Tanto los santos como los personajes bíblicos se distanciaban unos de otros para escuchar mejor la voz de Dios
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Cuando algún santo o personaje bíblico quería escuchar a Dios, casi siempre optaba por distanciarse de las demás personas para buscar la soledad. A veces encontraban un bosque recóndito donde hallar a Dios, mientras que otras veces lo descubrían en una montaña.
Hay un episodio de la vida del profeta Elías que es uno de los ejemplos más famosos de este tipo de soledad. Dios pidió expresamente a Elías:
“‘Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor’. Y en ese momento el Señor pasaba” (1 Reyes 19,11).
Entonces Dios se reveló a Elías en lo que algunas traducciones describen como “un silbo apacible y delicado”, “un ligero susurro”, “una brisa suave” o “un suave murmullo”.
Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. (1 Reyes 19,11-12)
El mismo Jesús, en el episodio del huerto de los olivos, se distanció de los apóstoles para hablar con su Padre Celestial:
“Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar” (Mateo 26,36).
Para poder escuchar la voz de Dios dentro de nuestra alma, debemos reducir todas las distracciones externas.
Existe un motivo por el que habitualmente es más fácil rezar en una iglesia vacía que en medio de una concurrida avenida.
Nuestra mente puede extraviarse tanto por el ruido “verbal” como por el ruido “visual”. Tal y como se revela en la vida de Elías, a Dios no se le escucha fácilmente en la tormenta, en el fuego o en el terremoto, sino en la quietud “suave”.
Deberíamos intentar recordar este sencillo hecho y aprovechar cualquier oportunidad que tengamos de pasar tiempo a solas, alejados de los demás.
El tiempo en soledad puede considerarse un regalo de Dios y una oportunidad para profundizar nuestra relación con Él.
A veces el silencio puede ser difícil de soportar, pero cuando lo reconocemos como una oportunidad para escuchar a Dios, Su presencia puede inundarnos y concedernos Su paz.
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