Necesitamos buscar la plenitud y crecer en una relación personal e íntima con Dios, pero no podemos solos…
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¿Alguna vez has tenido una conversación con alguien que fue así?
Tú: “¿Vas a la Iglesia?”
Amigo: “No, quiero decir, probablemente me considero más espiritual que religioso. El mundo entero es mi iglesia. Puedo conectarme con Dios en cualquier lugar”.
Esta es una forma de vivir la fe cada vez más común. La idea de “iglesia” en general ya no es un punto de referencia. Pero esto no ha impedido que la gente busque la verdad, la belleza y la bondad en otros lugares.
Nuestra cultura busca cada vez más experimentar una espiritualidad que no está arraigada en una religión, y muchas personas sienten que pueden conectarse con lo trascendente a través de la autorrealización y del contacto con lo natural.
Sin embargo, vemos también una tendencia creciente de cristianos que enfatizan la religiosidad sobre la espiritualidad, tanto que su religión está completamente desprovista de espiritualidad.
En este artículo exploraremos los dos extremos con la esperanza de iluminar el terreno sobre el que estamos llamados a situarnos.
No a las etiquetas
¿Qué quiere decir la gente cuando dice que es “espiritual, pero no religiosa”? Por lo general significa que prefiere disociarse de cualquier institución o grupo.
En un mundo que pone gran énfasis en las etiquetas y las categorizaciones de las personas, prefieren no etiquetarse a sí mismos como “religiosos” para evitar estar vinculados a lo que perciben como una institución opresiva de su libertad.
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Espiritualización
Los espirituales -pero no religiosos- reconocen el profundo anhelo de la condición humana y están abiertos a buscar lo divino.
Es una sed espiritual -pero no religiosa- de autenticidad y relaciones reales. Tienen la confianza para hacer preguntas que muchas personas temen hacer, y le dan un gran valor a la autorrealización, a menudo mediante la participación en rutinas de bienestar y prácticas de atención plena.
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Espiritualidad vs religiosidad
Los humanos somos seres espirituales. Estamos hechos de forma natural para algo más grande que nosotros mismos, y siempre estaremos buscando ese lugar de plenitud total.
Fuimos creados para ser curiosos y buscadores, y el deseo de conocer la verdad, de contemplar la belleza y de ver la bondad en todas las cosas, está en el centro de nuestro ser.
Estos movimientos naturales de nuestra alma pueden reconocerse fácilmente, basta solo con mirar qué nos mueve a obrar.
A su vez, los humanos, también somos seres religiosos. En su nivel más básico, podemos definir la religión como un sistema de creencias, costumbres y símbolos establecidos en torno a una idea de divinidad.
Una persona espiritual pero no religiosa -se dé cuenta o no- está participando en un tipo de religión.
Independiente de que nos asociemos con una iglesia o no, está en nuestra naturaleza reclamar algo como nuestro dios y pertenecer a él, ya sea un equipo deportivo, una forma de vida, una idea, una causa o una postura política.
En el otro lado
Si bien hay una mayoría de personas que afirman ser “espirituales, pero no religiosas”, también hay una tendencia hacia una religión desprovista de espiritualidad: un sistema de creencias fuertemente arraigado e informado por la religión, pero con poca inversión en lo espiritual o en una auténtica relación personal con Dios.
De hecho, desde el exterior, parece que cumplen todos los requisitos: los ves en misa todos los domingos, rezan las oraciones correctas, incluso se ven cerca de alcanzar la santidad…
Pero no es la manifestación exterior de devoción lo que hace santo a alguien. Jesús mismo nos advierte sobre las demostraciones de piedad sin corazón en el Evangelio.
Lo religioso -pero no espiritual- puede compararse con los fariseos que oran en voz alta en el templo (Lucas 18): se apresuran a señalar las fallas y deficiencias de los demás en lugar mirarse con humildad a ellos mismos.
Son demasiado “justos” y olvidan la misericordia. Siguen meticulosamente las reglas y tratan de “medir” su propia santidad.
En lugar de construir una relación con un Dios personal, amoroso y misericordioso, se encuentran dejando ofrendas en la estatua de un “dios” distante, frío y rígido por temor a ser castigados.
El peligro aquí es que son como Marta, haciendo todas las “cosas correctas” pero olvidándose de descansar a los pies de Jesús (Lucas 10).
O como el hijo mayor que hizo todo bien, que nunca se fue de casa, pero que aun así le faltaba todo: sentirse amado y celebrado por su padre (Lucas 15).
Los religiosos pero no espirituales están cerca de Dios en la proximidad, pero no en el corazón.
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Entonces, ¿dónde estamos?
En ambos lados puede haber una tendencia hacia la autocuración y la autosuficiencia, o la idea de que necesito hacer cosas para lograr o ganar algún bien: la salvación, la autorrealización, la curación, o la plenitud total.
En ambos lados, hay una búsqueda de la verdad, la belleza y la bondad. En ambas experiencias se abordan las cuestiones más profundas de la humanidad. En los dos lados hay bondades y peligros.
No tenemos que elegir entre una y otra. Estamos llamados a ambas: religión y espiritualidad.
Como católicos, podemos, es decir, sostenemos que es posible (y de hecho necesario) crecer en una relación personal e íntima con Dios, una búsqueda propia de la plenitud; pero, no podemos solos.
Es en el contexto de la Iglesia, por los sacramentos, el sentido de comunidad y la vivencia del amor, donde podremos alcanzarla.
O dicho mejor:
“En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar” (S. Juan Pablo II).
Ya sea que te consideres religioso o no, todos estamos juntos en este viaje. Fuimos creados con un deseo profundo de realización y pasamos toda nuestra vida buscando, cuestionando y anhelando la plenitud.
Tiene sentido que la plenitud nos la regale aquel que es pleno, pero que, para que pudiéramos alcanzar esa grandeza, se hizo hombre para enseñarnos a vivirla desde los deseos de nuestra humanidad. Es Jesús quien trae la restauración y la felicidad a nuestra vida.
Lo que buscamos, el cumplimiento de nuestros mayores y más profundos deseos, se encuentra en Él.