Teresa de Jesús vivió en el siglo XVI, un siglo importante en la historia de la espiritualidad. Fue el siglo que comienza con la Reconquista española de las tierras del islam por los Reyes Católicos y también cuando tuvo lugar la Contrarreforma del Concilio de Trento.
Hablamos de una era de grandes personalidades espirituales, como san Juan de la Cruz, y de grandes fundadores, como san Ignacio de Loyola y santa Teresa.
Teresa escribió El castillo interior específicamente para las monjas de su reforma carmelita, unas monjas contemplativas que vivían una vida de estricta clausura.
En el prólogo, Teresa fija el propósito de su escrito. Para ella, el objetivo del libro es ofrecer a las monjas del Carmelo soluciones a las dificultades que puedan encontrar en relación a la oración.
Teresa dedica dos capítulos a las moradas primeras. Considera el alma como si fuera un castillo hecho a partir de un único diamante o de un cristal muy claro en el que hay muchas moradas, igual que en el Paraíso hay muchas moradas, como se expresa en el Evangelio de San Juan (Jn 14,2).
Como en el texto del Evangelio, hay múltiples moradas en el castillo propuesto por Teresa. La oración es la forma de purificación del alma, por lo que la puerta de entrada a este castillo es la oración y la meditación.
A través de estas actividades da comienzo el itinerario espiritual de purificación. Teresa sostiene que el autoconocimiento y la humildad son las primeras moradas –las exteriores–, además de la clave para progresar en este castillo.
Se dedica un capítulo al tratamiento de las moradas segundas. Quienes entran en ellas deben perseverar en la oración, que es la clave para el conocimiento de uno mismo en Dios.
Para subrayar la importancia de esta práctica en esta fase, Teresa recuerda a los lectores que es absurdo pensar que podremos entrar en el Paraíso sin primero entrar en nuestras almas.
A continuación, dos capítulos tratan sobre las moradas terceras. En ellos, Teresa explica que quienes residen en estas moradas deberían vivir con temor de Dios.
Sin embargo, más importante aún son la unión de nuestra voluntad con el amor de Dios y permitir que Dios se encargue absolutamente de nuestra vida.
A medida que reflexiona sobre los consuelos de la oración, Teresa afirma que la perfección no consiste en consuelos, sino en el incremento del amor.
Teresa dedica tres capítulos a hablar sobre las cuartas moradas. En el primero de estos capítulos, establece una distinción. Explica la diferencia entre ternura en la oración y los consuelos espirituales.
En este punto, Teresa recuerda a los lectores que, si progresan en este camino, lo importante no es pensar mucho, sino amar mucho.
Además, Teresa describe dos tipos de oración mística que uno podría experimentar en estas moradas: la oración de quietud y oración de recogimiento.
Por un lado, la oración de quietud es una oración mística que llega directamente de Dios y viene acompañada de una profunda sensación de paz, calma y contento interior.
Por otro lado, la oración de recogimiento es una especie de oración en la que los sentidos externos se recogen o retiran hacia sí como un erizo o una tortuga cuando los tocan; la luz divina absorbe el entendimiento de la persona y le concede un profundo conocimiento de la cercanía de Dios a ella.
Teresa dedica cuatro capítulos a abordar las moradas quintas. Llegar a ellas depende de que el alma se vuelva completamente hacia Dios.
En el momento de entrar en estas moradas, la persona recibe la certeza de la presencia de Dios en su interior.
Para hablar de la oración de unión, un tipo de oración mística que la persona encuentra en estas moradas, Teresa presenta el símil del gusano de seda. El alma, como el gusano, tiene que morir en Cristo para transformarse en un nuevo ser.
Se consagran once capítulos a las sextas moradas. En ellos, Teresa desarrolla la oración de desposorio espiritual. Es un estado místico que deriva de la oración de unión.
En él, el Espíritu Santo toma posesión de los sentidos exteriores y da a la persona un estado de éxtasis como si estuviera fuera de sí.
Teresa dedica cuatro capítulos a las séptimas moradas. En ellos, establece la diferencia entre “desposorio espiritual” y “matrimonio espiritual”.
Al entrar en estas moradas, el alma encuentra a la Santa Trinidad que mora en esta parte interna del castillo. Ve a Dios cara a cara.
Esta experiencia realza su capacidad para amar y le hace amar más que antes. En este estado, acción y contemplación se unen: Marta y María trabajan juntas al unísono.
El alma asume la forma Christi y vive en la vida cotidiana el amor al prójimo con más intensidad.
Teresa concluye con un breve epílogo. Aquí, explica que este viaje al interior del castillo es un don de Dios. Lo que el alma encuentra en el interior del castillo es tan maravilloso que hará que el alma alabe a Dios. Por último, somete lo que ha expresado en el libro a la opinión superior de la jerarquía católica.