Pantallas, redes sociales, actividad, música,… ¿Qué dejar? ¿Qué hacer? ¿Qué silenciar para escuchar lo importante y volver a arder?
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En Cuaresma la imagen del desierto aparece desde el primer momento. Jesús fue llevado al desierto conducido por el Espíritu Santo. Fue llevado a la soledad para encontrar su camino.
Me hace bien retirarme al desierto, huir del ruido, abandonar las tensiones y preocupaciones. Me cuesta mucho hacer silencio. Leía:
“Sin el silencio Dios desaparece en medio del ruido. Y ese ruido se vuelve tanto más obsesivo cuanto más ausente se halla Dios. El mundo está perdido si no redescubre el silencio”.
Necesito el silencio para poder acallar las voces de mi corazón. Un silencio no sólo de palabras, sino más bien un silencio profundo, hondo, de contemplación.
Quiero entender que sólo cuando callo y escucho las cosas van mejor. Dios parece gritar cuando antes me parecía que no me hablaba.
Sin silencio me lleno de ruidos, de palabras inútiles, de voces, de gritos.
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Tiene el tiempo de Cuaresma mucho de silencio sagrado, de paz de desierto. Es una invitación a estar con Dios cuarenta días caminando por el desierto.
Quiero ayunar de todos esos ruidos que forman parte de mi vivir diario. Hay tantas cosas que me sacan del centro de mi alma…
El celular, con todos sus mensajes e invitaciones a vivir volcado hacia fuera, es mi mayor enemigo, mi más poderosa tentación. Me saca de mi paz, de mi equilibrio.
Evita que esté tranquilo ante el Señor. Tranquilo ante mis seres queridos. Mirando sus vidas, escuchando los gritos de su alma.
Cien por cien atento a lo que sucede junto a mí. Necesito entonces cortar con todas esas esclavitudes que no me dejan estar presente allí donde estoy.
Quiero dejar a un lado mi móvil, no contestar todos los mensajes con urgencia, no estar presente en todo momento en las de redes sociales, pendiente de lo que pasa en el mundo.
Quiero ayunar de redes esta cuaresma cuando la vida me invita a estar todo el tiempo conectado, en guardia, atento, por si me necesitan en algún sitio, por si requieren mis palabras, mis consejos, mi ánimo alegre y despreocupado.
No todo tiene que suceder de forma inmediata. Quiero ayunar de prisas, de la inmediatez. Quiero guardar silencio vaciándome de ruidos.
Para poder guardar silencio me pongo en camino hacia el desierto.
Por eso me gustan las palabras que leía el otro día:
“Meditar es, fundamentalmente, sentarse en silencio, y sentarse en silencio es, fundamentalmente, observar los movimientos de la propia mente. Observar la mente es el camino. ¿Por qué? Porque mientras se observa, la mente no piensa. Así que fortalecer al observador es el modo para acabar con la tiranía de la mente, que es la que marca la distancia entre el mundo y yo”.
Quiero observar la vida, lo que me sucede en este instante presente. Tomo distancia para mirar lo que me rodea. Contemplo como un niño enamorado lo que fluye ante mis ojos. Dejo correr las aguas sin querer retenerlas.
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No quiero vivir corriendo de un lado para otro. Esa es la actitud de este tiempo. ¿Qué me pide Dios en esta Cuaresma? Quiero dejar de lado lo que me pesa y oscurece mi ánimo. Y dejar que el silencio de Dios invada el alma.
Me detengo a observar mi vida, a contemplar lo que me sucede en el presente, en ese momento que me toca vivir. El aquí y el ahora.
Quiero que esta Cuaresma sea una vuelta a mi interior, al mundo que Dios ha sembrado en mi corazón, al huerto sellado de mi alma.
Quiero preguntarme qué tengo que dejar, qué tengo que hacer, qué tengo que callar.
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María me conduce de la mano hasta el desierto. Y se sienta conmigo, a mi lado. Ella es mi maestra en la oración. ¡Cuánto silencio había en su corazón de Madre!
Ella supo callar para escuchar. Estar en silencio aguardando una llamada, una palabra. Y dijo que sí con paz en el alma. Esto es la Cuaresma.
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Me pongo en camino de su mano, en la fuerza del Espíritu. Me adentro en el desierto. Escucho las palabras del profeta Oseas 2, 14:
“Yo la voy a seducir. La llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Luego le devolveré sus viñas. Allí me responderá como en los días de su juventud”.
Dios me lleva al desierto a enamorarme de mi historia santa. Puede que mi amor se haya enfriado. Quiero que en esta Cuaresma vuelva a arder enamorado.
Dios me busca, me persigue, me quiere con locura. Y no me deja solo. Viene hasta mi tienda a cambiar mi corazón. Viene al desierto de mi alma para hacerme sentir la persona más valiosa de este mundo.