Homilía hoy en Casa Santa Marta
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El diablo existe, y por su envidia al Hijo de Dios hecho hombre, siembra el odio en el mundo, provocando la muerte. Lo afirma hoy el Papa Francisco en la homilía de la Misa en Casa Santa Marta, dedicado al Libro de la Sabiduría (Sb 2,23-3,9).
El Papa analiza el primer versículo, en el que recuerda que “Dios nos creó a su imagen, somos hijos de Dios, pero en seguida después añade “pero por la envidia del diablo entró la muerte entró en el mundo”.
Francisco explica que “la envidia de ese ángel soberbio que no quiso aceptar la encarnación” le llevó a “destruir a la humanidad”. Y así, en nuestro corazón, entra algo: “los celos, la envidia, la competencia” enumera el Pontífice, mientras en cambio “podríamos vivir como hermanos, todos, en paz”.
Así comienza “la lucha y la gana de destruir”. Papa Francisco retoma sus “diálogos” con los fieles: “Pero, padre – yo no destruyo a nadie”. “¿No? ¿Y tus murmuraciones? ¿Cuando hablas mal del otro? ¿Lo destruyes”. Y cita al apóstol Santiago: “La lengua es un arma feroz, mata”. “La murmuración mata, la calumnia mata”.
“Pero, padre, yo estoy bautizado, soy cristiano practicante, ¿cómo puedo convertirme en un asesino?”. Porque, recuerda de nuevo el Papa “dentro de nosotros hay una guerra”, desde el principio. “Caín y Abel eran hermanos – subraya Francisco – pero los celos, la envidia de uno destruyó al otro”. Es la realidad, basta mirar un telediario: “las guerras, las destrucciones, gente que por las guerras incluso muere de enfermedad”.
El Pontífice recuerda a Alemania y al aniversario de la caída del Muro de Berlín, pero también los nazis y “las torturas contra todos aquellos que no eran de ‘pura raza’”. Y otros horrores de las guerras.
Detrás de esto hay uno que nos mueve a hacer esto. Es lo que llamamos tentación. Cuando vamos a confesarnos, decimos al sacerdote: “Padre, he tenido esta tentación, esta, esta…”. Alguien que te toca el corazón para hacerte ir por el camino equivocado. Alguien que siembra la destrucción en el corazón, que siembra el odio. Y hoy lo decimos con claridad, hay muchos que siembran el odio en el mundo, que destruyen.
“Muchas veces – comenta de nuevo el Papa Francisco – pienso que las noticias son un relato del odio para destruir: atentados, guerras”. Es verdad que “muchos niños mueren de hambre y de enfermedades” porque no tienen agua, instrucción, educación sanitaria. “Porque el dinero que haría falta para esto – denuncia – va a fabricar armas, y las armas son para destruir”.
Esto es lo que sucede en el mundo, pero también “en mi alma y en la tuya”. Por la “semilla de envidia del diablo, del odio”. “¿Y de qué tiene envidia el diablo? – se pregunta el Papa – De nuestra naturaleza humana”.
¿Y saben por qué? Porque el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. Esto no puede tolerarlo, no logra tolerarlo.
Y entonces destruye. “Esta – explica el Papa – es la raíz de la envidia del diablo, es la raíz de nuestros males, de nuestras tentaciones, es la raíz de las guerras, del hambre, de todas las calamidades en el mundo”. Destruir y sembrar odio, prosigue Francisco, “no es algo habitual, en la vida política”, pero “algunos lo hacen”.
Porque un político tiene a menudo “la tentación de manchar al otro, de destruir al otro”, sea con mentiras, o con verdades y no hace una confrontación política sana y limpia “por el bien del país”. Prefiere el insulto, para “destruir al otro”. “Yo soy bueno, pero ¿este parece más bueno que yo?”, piensa, y entonces “lo hundo, con el insulto”.
Quisiera que cada uno de nosotros pensara esto: ¿por qué en el mundo hoy se siembra tanto odio? En las familias, que a veces no pueden reconciliarse, en el barrio, en el puesto de trabajo, en la política… El sembrador del odio es esto. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, algunos dicen: pero padre, el diablo no existe, es el mal, un mal muy etéreo… Pero la Palabra de Dios es clara. Y el diablo se la toma con Jesús, lean el evangelio: que tenemos fe o que no tenemos, es clara.
Oremos al Señor, es la invocación final de Francisco, “que haga crecer en nuestro corazón la fe en Jesucristo, su Hijo”, que ha tomado nuestra naturaleza humana, “para luchar con nuestra carne y vencer en nuestra carne” el diablo y el mal. Y que esta fe “nos de la fuerza para no entrar en el juego de este gran envidioso, el gran mentiroso, el sembrador de odio”.