Sus compañeros se burlaban de él e intentaron hacerle abandonar el ejército por todos los medios, pero Desmond T. Doss perseveró y se convirtió en leyendaEsta es la historia de Desmond T. Doss (Lynchburg, Virginia; 7 de febrero) un objetor de conciencia que lleva el mandamiento de «no matarás» grabado a fuego en lo más profundo de su ser. Relato que muchos habrán visto en la película de Mel Gibson “Hacksaw Ridge” (Hasta el último hombre).
Es la primavera de 1945. La guerra del Pacífico tiene los días contados y las batallas se recrudecen. Las tropas estadounidenses asaltan Okinawa en algunos de los combates más sanguinarios de la historia.
El soldado Doss destaca por encima del resto: asignado al destacamento médico de la infantería, salva la vida de muchos soldados sin disparar una sola bala.
Doss rechazaba entrenar los sábados y se negó a empuñar un arma. Por este motivo fue objeto de burla entre sus compañeros.
Adventista inquebrantable, vivía en Virginia cuando se alistó voluntario en el ejército de Estados Unidos. Fue incluido en el cuerpo médico de la 77 División de Infantería, que fue destinada a Okinawa.
Su postura chocó con todo el estamento militar, pero perseveró. Sus compañeros, quienes lo veían como un peligro en las trincheras, intentaron hacerle abandonar el ejército por todos los medios.
Doss se mantuvo fiel a sus principios incluso al llegar a Okinawa, donde su unidad recibió la orden de participar en el asalto al acantilado de Maeda, una misión prácticamente imposible.
En lo alto de esta escarpada colina de 122 metros esperaban nidos de metralleta, trampas y soldados nipones escondidos en cuevas que habían jurado dejarse la vida en el combate.
Allí fue donde Doss demostró ser no solo un hombre de principios, sino también un hombre de un valor extraordinario.
Al verse rodeado por el intenso fuego enemigo, Doss no corrió a refugiarse. De hecho, cuando su batallón recibió la orden de retirarse él la ignoró, adentrándose una y otra vez en la zona atacada para evacuar a sus compañeros.
Sin otra arma que sus convicciones, consiguió salvar a unos 75 soldados malheridos que hubieran fallecido de no ser por sus actos: los fue llevando hasta el borde del acantilado desde donde serían bajados con cuerdas.
Durante varios días continuó atendiendo a los heridos menospreciando el peligro que le rodeaba, hasta que el 21 de mayo fue alcanzado en las piernas por la metralla de una granada y estuvo cinco horas esperando a que le encontraran.
Lo que antes había sido motivo burla se convirtió en un profundo respeto y luego en leyenda.
El presidente Truman le condecoró con la Medalla de Honor en octubre de 1945, y en su discurso subrayó “su gran valentía y enorme determinación en condiciones dramáticas y peligrosas”.
Varias rutas, plazas y centros médicos llevan su nombre en la actualidad.
Doss volvió del Pacífico con tuberculosis y acabó perdiendo un pulmón. También quedó sordo por una sobredosis accidental de antibióticos y finalmente murió el 23 de marzo de 2006 a la edad de 87 años.
En un mundo que clama por paz y justicia, el ejemplo de vida de Desmond Doss nos evidencia que el valor y la paz se construyen en el corazón; que no dependen de cuán fuertes seamos, cuántas posibilidades tengamos o cuántas armas portemos.
La verdadera paz empieza dentro. Se construye en lo ordinario para revelarse con toda su fuerza en lo extraordinario.
“¡Qué pocas almas pacíficas y pacificadoras se encuentra uno en la vida cotidiana! Hablas con la gente, y a la segunda de cambio te sacan sus rencorcillos, sus miedos; te muestran su alma construida, si no de espadas, sí, al menos, de alfileres. ¡Qué gusto, en cambio, cuando te topas con ese tipo de personas que irradian serenidad; que conocen, sí, los males del mundo, pero no viven obsesionados por ellos; que respiran ganas de vivir y de construir!” (Martín Descalzo).