es una realidad dinámica que no termina más que con la muerte. Somos conscientes de que hay aspectos de mi persona que conozco de mí y que los demás ignoran, pero también sabemos que hay aspectos de nosotros que los demás conocen y que nosotros ignoramos. Además de ser parcial, el conocimiento de uno mismo está siempre en camino. El Cardenal Martini sostenía que antes de los cuarenta años es muy difícil alcanzar un conocimiento suficiente de uno mismo.
Por otra parte, para conocerme necesito de los demás, de quienes conocen algunos aspectos de mí que yo ignoro. Es fundamental preguntar a los que viven con nosotros cómo nos ven. Es importante ayudar a los demás a que pierdan el miedo de revelarnos aquellas cosas que ven en nosotros y que tal vez no quieran decirnos por miedo a tener un conflicto o a lastimarnos.
Quien nos quiere bien podrá ser sincero con nosotros si sabemos reaccionar adecuadamente a escuchar verdades que no nos gusten. Para ello se requiere una gran confianza y transparencia en la amistad.
Escuchar y analizar las críticas y valoraciones que recibimos, aunque a veces sean injustas o no se ajusten mucho a la realidad, nos permite comprender algo sobre cómo nos ven. Reflexionar sobre lo que suscitamos en los demás nos dice mucho sobre cómo somos percibidos.
También nos conocemos actuando y nos solemos llevar sorpresas. Muchas veces no imaginamos que actuaríamos de tal o cual manera frente a una situación inesperada. Estábamos convencidos de que éramos de un modo y de repente, descubrimos que no somos como pensábamos.
Un camino de autoconocimiento es reflexionando sobre mis propias acciones y decisiones, porque en este sentido también somos lo que hacemos, cómo actuamos y lo que decidimos.
Hay que cuidarse también del exceso de subjetivismo, muy frecuente en el ambiente cultural en el que vivimos. Mirarse a sí mismo de forma excesiva, narcisista, creyendo que la realidad es solo lo que yo siento y como yo lo siento, es ahogarse en el propio ego y no ser capaz de ver a los otros, reduciendo la realidad a la propia percepción subjetiva.
La otra cara de este subjetivismo es vivir analizándose en forma escrupulosa y perfeccionista, demasiado minuciosamente los propios defectos y permaneciendo siempre indecisos e inseguros para tomar decisiones. Y es que depender demasiado de lo que sentimos para comprendernos puede hacernos caer en un subjetivismo excesivo y dañino. Hay veces que no distinguimos lo que sentimos de lo que le sucede a los demás. Yo puedo sentir que alguien no me ama, y el sentimiento es auténtico. Pero eso no significa que esa persona no me ame. Tal vez me ame con todo su corazón y yo no lo sienta. No distinguir lo que siento de lo que sucede a nuestro alrededor suele encerrarnos en un mundo irreal.
Somos mucho más que lo que los demás ven en nosotros y no somos lo que otros esperan que seamos. Cada ser humano es un misterio para sí mismo, aunque los demás traten de creer que nos conocen y que pueden describirnos en listas de características.
Una gran libertad interior comienza a experimentarse cuando descubrimos que somos seres en construcción, abiertos, que no estamos determinados y que ninguna etiqueta nos refleja por completo.