La actriz de Game of Thrones se encerraba en el baño a llorar y bebía vodka para obligarse. Jason Momoa la ayudó a oponerse a cierto forzamiento, mientras los productores la chantajeaban: “¿No querrás defraudar a tus fans?”
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No he visto la serie Game of Thrones de forma seguida, me gustó por el desarrollo de algunos personajes, y la dejé porque me fastidiaba la manera como se me imponían, como espectadora, escenas de sexo exageradas. Me molesta que se escriban los guiones dando por supuesto que la historia no es suficiente, y que el espectador se queda pegado a la pantalla sólo si le das escenas hot. La trama a mí me gustaba mucho, es otra cosa lo que me ha alejado.
No soy puritana ni tengo poca tolerancia a la violencia. No me escandaliza un seno desnudo, pero me siento objeto de violencia cuando con total gratuidad se me ofrecen escenas íntimas en las que la relación sexual es siempre extrema, explícita, dirigida sólo a estimular los bajos instintos del espectador. Nos están robando la imaginación, dirigiéndola hacia escenarios absolutamente perversos, empujándonos a asociar el sexo solo con un reino de puro hedonismo en el que todo es lícito y ningún vínculo auténtico cuenta.
Esto no sucede sólo con Juego de Tronos, sino con un número cada vez mayor de películas, cuyo amargo efecto colateral es el de plagiar nuestro imaginario; nos sugieren: “Mira qué desenvueltas y felices se muestran las estrellas, si ellas lo hacen significa que es la manera más satisfactoria”. Se insinua sin mucho disimulo que la idea de que la intimidad entre hombre y mujer, para ser satisfactoria, tiene que atenerse a esos cánones, y me atrevo a decir que es justo al revés.
Y se da por supuesto que los jóvenes se dejan convencer por este continuo lavado de cerebro, y que incluso las jóvenes se sienten obligadas a repetir los gestos de ciertos modelos televisivos para ser amadas en la realidad. Quizás crean que el chico del que se han enamorado espera eso de ellas, aunque eso sea algo que la turba.
Por tanto es bueno dar espacio a las recientes declaraciones de Emilia Clarke, sobre todo mostrarlas a quienes aún son frágiles y desprotegidos desde el punto de vista emocional y afectivo. Las actrices no se sienten nada cómodas al rodar ciertas escenas, porque no son la normalidad, sino algo forzado impuesto por los productores, a los que les interesa sólo llevar lo extremos un paso más allá… con el único fin de ganar dinero.
La madre de los dragones, en medio de los lobos del showbiz
Durante la primera temporada – recuerda – no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, de lo que tenía delante. Nunca había estado en un set de este tipo, había estado en un set cinematografico como dos veces antes de entonces, y en ese momento me encontraba en un set completamente desnuda, con todas esas personas, sin saber qué tenía que hacer, qué se esperaba de mí, qué querían ellos y qué quería yo. (Armchair expert)
Invitada por el actor Dax Shepard en su podcast Armchair Expert, Emilia Clarke se sumergió en el pasado para recordar lo que sucedió en 2010: ella tenía sólo 23 años, acababa de salir de la Academia de Arte Dramático y aceptó el papel de la icónica Daenerys Targaryen, que le iba a cambiar la vida.
Era jovencísima e inexperta, no es pensar mal suponer que los productores de Juego de Tronos aprovecharon la situación en su beneficio.
En el pasado, mientras la serie se estaba rodando, la Clarke defendía e incluso aplaudía las escenas subidas de tono de la producción. Hoy, ya libre de ese contexto, la actriz juzga con acentos mucho más negativos la experiencia a la que sin duda se debe el lanzamiento de su carrera, pero que le ha dejado duras huellas.
No hay malentendidos cuando, ante el microfono de Shepard, usa el adjetivo “terrifying” para expresar cómo se sintió al rodar ciertas escenas de sexo: estamos en la esfera semántica del trauma, del susto terrible. Muchas publicaciones han recogido sus palabras:
“Me habían dado el papel, y me habían enviado los guiones para que los leyera – cuenta la actriz en el podcast – y cuando llegué a esas escenas me sentí un poco como, ‘oh mierda, ¿y ahora?’. Pero acababa de salir de la escuela de arte dramático, y para mi el trabajo era trabajo. Pensaba: si está escrito en el guión, hay que hacerlo. Tranquila, todo irá bien”. Pero esas escenas de desnudos y de sexo la hacían sentirse “superada”, también porque “independientemente de ellas, pasé toda la primera temporada pensando que no era digna de pedir nada. Y luego me encerraba en el baño a llorar”.(Io donna)
Además de llorar en el baño, confesó haberse refugiado en la bebida para reaccionar a ese impacto tan fuerte, con algo que evidentemente le repugnaba o de lo que se avergonzaba. Al otro lado de las cámaras estaban los productores, lobos realmente voraces a la caza de presas, y creo que no soy del todo cínica hacia ellos si digo qie habían calculado bien, y cruelmente, cada movimiento. Ojalá me equivocara.
En resumen, Emilia era una jovencísima actriz, sin la espina dorsal de la experiencia que hacer decir ¡no! cuando hace falta. Y aún más – me atrevo a decir – tenía justo el aspecto inocente de una niña, y quiero observar que cada vez más se da esta presencia generalizada de escenas sexuales que tienen como protagonistas a jóvenes de aspecto muy infantil. ¿Es solo impresión mía?
Afortunadamente, en el set no solo había personajes sombríos que, como siempre recuerda Emilia Clarke, respondían a cada duda: “¿No querrás defraudar a los fans de Danerys?“. Durante la primera serie le fue particularmente cercano, con mucha preocupación, el actor Jason Momoa, que interpretaba el papel de Khal Drogo, al que Daenarys es entregada como esposa. La primera relación entre los dos es precisamente una violación.
En el podcast, Shepard evoc una escena de la primera temporada, en que el personaje de Momoa, Khal Drogo, viola a Daenerys durante la noche de bodas. “Él lloraba más que yo”, recuerda Clarke. “Solo ahora me doy cuenta de lo afortunada que fui, porque esa grabación podría haber sido de muchas, muchas, muchas maneras diferentes”, afirma. “Jason tenía más experiencia, era un actor experimentado, me ayudaba diciéndome: ‘Cariño, así o va bien, nada bien… Él siempre decía: ¿Podemos conseguirle una puta túnica? ¡Está temblando! “… Era muy amable y considerado y se preocupaba por mí como ser humano” (The Guardian)
Curioso. Tras los focos se revela esta escena en la que el hombre, violento en el escenario, en realidad se preocupa y apunta con el dedo a los verdaderos abusadores. No caigamos en la trampa de las apariencias cinematográficas: no demos por descontado que en el set los actores se divierten representando los sueños eróticos de quien especula sobre todo.
La intimidad es algo que debería seguir siendo íntimo no por el diktat de un moralismo forzado, sino porque es verdaderamente hermoso que sea así. El malestar de Emilia en exhibir esa crueldad sexual demuestra algo que quieren hacernos olvidar: un hombre y una mujer merecen vivir en plenitud y en secreto su encuentro más íntimo. El sexo no es un tabú, pero es sacrosantamente privado.
Frontal
Como corolario de estas declaraciones de Emilia Clarke, hay que recordar que no fue ella la única que se sintió forzada y con malestar en el set de Juego de Tronos. Algunos afirman que para encontrar actrices para ciertos papeles hubo que dirigirse al mundo del porno (Jessica Jenson, Samantha Bentley, Aeryn Walker y Sibel Kekilli) porque muchas otras rechazaron rodar escenas tan subidas de tono. Y quienes estaban detrás de la cámara tampoco se sentían demasiado cómodos:
El director de un episodio, Neil Marshall, contó que los productores le invitaban constantemente a ir más allá: “Lo más absurdo [al dirigir Game of Thrones] era tener siempre a un productor ejecutivo a la espalda que sugería ‘Venga, rueda la escena plenamente frontal, esto es televisión, puedes hacer lo que quieras. Hazlo, insisto en que lo hagas’” (Lifesite)
¿Sabían que las mayores industrias del porno se quejaban de que cada vez que se estrenaba un capítulo de Juego de Tronos el tráfico web del porno caía en picado? Me parece elocuente.